Prólogo

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Las gotas cayendo como el tic tac de un reloj era lo único que le indicaba a Mey que el tiempo seguía corriendo. Encerrada, en aquella habitación la cual pensó que perfectamente podría haber sido utilizada como búnker si hubiera una catástrofe nuclear. Claro que para ello tendrían que limpiarlo un poco; y poner algo de comida. La mezcla de su estómago rugiendo con la situación en la que se encontraba, y a eso sumándole el dolor en la sien que estaba experimentando… Si no hacía algo pronto las cosas iban a terminar mal. Bueno, si puede ir a peor.
Sentada en aquel frío suelo metálico, con el cual ya se estaba familiarizando, comienza a golpear la parte trasera de su cabeza con la pared fuertemente. El sonido rebotaba por toda la habitación y continuaba por el pasillo, escapando por las rejas metálicas y oxidadas que conformaban la puerta.
Al cabo de unos segundos, el sonido de unas pisadas fuertes aproximándose se comenzaron a escuchar.
-¿Se puede saber que estás intentando ahora? –. Dijo a lo gritos esa voz masculina que a Mey había irritado hasta el cansancio. Aunque para ella, y aún después de todo lo que pasó, seguía siendo la voz de un amigo.
Mey alzó la vista al chico desde su rincón de aquella habitación cinco estrellas. Alto, con una buena forma física a causa del deporte y posiblemente una buena alimentación, unos ojos negros que parecían brillar en aquel lugar descuidado y un cabello del mismo color al estilo Gale de las películas de los Juegos del Hambre, quizá se creía él, y hasta Mey reconocía algún parecido, pero eso no viene al caso.
Ella percibió el odio en su mirada, lo que la hizo esbozar una leve sonrisa. Últimamente el peligro le causaba eso. Quizá era parte de su nuevo yo.
- Tenía que llamar tú atención- Contestó -. Mira. Se me que me has dicho que no tengo derecho a comer algo, que merezco la muerte por ser un monstruo y que… - Cortó su comentario lleno de sarcasmo al ver que la única persona con la que estaba hablando  desde hace quién sabe cuántas gotas caídas se estaba marchando. Rápidamente se mueve hacia la puerta, apoya sus manos en los barrotes y asoma su cabeza por el vacío que hay entre ellos - ¡Eh! ¡Necesito saber cómo está! –. Dice lo más alto y de la forma furiosa posible.
Su encarcelador se detiene.
No estaba segura, pero a Mey le pareció escucharlo reír. Lo cual hizo que en su mente reinara la idea de que, si algún día salía de ahí, lo primero que iba a hacer era encargarse de que él no tuviera más motivos para hacerlo. Ya iba sumando varias.
-Él está… bien –. Contesta el chico aún sin moverse del lugar donde había quedado – Se ve que tiene más materia gris que tú en su cerebro como para no intentar matarse –. Otra vez río.
Mey se tranquiliza ante el comentario, en otra situación hasta se hubiera reído, pero el ambiente no lo ameritaba. En su lugar decidió seguirle el juego, no quería que se diera cuenta lo mucho que estaba sufriendo.
-Tienes que entenderme, durante mi… hospedaje no me han tratado de una manera muy cordial-. Se sentó cruzando las piernas confiando en que el chico vendría –. Necesito socializar con alguien. Ya sabes, cosas de alguien normal.
Y así fue.
Sentado enfrente de ella, separados por una distancia razonable y unas rejas, el chico siguió con esa conversación.
-Hasta donde yo sé, los monstruos como tú no merecen ser tratados como humanos-.
Otra vez esa palabra. Ella no lo iba a decir, pero cada vez que el chico la llamaba así pensaba “Bueno, seré un monstruo. Pero sé que te traigo loco”.
En vez de cavar su propia tumba, la cual igual ya estaba hecha, decidió simplemente pasar por alto el “halago”.
-Hombre… Pues te sorprenderá saber que hasta tengo sentimientos –. Dijo mientras apoyaba su frente en una de las rejas.
Su captor ante la mentalidad que estaba presentado Mey decidió guardar silencio. Por lo que ella suspiro y reincorporo su postura anterior harta de la situación. Después de todo, ya se había resignado con la idea de escapar. Lo único que le quedaba era pasar el tiempo hasta que llegaran a matarla.
De solo pensarlo su expresión se volvió completamente fría y reflejaba el vacío y la angustia que le provocaba. Morir. Tan joven y con tanto para conocer y vivir.  Aunque eso no era lo que en verdad dolía, sino el no poder ver más a su familia y a sus amigos, y que además estos no vayan a saber que le ocurrió.
Por otro lado, estaba el no ver más a su compañero en este juego, por así llamarlo. Aquel que estaba a tan solo unos metros, en una habitación seguramente igual a esta. A él le esperaba un destino igual al suyo, y todo por su culpa.
-¿Sabes qué no siempre fuimos esto? Hace casi un año ni me imaginaba que terminaría aquí, y menos contigo-. Prosigue Mey. Al ver que captó su atención se acerca a él – Lo haces más llevadero. Esto, de morir en completo sufrimiento… pero no se lo digas a los otros gorilas –. Susurra en forma de broma.
Con las últimas palabras Mey por fin logró que su captor riera a causa de un comentario suyo y no de ella. “Quizá ya está cediendo” pensó, aunque sabía que no iba a cambiar en nada.
-Pues si no hay de otra, y ya que es esto o ir a ver como él otro llora por su mami… - Comenzó a decir el chico, pero al ver que a ella no le causaba risa, aclaró su garganta y prosiguió- Cuéntame cómo fue todo-.
-Erase una vez-. Dijo Mey más animada– Bueno, capaz así no-. Se paró un momento pensativa y continuó- Para que entiendas bien tendría que comenzar el día que Nath llegó al colegio-.

Slaves of the Moon [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora