ZERO: Prólogo

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      Cuando estás en un juzgado, nunca quieres ser nadie de los que están presentes. No quieres ser la persona a la que le han pegado una paliza, tampoco quieres ser nadie de tu familia. Sabes que todos los ojos están puestos sobre ti, juzgando todo lo que has hecho en el pasado. No quieres ser la jueza, probablemente cansada de lidiar con todo esto día tras días. La realidad te golpea con fuerza y te hace abrir los ojos. Estás en un juicio y tú eres el protagonista. La jueza habla y habla, pero tú solo escuchas la parte más importante, la parte que hará que todo el peso de tus acciones caiga sobre tus hombros.

   —... se considera culpable de un delito de agresión a Craig Tucker. Queda condenado a dieciocho meses de cárcel y una multa de seis mil euros al no tener antecedentes penales. Se levanta la sesión.

   Vuelves a ser consciente del ambiente en el que estás, y te das cuenta de que tampoco quieres ser tú mismo. Te levantas lo más rápido posible y sales corriendo de la sala, cabreado y dolido. Tu padre y tu hermana te siguen de cerca, te agobian, y la rabia en tu interior solo crece.

   —Craig, tienes que tener muchísimo cuidado ahora. No debes meterte en peleas, esto es muy serio.

   Me quito la estúpida chaqueta elegante y se la tiro a mi padre para que se calle de una vez. Me pongo mi chaqueta de cuero, ganando un poco más de confianza en mí mismo, como si no hubiera sido acusado de reventar a un puto subnormal.

   —¿Dónde está mamá?

   —Craig, está de viaje, hemos hablado ya de esto-

   —Que no me llames Craig —me paro repentinamente y le enfrento cara a cara. Odio ese nombre con toda mi alma, y nadie tiene el derecho de llamarme así.

   Por fin abandono el puto juzgado. La brisa se siente como miles de cuchillos atravesándome. No quiero ir a la cárcel, pero no me arrepiento de absolutamente nada. Sigo teniendo rabia, ira en mi interior, sigo echando humo por todo lo que ocurrió, y a estas alturas solo puedo callar y tragar.

   Arranco la moto y conduzco hasta la zona baja del pueblo, allí podré descargar todo aquello que guardo en mi interior. Sin embargo, durante el camino ocurre algo inusual y que, sin saberlo, me dejaría marca para siempre.
   Es un coche caro, de estos que conducen la gente de la zona alta del pueblo. Es negro y reluciente, aunque no más brillante que la pequeña cabellera pelirroja que se asoma por la ventana. Sin saber por qué, mis labios se mueven.

   —¡Oye, feo! —le grito.

   El chico se gira hacia mí extrañado. Yo simplemente le sonrío.

   —¡Sí, tú! ¡Feo!

   Veo como roda los ojos y se vuelve a meter en el coche. Estamos en un semáforo en rojo, así que puedo acercarme hasta la ventanilla y acariciar su mano, todavía colgando de la ventanilla. Me aparta la mano con brusquedad y suspira hastiado. Le sonrío ladino, y él me mira con desprecio. Cuando finalmente el semáforo se pone en verde puedo ver como me saca el dedo por la ventanilla mientras el auto se aleja.
   Es entonces, en mitad de la carretera y subido en una moto, que te das cuenta de que todo va a cambiar. Tu vida va a dar un enorme giro y sabes que una vez el cambio haya comenzado, ya no habrá vuelta atrás.
Nunca.

A tres metros sobre el cielo ♡ CryleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora