En un rincón del valle de Las Quebradas sobre la orilla del serpenteante lago, un inmenso bosque se rige de pinos y álamos añejos que se alzan con sus hojas acariciando el cielo y las nubes que pasan, un inmenso y hermoso bosque, un oscuro bosque que esconde miles de secretos para los desconocidos.
Se cuenta en el pueblo Darcmoor a dos kilómetros de la arboleada sobre los cerros, qué todo aquél que lo intenta cruzar se pierde y nunca más sale de él, como un laberinto sin salida.
Qué en sus profundidades se encuentra un reino rodeado de muros, donde pasan cosas asombrosas y muy oscuras. Donde cada noche de luna llena, se escuchan cánticos y un humo espeso se extiende por el lago hasta llegar al pueblo haciendo visibles los rayos plateados de la luna.Entre esos arboles se alza el castillo Lune. El centro de todo acontecimiento, el lugar más representativo de su gente.
Todas las noches de luna llena, el astro pasa justo por la torre más alta del edificio pareciendo que resurge de los calabozos como si hubiera estado presa. Esas noches especiales para sus hijos, donde todos le dan un presente, su nueva enseñanza.
Eso que aprendieron durante las demás faces lunares, en la noche de ella todos describen en una frase el nuevo cambio en su alma.La noche del 23 de agosto del año 1750 era una de esas noches especiales.
La fogata se prendió a las diez y a la media noche, momento justo de la aparición de la reina todos deberían tirar su presente al fuego.
Los habitantes del reino Rotergham iban llegando a la plaza central para rodear la gran fogata. Las llamas crepitantes iluminaban los rostros con su luz cálida soltando pequeñas chispas que ascendían hacia el cielo. Desde un lugar de la ronda un rostro contraído en pensamientos miraba fijamente el fuego danzante.-Valentía, ¿estás bien?.
Sus ojos seguían en las llamas pero la voz la despierta provocando que lanzara una mirada a la rueda de personas.
-Sí, estoy bien -miró los ojos celestes a su derecha.
Su compañero le tomó la mano y le regaló una sonrisa con los labios apretados volviendo sus ojos al cielo nocturno.
-Mira, ya sale nuestra madre.
Y en efecto, se vio resurgir de detrás de la torre gótica.
Una multitud de voces le vitoreaban, decenas de manos le aplaudían y brazos se alzaban queriendo tocarla, algunos ojos brillosos por las lagrimas.En el balcón principal frente a la gente apareció el príncipe Makim extendiendo las manos en señal de silencio, inmediatamente todos callaron y sólo fue roto por su voz entonando el himno en honor a ella.
Las voces comenzaron a unirse y brazos se ubicaban en el hombro del costado acompañando el mágico cántico con un pequeño movimiento hacia los lados. Los corazones se hinchaban y las gargantas subían de tono uniéndose la una con la otra en un coro sin errores. Todos tenían una sonrisa, algunos lloraban de emoción. Sentían que su cuerpo volaba, que su alma se llenaba, un momento tan especial para compartir entre hermanos.
Hijos de la Luna.
Tantos sentimientos transmitidos en esa ceremonia, las almas llegaban a fundirse convirtiéndose en una sola.
Las muchachas comenzaron a desprenderse de la cadena acercándose al fuego a danzar, moviendo caderas y brazos, de ojos cerrados bailaban con el alma desnuda. Las faldas se abrían y cerraban, se balanceaban, se aderian a sus piernas joviales que se movían con sensualidad. Los jóvenes quedaron en la ronda cantando y dando ritmo con píes y manos, rotando alrededor de las muchachas, viéndolas con ojos encendidos.
El fuego cambiaba de tonos y las llamas se movían bruscas acompasadas de los cuerpos. La energía y la vibra era tan pura que se veía a simple vista como una aurora boreal plateada.
Palmas, píes, caderas. Almas. Noche mágica.
Rato después, cuando todos vaciaron su energía las voces comenzaron a bajar de tono, las palmas de ritmo y los taconazos cesaban. Cada vez menos muchachas bailaban.
La voz profunda del príncipe resonó desde lo alto.
-Hermanos, ya es momento de dar su presente a nuestra reina madre.
En contraste con la energía del baile y el canto, los hijos se acercaban a paso tímido a entregar su papel, como temiendo faltarle el respeto. Makim fue el último en tirarlo desde el balcón dando por terminada la mística adoración.
Los habitantes del reino se retiraban a sus hogares sintiéndose completos. Cumplieron, crecieron, aprendieron.
Por el sendero de Los Suspiros dos personas regresaban a casa en silencio.
Hasta que uno de ellos lo rompió.
-¿Qué decía tu presente?- le pregunto su amigo con curiosidad.
-Que sigo siendo la misma -respondió Valentía.