Theodore Nott

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Theodore Nott

Era un hermoso día de verano, el cielo no tenía ninguna nube, el sol brillaba y las pequeñas flores caían lentamente mientras jugaban con la brisa. Unas pequeñas manos se extendían abiertas hacia el cielo mientras su propietaria giraba lentamente. Se escuchaba su risa melodiosa y cantarina. Llevaba una corona, hecha con las mismas flores que caían, adornando su rubio cabello.

Seguía escuchando esa risa, pero poco a poco se convirtió en un ulular…abrió sus ojos con pereza, miró el techo  y luego volteó hacia la lechuza que estaba en su jaula abierta junto a la ventana, volvió la vista al techo y trató de recordar algo más de ese sueño tan recurrente. Pero no había caso.

Miró el reloj sobre la mesita de noche, ya casi eran las ocho. Se apresuró a levantarse. Cambió el vendaje de su hombro izquierdo. A sus 12 años Theodore Nott había sufrido muchas heridas a manos de su padre, esa era la última, el motivo, según su padre, tardó demasiado en nombrar los ingredientes para la poción calmante, entonces para que los recordara bien, lastimó su hombro izquierdo, para que tuviera que utilizar dicha poción.

Theo era un niño delgado, desgarbado y alto, su cabello era negro como el de su madre, y sus ojos iguales a los de su padre, de un azul eléctrico, algo hipnotizante, que generalmente llamaba la atención, cosa que a él no le gustaba, prefería pasar desapercibido, era algo solitario. Solo tenía tres amigos, los tres de sangre pura, cuyas familias eran amigos de su padre, y los tres al igual que él pertenecían a Slytherin en Hogwarts.

Miró su baúl y no pudo evitar una pequeña sonrisa que desapareció tan rápido como apareció, ya estaba todo listo ese mismo día tomaría el tren a Hogwarts, y no tendría que ver a su padre hasta navidad. Esa era la razón principal por la que le gustaba ese colegio.

Desde pequeño su padre se había empeñado en educarlo y sus métodos no eran los que usaban en Hogwarts, con él si no hacías bien las cosas al tercer intento como mucho, te llevabas una bofetada, cuando estaba de buen humor, situaciones que eran muy pocas.

Mientras los otros niños crecían jugando, leyendo cuentos y recibiendo el cariño de sus padres, Theo lo hacía entrenando defensa personal, estudiando hechizos, pociones y maldiciones. La única persona que le había dado cariño fue su madre, ella si lo trataba como un niño, siempre asegurándose que su padre no estuviera cerca, era la única persona por la que él sonreía, pero cuando él tenía nueve años, su padre un día se enfureció con ella y… bueno, desde ese día las sonrisas de Theo se murieron, eso creía él, porque sabía bien que desde entonces no había vuelto a sonreír de verdad como lo hacía con ella.

Desayunó junto a su padre sin decir una palabra, solo asentía o negaba cuando le indicaba o preguntaba algo. La verdad era que Theo no veía la hora de irse de esa oscura, tétrica y horrible casa.

Una vez en el tren se encontró con sus amigos, Draco Malfoy, Blaise Zabini y Pansy Parkinson. Escuchó su conversación interviniendo solo si era absolutamente necesario. En verdad compartían mucho más de lo que cualquiera creería, los padres de sus amigos eran un poco como el suyo, aunque eran mucho más tolerantes que su padre.

Blaise tenía un corte en el brazo aunque se lo hizo al caer de su escoba. Le mostró la herida a Theo y este ya sabía que era lo que su amigo esperaba. Theo sacó su varita, murmuró un hechizo y el corte comenzó a cerrarse rápidamente.

─¿Por qué no lo curó tu madre? ─Pansy como siempre sin poder contenerse, él le sonrío como de costumbre.

─¿Estás loca, quieres que me quiten la escoba? ─todos rieron, Theo también, aunque pensó que tal vez sería buena idea, ya iban al menos ocho heridas que le curaba por ese motivo.

