Esta historia comienza un sábado por la noche como cualquier otro.
Después de pasar más de tres horas metidos en un bar, me encontraba con mis amigos dando una vuelta por el pueblo. Miré la hora en mi móvil y decidí irme ya a casa.
ー ¡Chicos! ーdije, levantando la voz para llamar su atención.ー Yo me voy a ir yendo, que ya son las dos de la mañana...
ー ¡Menudo aguafiestas estás hecho, Daniel! ーme gritó Mateo, mi mejor amigo, visiblemente borracho.ー Nosotros vamos a seguir de marcha, ¡verdad, chicos! ーgritó, ahora dirigiéndose al resto del grupo.
ー ¡SÍ!
ー De acuerdo, te veo luego en casa ーrespondí, con un suspiro, mientras me alejo del pelotón de veinteañeros borrachos.
Mateo es mi mejor amigo desde el primer año de secundaria, pero yo nunca he sido demasiado partidario de las fiestas ni de emborracharme. Aunque vivimos juntos, solo le veo por las mañanas y por los pasillos de la universidad, ya que él se pasa las noches fuera, en cualquier discoteca o club. Accedí a acompañarle aquel día porque se pasó toda la semana dándome la pelmada, pero al final me lo pasé bastante bien e hice varios amigos.
Estaba inmerso en mis pensamientos de camino a casa, cuando de repente oí unos ruidos extraños. Me escuché atentamente para ver de dónde provenían, pero me dí cuenta de que solo se trataba de una pareja montándoselo en un callejón.
Cuando estaba a punto de darme la vuelta y seguir con mi camino, los faros de un coche que pasaba iluminaron mejor el callejón, y fue entonces cuando fui consciente de que algo no iba bien. La chica no dejaba de forcejear tratando de quitarse al hombre de encima, y pude adivinar como dos rastros lágrimas cubrían sus mejillas.
Sin pensármelo dos veces, me acerqué corriendo a dónde se encontraban y, cuando tuve a aquel gilipollas a menos de un metro de distancia, me detuve, dándole un puñetazo en toda la cara.
ー ¿QUÉ COJONES TE CREES QUE ESTÁS HACIENDO? ーme gritó, con una expresión de sorpresa extrema en el rostro.
ー NO, ¿QUÉ TE CREES TÚ QUE ESTÁS HACIENDO? ーle respondí, mirándole con repulsión y enojoー ¡ESA NO ES FORMA DE TRATAR A UNA MUJER!
ー ¿Y A TI QUE TE IMPORTA LO QUE HAGA YO CON MI NOVIA?
Me sorprendí un poco con el hecho de que se refiriera a ella como su novia, pero volví a la carga:
ー ME IMPORTA UNA MIERDA SI ES TU NOVIA O NO, ¿NO VES QUE ELLA NO QUIERE QUE LA TOQUES?
ー A MÍ ME DA IGUAL LO QUE ELLA QUIERE, ELLA ES MÍA, ¡SU DEBER ES OBEDECERME!
Al oír aquellas palabras sentí como la sangre se me subía a la cabeza, y no pude evitar lanzarme sobre él. Al haberlo tomado por sorpresa aquel malnacido cayó al suelo y, sin darle tiempo a reaccionar, le di otro puñetazo, esta vez en la nariz.
ー ¿Vas a dejarla en paz? ーle pregunté, aunque más bien lo estaba desafiando a responder que no.
Aquel chico que viéndolo más de cerca, no aparentaba más de veinte años, se quedó callado.
ー ¡HE DICHO QUE SI VAS A DEJARLA EN PAZ!
ー S-sí ーtartamudeó, con cara de estar muerto de miedo.
ー ¡ENTONCES VETE!
Me aparté de él dejándole paso, y vi como se alejaba corriendo por la entrada del callejón.
En ese momento me giré hacia la chica por primera vez, y me asusté al ver como le fallaban las piernas. Me acerqué rápidamente, justo a tiempo para sostenerla, ya que parecía no poder tenerse en pie.
ー Oye, ¿te encuentras bien? ーle pregunté, al ver que no se movía.
Levante su cabeza solo para darme cuenta de que la pobre chica no había podido aguantar la presión, y se había desmayado.
Sabía que no podía dejarla allí así que decidí llevarla a mi casa, aunque fuera solamente hasta que recuperara la consciencia así que, con mucho cuidado, la cargué en mis brazos para que, a pesar de la situación, estuviera medianamente cómoda.
Cuando al fin llegué a mi casa, la cual, como me esperaba, estaba vacía, deposité a la chica sobre mí cama con cuidado. Me quedé unos minutos observándola. Tenía el pelo oscuro, largo hasta los hombros, y el rostro salpicado de pecas. Además, por lo que me había dado cuenta antes de que cayera inconsciente, era más o menos una cabeza más bajita que yo. Pensé en el miedo que debía de haber pasado, cuando había estado a punto de ser violada, y me di cuenta de que era un miedo que afortunadamente, yo no sentiría jamás. No era la primera vez que presenciaba algo como esto, pero sí la primera vez que traía a mi casa a la víctima tras salvarla.
Tras pasar unos minutos sumido en mis pensamientos, decidí coger del armario de mi habitación un par de mantas, una para ella y otra para mí. Después de ponerle su manta por encima, con cuidado de que estuviera bien tapada, me dirigí a mi nueva cama, el viejo e incómodo sofá del salón.
Cogí un cojín del sofá para apoyar la cabeza, me tumbé en el sofá y me puse la manta por encima, preparándome para dormir.
Justo antes de dejarme caer en los brazos de Morfeo, la chica que se encontraba dormida en mi habitación cruzo mis pensamientos.
Tenía muchas preguntas que hacerle.