Érase una vez una pequeña aldea en mitad de la montaña en la que las plantas no florecían, el cielo siempre amanecía gris y las casas de piedras apiladas unas sobre otras tenían los tejados de color negro. En su entrada se podía ver un cartel con el nombre del lugar: "Utopía", lo cual resultaba un tanto extraño por su apariencia. Tras ese cartel se abría un camino de piedra hacia las desvencijadas casas, todas ellas iguales e infinitamente mediocres. Con el cielo oscureciendo aún más y habiendo comenzado a llover -produciéndose así un estupendo olor a petricor-, decidí entrar en una de las casas llamando a la puerta. Entonces, un joven hombre abrió y me recibió amablemente. El interior de la casa era bastante lujoso, con un acogedor suelo de madera, una blanca y amplia chimenea -que estaba encendida y calentaba toda la estancia- y otros muebles y objetos que completaban la decoración de la habitación. En un abrir y cerrar de ojos, aquel hombre y su pareja -que también se encontraba allí-, ya me habían ofrecido asiento, comida y bebida además de un lugar donde poder dormir. Justo en ese momento comprendí por qué aquel sitio apartado de las otras ciudades y con tan triste aspecto se llamaba Utopía.
A la mañana siguiente, tras haber dormido unas 8 horas, me dirigí a la habitación principal de la casa para agradecer a aquella afable pareja de hombres por haberme permitido pasar la noche en su casa, pero para mi sorpresa, ninguno de los dos estaba allí. Probé a llamarles para ver si respondían, a pesar de ello nadie me contestaba. Estaba un poco nervioso, no sabía por qué de repente no había nadie dentro de la vivienda así que recogí todas mis cosas y salí a mirar si había alguien fuera. La puerta se cerró detrás de mí con un irritante sonido, probablemente por su antigüedad y desgaste. Y cuando levanté la mirada, no encontré a absolutamente nadie mas que a dos flacas gallinas que paseaban por aquel lugar. No entendía muy bien qué ocurría. Hacía tan solo unas cuantas horas estaban en la casa, así que supuse que, si no se encontraban allí, sería porque habrían ido a dar un paseo o a comprar algo al pueblo más cercano. Tras unos instantes de incertidumbre, opté por volver a entrar a aquella extraña casa de nuevo y esperarles dentro. Pasaron varias horas, pero nadie aparecía y ya ni siquiera veía a las gallinas que antes paseaban. Si seguía esperando no llegaría a tiempo para comer en Alferia, un poblado que estaba a más de cuatro horas caminando. Sin más demora, abandoné Utopía y continué mi camino.
Ya llevaba un buen rato caminando, el sol brillaba con una intensidad poco habitual y cada vez que andaba me sentía más acalorado. Cuando fui a mirar mi reloj, me di cuenta de que ya eran las cinco de la tarde así que, como me había retrasado más de lo previsto, me senté bajo un árbol y me comí la manzana que llevaba en la mochila. Ese sería mi único sustento hasta que llegase a Alferia, por ello, descanse unos minutos y proseguí mi camino por el sendero del bosque.
Al fin, podía ver algo más que espesos árboles y plantas. Alrededor del sendero había diminutos objetos hechos de cerámica, lo que indicaba que ya estaba prácticamente en la entrada al pueblo que llevaba horas buscando. Entonces, un hombre mayor se acercó a mi y empezó a contarme la historia de aquel lugar. Me dijo que el nombre del poblado se debía a que cada vez que un bebé nacía, el alfarero hacía una pequeña vasija, y que ese era el motivo por el que en todas las plazas había esas pequeñas piezas. Cuando ya había oscurecido y mi estómago empezaba a rugir, fui a una pequeña posada que había visto antes en la plaza principal del pueblo. Al entrar al lugar, justo en frente de mi se encontraba el reconocido alfarero. Entusiasmado, fui a hablarle para saber un poco más acerca del significado de sus obras. Unas cuantas cervezas después conseguí entender a lo que se refería aquel hombre, llamado Samir. Él me explicó que, en su opinión, hacer objetos de barro era como la vida, porque, con sus manos, moldeaba un simple trozo de barro y le iba dando forma mientras crecía y se asimilaba más a una vasija, luego, la dejaba secar al sol y finalmente, se quedaban en algún lugar del pueblo hasta que, con el tiempo, ya no quedase ni rastro de ella.
ESTÁS LEYENDO
Érase una vez Utopía
Mystery / ThrillerÉrase una vez una aldea abandonada llamada Utopía, un desconocido llegará al lugar y a partir de ese momento nada será lo mismo...