Capítulo tres

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Capítulo tres
Una nueva familia, un nuevo hogar

La mañana en que despertó no reconoció más que una maraña pelirroja en su campo de visión y después, cuando estuvo lo suficientemente despierto para observar su alrededor, esbozó una apacible sonrisa al conectar sus ojos con los ajenos. Charlie le apartó un cabello de la frente, revelando una de las tantas cicatrices que Atticus aborrecía, pero que él adoraba.

– Hola... –intentó incorporarse, pero fue devuelto a su posición inicial con un pequeño empujón por parte del pelirrojo. Frunció el entrecejo con confusión–. ¿Dónde estamos?

– En mi casa. –contestó tranquilo–. Intenta no moverte, te han soltado hace dos días del ministerio y has estado inconsciente por la poca nutrición que tenías. Además, me tomé la libertad de rociar díctamo en las cicatrices de tu rostro... podrían desaparecer si eres constante con el tratamiento.

Atticus había pasado una semana encerrado en un calabozo del ministerio mientras lo investigaban, y cuando pruebas arrojaron que era completamente inocente y que la marca en su brazo no era de gran importancia, decidieron dejarlo en libertad notificando a la única persona que estaba en su lista de emergencia: Charlie Weasley. Cuarenta y ocho horas llevaba inconsciente en aquella cama.

Sus mejillas se tornaron rojizas cuando notó su cuerpo cubierto por un pijama corto, no era que le avergonzara estar vestido en tonos rosáceos, sino que le causaba cobardía que pudiesen apreciar las cicatrices oscurecidas esparcidas por toda su anatomía: moretones, rasguños, cortadas y contusiones alarmantes. Además, era imposible ignorar las heridas de magia oscura presentes en su espalda producto de la maldición Cruciatus, la especialidad de los mortífagos.

– Di mi contacto como referencia para cuando te soltaran, espero que no te moleste.

Él se sonrojó notablemente.

– Para nada, muchas gracias...

– Descansa un poco más antes de bajar o conseguirás irte en vómito. Hay ropa limpia encima de esa silla, no logramos salvar tu uniforme ni por lo más sagrado... baja cuando estés preparado, ¿vale?

Weasley abandonó la habitación revolviéndose los cabellos rojos. Dolohov enrojeció hasta las orejas y dio leves palmadas en sus mejillas para recobrar compostura, después se incorporó para vestirse con la ropa limpia encima del sillón escarlata. Cuando se sintió preparado bajó las escaleras jugando con sus manos, incluso llevaba la varita a plena vista en la túnica azabache que le habían prestado, comenzaba a sentirse sano y salvo en ese humilde hogar que significaba mucho para el pelirrojo.

Al bajar se encontró con los Weasley desayunando en silencio reunidos en una amplia mesa, junto a ellos también se encontraban Hermione y Harry, quienes supuso que eran parte de la familia. Charlie lo invitó a sentarse junto a él cuando notó su presencia, sirvieron más comida y perpetuaron comiendo en completa mudez.

Charlie, rompiendo todos sus estándares y paradigmas, se le quedó mirando a Atticus sintiendo sus propias mejillas enrojecer. Las ojeras que contempló por primera vez en él habían desaparecido por completo, no quedaba rastro alguno de suciedad en su cuerpo y las cicatrices iban esfumándose de manera pausada, por lo menos de su agraciado rostro, pues el resto de su anatomía continuaba tan indemne como antes. Seguro eran producto de maldiciones imperdonables en su pálida piel.

– Y bien, muchacho... ¿qué harás ahora? –preguntó Arthur.

– Papá, no creo que sea el momento indicado... –opinó Bill.

– Supongo que regresar a mi casa, señor Weasley.

Lo dijo en un tono de voz tímido, pero apacible. Charlie se le quedó mirando unos instantes más queriendo intervenir, sin embargo, se vio gratamente sorprendido cuando Atticus prosiguió:

Nuestra batalla | Charlie WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora