Me levante hecha un manojo de nervios con la frente llena de sudor y mis ritmos cardiacos por las nubes, ajuste mi mirada cuando el sol se hizo paso a través de mi ventana y me acaricio la cara. ¿Porque seguía soñando con eso? ¿Algún día pararía? No lo sé. Lo que si se es que llevo soñando lo mismo durante, aproximadamente, un año, y todavía no me acostumbro.
Decidí dejar de lado los eventos ocurridos en mi subconsciente, agarrar un par de pantuflas e ir al baño. Era domingo así que no debía preocuparme por llegar a tiempo a ningún lado. Los domingos son mi día de relajación, debido a que mis padres se van con sus amigos a jugar golf o algún otro deporte aburridísimo que los haga parecer de la alta sociedad, mientras yo me quedo en casa fingiendo que no existo y que no soy una vergüenza para mi familia. De seguro te preguntaras: ¿Y sus amigos? ¿Por qué no sale? Bueno, no tengo amigos. Lose, suena deprimente, pero, la verdad estoy bien así. No me malinterpreten, no es que no quisiera tener amigos, sino, que no soy muy buena hablando con personas que no conozco, o que si conozco, o con personas en general. Entonces decido hacerle un favor al mundo y evitarle pasar un incómodo momento al hablar conmigo, y también me hago un favor a mí de no dar más razones para ser ridiculizada.
Al salir del baño, baje por las escaleras, contando cada escalón, y me diriji a la cocina. Me acerque a la isla de mármol en el medio de la espaciosa cocina, agarre una de las sillas de madera fina que estaba colocada a su alrededor y la arrastre hasta que estuviera debajo de la alacena. Me subí a ella, abrí las puertas de madera blancas de la alacena lista para coger lo que necesitaba. Bufe al darme cuenta de que la caja de cereales estaba en el último estante y no en el estante del medio como siempre. Tome una bocanada de aire y estire mis brazos. Una sonrisa de victoria se hizo presente en mi rostro cuando mis dedos acariciaron la superficie de la caja, para luego desaparecer cuando me di cuenta de que en lugar de haberla atraído hacia adelante, la había empujado más para el fondo.
— ¿Necesitas ayuda? —Una voz burlona hizo eco en la cocina, haciéndome saltar un poco de sorpresa y casi perder el equilibrio arriba de la silla. Volteé la cabeza y me encontré con la sonrisa burlona de Noah, mi hermano mayor.
— No necesitó tu ayuda. —Bufe ofendida, haciendo énfasis en la palabra “Tu”. Sabía que sin ayuda jamás alcanzaría la caja de cereal, pero no estaba dispuesta a darle la satisfacción de admitir que era muy baja como para alcanzarla. No es que fuera muy terca y orgullosa como para no aceptar ayuda en algo tan simple y estúpido como una caja de cereal, sino, que desde hacía varios meses Noah y yo habíamos estado discutiendo sobre mi capacidad de vivir en mi cuenta, él por su lado creía que no duraría ni un día sin llamarlo para pedir ayuda y yo, cegada por su ofensa, le afirme que no era cierto. Lo que nos hizo empezar esta tonta competencia de quien necesitaba más al otro. Sabía que en parte él tenía razón, pero no pensaba dar el brazo a torcer, y admitir que no podía alcanzar la caja de cereales seria darle, en parte, la razón. Además mi pequeña estatura siempre fue causa de burlas por parte de mi hermano, quien con solo 18 años, ya medía 1.90 metros de estatura.
Mire por el rabillo del ojo la caja que había desaparecido en el último estante una vez más y me baje de la silla.
— Como usted diga, pitufo gruñón. —Murmuro lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara. Y yo suprimí un suspiro exasperado ante su pequeña referencia. — ¿Cuándo vas a admitir que no puedes vivir sin mí?
— Nunca. —Me reí.
— Si, seguro. —Dijo sarcástico.
Conversamos un rato. Cuando digo conversamos me refiero a que yo escuchaba atentamente mientras él me contaba sobre las audiciones para conseguir un nuevo guitarrista para su banda serian en dos semanas y estaban todos muy emocionados. Muchos pensarían que no hay nada más denso que escuchar a su hermano platicar sobre su banda toda la mañana, pero, a mí me resultaba totalmente interesante. Sabía que la música era su pasión y verlo hablar de algo que ama tan entusiasmado me hacía feliz.
La plática murió al ver que ninguno discrepaba en nada de lo conversado. Eche un vistazo al reloj y leía las 10:30PM. Me alarme cuando recordé que mi cita con el psicólogo comenzaba 10:55PM. Cuando Noah abrió el refrigerador cogí una manzana y me dirigí a la entrada. Me coloque mi poleron gris, guarde mi celular en el bolsillo y salí.
Nunca nos saludábamos. No pidan razones porque no lo sé. Él ha sido así desde que tengo memoria y parece tener sus razones para hacerlo, por eso nunca se lo cuestione.
Camine hasta la parada del autobús, inmersa en mis pensamientos. Tome asiento en la banca de espera y saque mi celular. No tenía mensajes, ni llamadas, ni absolutamente nada que mirar en aquel artefacto, pero cuando llegue a la para había un par de personas esperando allí, algunos escuchando música, otros mandando mensajes y otros conversando; Y no me quería parecer una solitaria y mucho menos una rarita mirando como los demás conversan, eso sería demasiado tétrico, entonces pretendería que estoy haciendo algo mientras en realidad entro y salgo del menú de inicio.
— ¿Entretenida? —Una profunda voz susurro en mi oído haciéndome saltar. Mis mejillas se tornaron rosadas al ver al dueño de esta misma. Su cabello era oscuro azabache al igual que sus ojos, haciendo un perfecto contraste con su piel pálida. Una sonrisita arrogante decoraba su rostro. Dejo salir una risita por sus labios ante mi falta de respuesta. — ¿Te comieron la lengua los ratones?— No. —Susurre. Estaba tan perdida en descifrar aquel misterio que sus ojos ocultaban que no note cuando el autobús llego. Lo único que hacia este momento peor es que él sostenía la mirada y su sonrisa burlona no se desvanecía. Juro que podía pasarme todo el día mirando esos ojos.
— ¡Oye niña! ¿Subes o te quedas? —El grito del conductor intervino. Su sonrisa se amplió hasta mostrar sus blancos dientes.
— Creo que esa es tu señal —Dijo entretenido. — Adiós, linda.
Y con esas palabras, giro sobre sus talones y se empezó a caminar hacia el otro lado. Yo subí al autobús y me disculpe con el conductor. Camine hasta el último asiento del fondo ignorando las miradas de desprecio y enfado que los pasajeros me estaban dando.