capítulo uno

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Las cortinas de la habitación de San se mecían con el suave viento que entraba por la ventana que él nunca se dignó a cerrar

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Las cortinas de la habitación de San se mecían con el suave viento que entraba por la ventana que él nunca se dignó a cerrar. De hecho, últimamente San no se dignaba a hacer nada. Ni siquiera dormir, y por eso es que seguía despierto desde ya hace días.

Esta vendría ser la sexta noche consecutiva que no lograba conciliar un sueño decente. Tampoco recordaba la última vez que había salido de su casa, o que se había cambiado la ropa siquiera. Honestamente, no encontraba el punto en hacerlo. ¿Qué gracia tenía cambiarse la ropa si no estaba Yeji para decirle que se veía adorable en ella? ¿Qué gracia tenía salir a la calle si ya no podía correr de la mano de Yeji hasta el McDonald's más cercano para llegar a tiempo de ordenar el menú de desayuno? Es más, ¿qué gracia tenía seguir existiendo en absoluto?

San sabía que nada de sus pensamientos o actitudes era sano. Se había puesto en modo autodestrucción y no sabía cómo revertirlo. Sabía, también, que si Yeji se enterara del estado en el que se encontraba y las decisiones que había tomado desde el día su muerte, ella estaría muy decepcionada. Pero ese era justamente el problema: Yeji no estaba para ayudarlo a darse cuenta porque estaba muerta. Ella siempre fue su cable a tierra, fue la que le devolvía el sentido común cuando se encerraba en sí mismo, cayendo en un agujero del cual no podía encontrar salida y se dejaba consumir por pensamientos negativos. Nunca había aprendido a salir de eso, hasta que la conoció. Pero ahora, la había perdido y no tenía manera alguna de salir de esa situación él solo, nunca supo cómo hacerlo.

Sin embargo, no había algo que San quisiera más en ese preciso momento que poder dormir, por eso es que se mantenía con los ojos cerrados. Ya que, si dormía, quizás, podría ver a Yeji en sus sueños. Mierda, que quería verla. La extrañaba tanto que le parecía hasta ridículo. ¿Cómo es posible que un sentimiento, algo que supuestamente no tiene forma física, le estuviera pesando tanto en el pecho hasta el punto de dejarlo sin aire?

El ding de su celular lo devolvió de repente al mundo real, sobresaltándolo. Se sentó en su cama y tomó el aparato entre sus manos, el brillo de la pantalla lo encandiló.

Solo era una publicidad.

Suspiró. No fue hasta ese momento en que se dio cuenta de qué hora era. 6:58 marcaba el reloj. Ya tampoco se mantenía al tanto de eso, había perdido completa noción del tiempo. Parpadeó un par de veces, adecuándose a la ya casi inexistente oscuridad de su habitación otra vez, la misma que ya desde hace más de una semana le venía haciendo compañía. Ya no reconocía ese lugar. Todo estaba desordenado y sucio, un claro reflejo de cómo se sentía San.

El gruñido de su panza lo hizo darse cuenta de que tampoco había comido algo desde quién sabe cuándo. ¿Realmente es necesario comer?, se preguntaba. Al contrario de lo que él desearía hacer —quedarse acostado para siempre—, se levantó y se dirigió a la cocina en busca de algo que saciara esa necesidad. Y tal como era de esperarse, no había casi nada, y lo poco que quedaba, San dudaba que fuera comestible. Su estómago volvió a gruñir, lo cual hizo que él también gruñera de frustración. No podía hacer nada más que salir y comprar comida. Decidió de paso que le vendría bien pegarse una ducha.

AGAIN; woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora