Prefacio

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Una gotera.

El resonar de mis botas, el crujir de la antorcha que llevo en la mano derecha, mi respiración, el latir de mi corazón. Puedo escucharlo todo claramente en el silencio abismal que reina en el pasadizo.

Alzo el brazo hendiendo el aire frente a mí. Gruesas capas de telarañas se enredan en mis dedos y un repentino chillido casi me hace soltar un grito Tres sombras pequeñas se escabullen rápidamente más allá del círculo de luz de mi antorcha. Me detengo un momento y apoyo la mano en la resbaladiza pared de piedra respirando profundo, el olor a humedad y excrementos de rata me provocan una arcada.

Sigo avanzando hasta que me encuentro con los dos caminos. "El primero al sur será", repito.

Al acercarme me doy cuenta que el pasadizo se va haciendo cada vez más bajo y angosto. Aprieto los dientes y cierro los ojos. "Tengo que hacer esto, Tengo que verlo" , me repito.

Antes de que no me quede otra opción más que arrastrarme en el suelo, dejo la antorcha y la apago dando paso a una oscuridad más abismal que el mismo silencio. Cuando mis ojos se acostumbran a la lobreguez, puedo ver en el fondo del estrecho una delgada línea de luz.

Me quito la capa y la sobrevesta y empiezo a arrastrarme por el sucio, húmedo y rasposo suelo de piedra, cada movimiento me provoca un intenso dolor en los codos y las rodillas. De pronto siento húmeda la camisa en la parte del codo derecho y me llega un tenue olor a sangre.

- Perfecto – mascullo entre dientes.

Me sigo arrastrando hasta que por fin llego al final del túnel, está sellado, pero la roca tiene una pequeña ranura por donde se cuela el delgado hilillo de luz de una alcoba al otro lado. Asomo un ojo.

Lo primero que veo es la punta de un candelabro de veinte velas colgado del techo. Me impulso un poco más y siento el desgarre en el codo. Me muerdo lengua y trato de mirar más abajo. Apenas puedo distinguir la mitad de un dosel, pero estoy segura que él debe estar en esa cama. Alguien está sollozando.

Siento un nudo en la garganta y me tapo la boca para no hacer ningún ruido.

- ¿Sabes que es lo que más me fascina de las personas? – dice una voz extraña. Una voz profunda y hueca, tan aterradora que siento como se me eriza la piel de todo el cuerpo - Me fascina que no importa cuántas veces cometan el mismo error, nunca aprenden –

Alcanzo a ver la mano enguantada en cuero negro de un hombre que pasa los dedos por encima de las velas que hay sobre el nochero, luego veo su cabello. No puede ser verdad.

- Por favor – solloza una mujer y aunque no la puedo ver, reconozco su voz de inmediato – por favor, dijiste que no le harías daño –

Siento que el corazón se me oprime y el nudo en mi garganta se vuelve insoportable.

- ¿Dije? – suspira el hombre mientras estira la mano a la altura del rostro de la persona que está en la cama – no lo mal intérpretes, no es personal –

La mujer por fin aparece en mi campo de visión y cae de rodillas junto al hombre, llorando. Pero es demasiado tarde. Casi de inmediato llegan los gritos agónicos de la persona que yace en la cama.

Los gritos agónicos de él.

Trato de ahogar los alaridos pegando la frente en el suelo y tapándome los oídos. Pero no puedo dejar de escuchar y siento como mi corazón se parte en mil pedazos porque no puedo hacer nada.

- ¡Basta por favor! ¡Basta! – Implora la mujer.

No es una súplica normal. Es la súplica de alguien que lo está perdiendo todo.

La Tumba del Sol Donde viven las historias. Descúbrelo ahora