Lauren se encontraba frente a la puerta blanca de la cerca y miraba fijamente la enorme casa blanca. Situada lejos de la calle, tenía verdes praderas de césped en declive, arriates de flores bien cuidados y grandes árboles de sombra, uno de los cuales tenía un columpio colgado de una de sus gruesas ramas. En el porche, varios jóvenes estaban sentados en sillas de mimbre,bebiendo lo que parecía ser té helado y manteniendo una animada conversación. Al ver los rápidos movimientos de sus manos, Lauren sonrió ligeramente. Era obvio que tenía que practicar mucho si quería manejar con tal facilidad la lengua de signos.
La puerta chirrió con fuerza cuando la abrió. Ninguna de las personas que se encontraban en el porche se volvió hacia ella. Mientras Lauren subía por el camino de entrada, escrutaba con la mirada las ventanas de la casa, esperando ver a Camila. Al llegar a la escalera, un apuesto joven advirtió su presencia y se puso en pie para recibirla.
―Hola. ¿Puedo ayudarla en algo? ―Sobresaltada, Lauren vaciló un momento tras apoyar el pie en el primer escalón. El hombre hablaba con voz monótona y curiosamente gangosa, pero pronunciaba cada palabra a la perfección y con toda claridad.
―A lo mejor. Soy Lauren Jauregui. Mi esposa, Camila, estudia aquí.
Los ojos del hombre se avivaron al oír el nombre de Camila. Sonrió, sin dejar de observar con evidente curiosidad a Lauren.
―No es usted tan guapa como ella dice.
Este comentario desconcertó a Lauren, y soltó una carcajada.
―Lamento decepcionarlo.
―No estoy decepcionado. Yo la considero a usted como mi rival. ―Un inconfundible brillo iluminó sus ojos. Tendió la mano derecha―. Me llamo Austin Mahone.
Lauren se quedó mirando la mano extendida. Después de vacilar un momento, se la estrechó.
―Me suena ese nombre. Mi ama de llaves, Dinah, lo ha mencionado en varias cartas. Entiendo que ha estado usted cortejando activamente a mi esposa.
Austin se rió.
―Lo he intentado.
―¿Ha tenido algo de suerte?
―Aún no.
Lauren se rió a su pesar. Aunque no le gustaba reconocerlo, aquel hombre le resultaba simpático.
―Me tranquiliza saberlo.
―Camila es muy fiel. Somos buenos amigos, nada más.
Lauren siguió subiendo las escaleras.
―Ella está aquí, ¿verdad?
―Está en clase en este momento. ―Sacó un reloj del bolsillo de su chaleco―. En diez minutos habrá terminado.
Lauren no quería esperar diez minutos, pero supuso que no le quedaba más remedio. Se apoyó contra la baranda del porche y cruzó los brazos.
―¿Cuánto hace que estudia usted aquí?
―Soy profesor.
―Ah.
Austin sonrió abiertamente.
―Muchos de los profesores de esta escuela son sordos. Aunque no lo crea, eso facilita nuestra labor. Entendemos mejor la situación. También hay profesores que no son sordos. Los necesitamos para las clases de pronunciación. Como es obvio, yo no podría saber si un estudiante está pronunciando correctamente una palabra.
Lauren asintió con la cabeza.
―¿Cómo le va a Camila?
A Austin se le borró la sonrisa de la cara.