Tres

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—¿Kim Namjoon?

La muchacha pasó una de sus uñas por el horario de reservaciones hasta llegar al nombre del moreno, quien se encontraba parado del otro lado del reluciente podio, vestido en pantalones formales de cuadros, un maletín de cuero en la mano y una cámara de apariencia costosa colgando de su cuello. Él le dirigió una sonrisa enmarcada con dos lindos hoyuelos.

—Ese sería yo —dijo.

La recepcionista asintió con la cabeza antes de volver su mirada hacia arriba con una expresión amable hacia el alto hombre.

—Acompáñeme por favor. ¿Dijo que preferiría interior, cierto?

Lee HuJeen, según la etiqueta en el pecho de la recepcionista, hizo un elegante gesto con el brazo para pedirle a Namjoon que entrara, y nada más poner un pie sobre las baldosas de mármol, el chico comenzó a hacer anotaciones en su cabeza para anotarlas en su libreta una vez que se concretaran.

Lo cierto era que la información que encontró en internet no le hacía justicia a la realidad.

Ornamentación extravagante y costosa, todo parecía en perfecta simetría y nada dentro del lugar era insignificante. Las mesas eran muebles altos de esquinas puntiagudas y de color azul oscuro, luces frías embelleciendo la barra del bar y los perfectos contornos de cada superficie; lámparas exóticas cuadrangulares colgaban desde el alto techo hasta flotar sobre cada mesa, ventanales amplios con vista a la ciudad en la lejanía; cada cosa en su debido lugar, lo que para Namjoon era un poco inquietante —no por eso menos magnífico—, puesto que su casa era un poquito como un desastre y no le ponía especial atención a tenerlo todo proporcionado, eso le parecía que le daba frialdad a cualquier espacio; sin embargo, la mayoría de las reseñas de Google afirmaban que su aspecto, si bien era algo digno de admirarse, no era lo que diferenciaba este de los muchos otros restaurantes pomposos de Seúl donde la gente rica va a vanagloriarse y a pagar ridículas cantidades de dinero por un pedazo de carne del tamaño de una manzana. Lo singular acerca del lugar era la comida, de los más finos ingredientes, verduras y cortes de carne con nombres difíciles de pronunciar y salsas que difícilmente se conseguirían en esta parte de Asia, mezclados en platillos propios que, contrastando con el puro concepto estrafalario del recinto, aunaban entre sabores hogareños y finos. Todo el mundo definía sus recetas como experiencias íntimas.

Moonchild era la nueva sensación de los turistas y él, como el reportero favorito del departamento, se le había impuesto la misión de descubrir la magia detrás del restaurante, por decirlo de alguna manera, porque Namjoon sabía que sus artículos eran poco menos que profundos y con la finalidad de matar el ocio de sus lectores, aunque si tenía suerte podría convencer a unas cuantas docenas de personas de ir a visitar el lugar en carne propia.

—Junto a una ventana, si es que hay algún lugar disponible —bromeó Namjoon mirando a todos lados, donde las mesas permanecían vacías a excepción de dos o tres personas tomando café y fumando habanos en la terraza.

La chica le sonrió simpáticamente ante la broma para después conducirlo a su mesa.

Lo cierto era que apenas y pasaba de la una de la tarde y Namjoon ya se había hecho a la idea de que no era precisamente la hora adecuada para asistir a un restaurante popular si tenía también que hacer anotaciones del tipo de gente que lo frecuentaba, además de que debía tomar un par de fotos. Sin embargo, tenía mucho trabajo acumulado y un adolescente que demandaba atención. Probablemente tendría que volver un día de la semana en un horario adecuado para terminar con el artículo.

Namjoon agradeció a la recepcionista mientras tomaba asiento y ponía en la silla sobrante su maletín. Sacó de este el periódico del día que había comprado en la mañana y que había dejado a medias junto con sus anteojos y el cuaderno pequeño para anotar cualquier cosa que le resultara importante. Un mesero se acercó para saber qué quería de beber y Namjoon sonrió preguntándose si también la manera en la que se vestían los trabajadores era tan planeada como lo era la decoración del lugar, puesto que el mesero llevaba un saco blanco increíblemente planchado y limpio y un pañuelo en el antebrazo, él no recordaba la última vez que permaneció un solo día sin manchar o arrugar su ropa.

Él es una zorra │Yoonmin│Where stories live. Discover now