Capítulo dos

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Capítulo dos
Cicatrices del pasado que atormentan

Un silencio estremecedor envolvió el lugar cuando el mago tenebroso fue derrotado y el sol comenzó a ascender para iluminarlos con esa cálida luz que tanto necesitaban. Atticus, atemorizado de que alguien pudiese juzgarlo por sus hazañas pasadas como mortífago, flaqueó a Charlie en todo momento manteniéndose cabizbajo, y también se mantuvo a su lado cuando lloró la muerte de su hermano en compañía de su familia, pero no mencionó palabra alguna.

Reconoció a Draco en un rincón platicando en voz baja con sus padres, también existía miedo en sus miradas y se estremecían preguntándose si debían permanecer ahí. Sin embargo, nunca fueron amigos y por ello no sintió la necesidad de acercarse para compartir sus dudas. Lo más sensato era quedarse en compañía del muchacho pelirrojo que sujetaba la mano de su madre con fuerza.

Entonces se dispuso a pensar en sus propias desgracias. Con sus padres muertos no le quedaba nada más que hacer en ese momento, además de que no tenía idea de lo que ocurriría con él mismo después de renunciar a la influencia del mago tenebroso. Podían encerrarlo por siempre en Azkaban o dejarlo en libertad luego de pensarlo muchísimo.

Con la batalla acabada y el enemigo vencido a Atticus no le quedaba nada por hacer.

– Yo... no me alejaré.

Cabizbajo, Charlie respondió:

– Sí, claro...

Sin intenciones de alejarse demasiado, pero con ansias de permitirle a la familia vivir su duelo sin estorbos, avanzó por los destrozados corredores metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón. Sus mejillas permanecían coloridas por la vergüenza de haberlos interrumpido en su dolor.

Estaba preparándose mentalmente por si una autoridad del ministerio se acercaba para decirle que por los crímenes cometidos durante su adolescencia sería encarcelado por siempre en un mugriento calabozo de Azkaban, pero nadie se molestaba en apreciar la marca tenebrosa en su brazo.

Destrozado, se quedó admirando las ruinas del castillo con los ojos humedecidos. Se llevó una mano a su cuello y escarbando entre su mugriento uniforme extrajo una cadena plateada que comenzó a acariciar con la yema de sus dedos; aquello le tranquilizaba. Fue la única pertenencia de su madre que consiguió tomar antes de que las quemaran alegando que su cobardía nunca sería bien recibida.

– ¿Qué pasará conmigo ahora? –se preguntó a sí mismo.

– Probablemente te investigarán para analizar tu actividad como mortífago y después te dejarán en libertad o te encerrarán si lo consideran correcto. ¿Causaste muchos problemas?

Aquellas palabras lo sobresaltaron y se giró a mirar sorprendido al recién llegado.

– Tengo la marca solo porque mi padre era imprescindible a él...

– ¿Algo por lo que puedan encarcelarte?

– No...

El semblante de Charlie estaba cargado de tristeza y aflicción, además de que sus ojos oceánicos estaban hinchados por haber derramado tantas lágrimas minutos atrás. No obstante, su voz continuaba siendo apacible y reconfortante. Sintió la impetuosa necesidad te abrazarlo para que pudiese desahogarse sobre su pecho, pero deliberó que violar su espacio personal no era adecuado en ese momento.

– ¿Puedo... curar tus heridas?

– ¿Estoy sangrando? –Charlie se llevó una mano al rostro y luego observó sus dedos manchados con sangre fresca, supuso que era un gran corte el que tenía en su frente–. Puedes hacerlo, si quieres.

Nuestra batalla | Charlie WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora