Sucedió hace un mes y medio. Me levanté un poco confundida debido a los sacudones de mi madre, (yo había venido a pasar unas semanas a Punta Alta, donde ella sigue viviendo), y apenas podía abrir los ojos; la noche anterior me la había pasado ayudando a mi marido con la finalización de un proyecto y la toma de decisiones, lo cual, acabó bastante bien (y bastante tarde).
Mi madre gritaba y yo me vestía, hasta que por fin logré entender de lo que estaba hablando, ya que balbuceaba aceleradamente algo como:
-Había mucha sangre y yo... yo no me di cuenta, y entonces vino Javier, sí, el chico nuevo y me dijo su nombre y yo no pude reaccionar Abril, no pude, pero entonces, se me encargó hacerme cargo de los temas legales y yo no quise, no pude, la llamé a Cristina, para que hablase con la familia, pero nadie contestaba; y no quise verlo, lógicamente, pero creo que ya lo sacaron de ahí, juro que no sé por qué, no lo conozco mucho. Conocía. No lo conocía mucho pero sé que fue alguien importante para vos, Abril lo siento mucho, en serio, yo...
En este punto la detuve. La agarré por los hombros, la senté en una silla, e hicimos ejercicios de respiración para que se tranquilizara, su nuevo trabajo en la policía le estaba afectando, le di un vaso de agua y en un tono de voz muy suave y delicado (el cual aprendí a utilizar con mis pacientes), pregunté:
-Ahora sí, ¿qué pasó?
Jamás podré quitarme esas palabras de mi mente, la expresión de su rostro, la del nudo en la garganta, mirada triste y cejas hacia abajo. Por un momento sentía que jamás me había levantado de la cama, que esto era una pesadilla. Y entonces fui yo quien se tuvo que sentar y tratar de respirar.
-Se suicidó... Mariano, se suicidió.
Comenzó a darme detalles de lo que encontraron en el lugar, una nota, muchos tipos de drogas, y cortes distribuidos por su cuerpo; pero no podía asimilarlo, es decir; es algo que no debería haberme sorprendido, era una posibilidad bastante real desde que tengo memorias con él, pero, se sentía bastante lejano, jamás creí que tendría que pasar por eso.
No quise hablar, me metí en la cama; no pude dormir, ni siquiera mi gata estaba ahí para hacerme compañía. Me levanté, tomé un par de ansiolíticos del cajón, comencé a preparar valijas, tenía que salir de ahí cuanto antes, pero entre prenda y prenda, las lágrimas no dejaban de brotar y simplemente exploté.
Perdí el control, revoleé las maletas por toda la habitación, me vestí, hice un café por inercia y salí directo a caminar. Me sentía un zombie, ni siquiera sabía cómo reaccionar, e incluso me sentía estúpida por no saberlo. Jamás espera que tu amigo de la adolescencia se suicide 10 años después.
Luego de un par de horas regresé a casa. Me di cuenta que mi madre había hecho mis valijas por mí, y había un plato de mi comida favorita en la mesa. No dijo nada, sólo prendió la televisión, y comió en silencio. Lo medio entendí, ¿qué podría decir ella?
Terminé de comer e hice lo que no había tenido fuerzas para hacer hasta el momento, revisé mi teléfono, ignorando las redes y el trabajo y fui directamente a hablar con Tomás. Por sus últimos mensajes, asumí que no lo sabía; no soy buena dando malas noticias. Lo omití. Le dije que me espere a la madrugada en Ezeiza, que estoy yendo para casa.
-"¿Está todo bien, Amor?"
-Todo bien, hablamos en cuanto baje del avión.
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Fue hace dos años, a mis 26 años. Él quería Suiza, yo quería playa, Sicilia; y gané. Analizamos paisajes, vestimenta, fechas, invitados, buffet, fotógrafos, y sobre todo, música.
Fue en primavera, un día que no helaba y que Europa olía a amor. Un 28 de abril. La mejor boda primaveral que haya existido jamás.
Los meses previos fueron idas y vueltas, ultimar detalles, miles de catálogos, e invitaciones.
Lo hicimos a lo grande, tanto que incluso gente del lugar asistió.Duró 14 horas. Así es. Bailes, palabras sinceras, miradas de amor, el beso y los anillos en la puesta de sol, mientras nos retrataban artistas de primera y los mejores fotógrafos.
Hubieron muchas felicitaciones por nuestra gente, y nuestros padres no podían parar de llorar. He visto cómo su padre abrazaba a Tomás de lo más fuerte, cómo si supiera que todo estaba más que bien, y que fuese lo que fuese, "lo estaba logrando".
Mi madre y mis hermanas nunca me habían halagado tanto, y el pequeño Dantecito, con sus 4 años, irradiaba amor por sus ojos.El costo fue lo de menos, las ventas del cómic de Tomás habían sido un gran éxito en Argentina, ubicándose en el puesto #7 a nivel nacional. Incluso tenía una pequeña comunidad de fanáticos en redes.
Por mi parte, yo estaba cobrando un buen sueldo mientras hacía mi especialidad. En lo personal, siempre quise dedicarme a la neurocirugía, o en su defecto, algo relacionado con la fisiología o genética; pero en el momento que descubrí la cardiología, supe que era para mí.
La fiesta fue un descontrol; entre fuegos artificiales, nuestro amor y la música en vivo; perdimos la cuenta de los tragos de clase alta que bebimos. Nos pasamos riendo y bailando entre medio de la gente.
Finalmente recogimos los regalos que pudimos, mientras que los organizadores de eventos empacaban el resto para enviarlos por correspondencia, para posteriormente, limpiar todo. Agradecimos a las pocas personas que quedaban; subimos a Dante al asiento trasero (el pequeño se había dormido con su primo, Elías; hijo de Álvaro, en el auto del mismo), y marchamos al hotel.
La luna de miel sucedió en un abrir y cerrar de ojos, entre aeropuertos, la sorpresa de nuestro bello hijo ante los paisajes de Europa, sabores nuevos, y por sobre todo, un amor en el pecho que creo, jamás podré volver a sentir.
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-Franco, estás muy ebrio, ¿en serio, hermano?, ¿cómo se te ocurre preguntar eso?, ¿no recordás nada del último tiempo? - dijo con un tono de reprimenda Tomás mientras se tambaleaba en su silla.
Franco miró a todos, confundido. Se percató de que había dicho algo malo. Se intentó justificar, aunque no sabía de qué estábamos hablando. Lo noté. Porque lo conozco.
No pude contener las lágrimas, sólo me fui al baño. Un poco mareada, pero no ebria, comencé a mirar desde el teléfono fotos antiguas, preguntándome y diciéndome a mí misma:
"¿Dónde estás? Deberías estar acá, con nosotros, celebrando. ¿Dónde fuiste a parar? Sólo espero que, sea donde sea que estés, espero que estés en paz."
Me limpié el sollozo con la manga derecha y salí del baño.
Por el ambiente silencioso y pesado que había en la sala, me di cuenta del impacto que Franco llevaba en el rostro, como si hubiera recordado todo. Y la tristeza era palpable. Decidí dar por finalizada la reunión, con la excusa de que ya era tarde, y acordando juntarnos en otra ocasión.
Había sido la primera vez después de aquello; y pese al tiempo transcurrido, algo parecía faltar...