─Tal vez deberías aprender el hechizo así no le tienes que pedir a Theo que te cure cada dos por tres ─las palabras salieron arrastradas y Blaise miró a Draco.

─Tal vez ustedes también deberían aprender él hechizo ─y de vuelta las risas.

Entre una cosa y otra, el tren llegó a la estación, todos  comenzaron a bajar, ya con los uniformes puestos. Al bajar, Theo se da cuenta que había olvidado el libro que estaba leyendo y volvió sobre sus pasos mientras sus compañeros lo esperaban charlando. Encontró su libro y salió, ya quedaban muy pocos alumnos bajando del tren, al bajar ve a sus amigos esperando al final de la estación, se encamina hacia donde ellos estaban y al pasar por una de las bajadas del tren… PAFF…

De repente se encontró en el suelo, no sabía que había pasado, comenzaba a dolerle la cabeza y el hombro herido… y sentía un peso sobre él que comenzaba a moverse, pudo escuchar unas cuantas risas a su alrededor, abrió los ojos y se encontró con una niña sobre él, su cabello rubio y ondulado estaba totalmente revuelto cubriéndole parte del rostro.  La niña se levantó tan rápido como pudo, se disculpó y le ofreció su mano para ayudarlo, pero él se negó a aceptarla, solo frunció el ceño y miró a sus amigos que se reían, la niña volvió a disculparse y se alejó saltando hacia donde estaban los de primer año. Theo la observo sin cambiar su expresión, y no pudo dejar de notar la expresión burlona y el cuchicheo de dos niños, de primero, al verla pasar…  de repente volvió a sentir un tirón en el hombro izquierdo, cerró los ojos sacó su varita y dijo el hechizo para curarlo.

Theo no pensó en esa niña hasta que la vio en el taburete con el sombrero seleccionador en la cabeza, algo le llamaba la atención de ella, pero no sabía que. Sus amigos rieron al verla dirigirse a la mesa de Ravenclaw. Ella miraba todo a su alrededor y por un momento sus miradas se cruzaron, sus ojos eran de un hermoso celeste, parecían cristales brillantes, y de repente sonríe, Theo aleja su mirada y se centra en su plato y sus amigos que hablaban, tratando de quitar de su mente esos ojos y continuar como si nada.

Con el tiempo supo que esa niña era Luna Lovegood, mejor conocida como Lunática, la persona más torpe y distraída que Theo había conocido en su vida, siempre estaba mirando el cielo, el techo, el piso, entre los arbustos, bajo las rocas, como si buscara algo constantemente, cada alumno de Hogwarts se burlaba de ella, pero lo que más llamaba la atención a Theo era que ella nunca reaccionaba mal, siempre respondía con una sonrisa era extraña, muy extraña y su mirada solía perturbarlo. No era que él estuviera pendiente de ella, él jamás haría eso, sabia eso porque era lo que la mayoría comentaba, además era una constante que ella chocara con alguien cada dos por tres, por estar distraída y Theo parecía haberse vuelto una costumbre al salir de la clase de pociones, cada dos o tres semanas era seguro que ella chocaba con él.

Theo solo la miraba con el ceño fruncido, ella se disculpaba y continuaba su camino, nunca intercambiaban más palabras que un “lo siento” y “fíjate por donde vas”. Después de algunos meses igual Theo decidió que ya era suficiente, y si era necesario viviría igual que en su casa, siempre con todos los sentidos alertas, lo bueno que tenía Hogwarts era que podía relajarse, pero ahora perdería eso por toda la torpeza y distracción de esa chica. Desde entonces ya no chocaba tanto con ella, y se rozaban de vez en cuando, por increíble que fuera en ocasiones le era imposible esquivarla, había algo raro en ella pero eso no era algo que le importara tanto.

Estaré siempre para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora