Capítulo 4. Este cuarto es más grande que mi apartamento

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Abro los ojos, aturdida, y me intento levantar a duras penas, aunque tardo un rato en situarme, mientras me masajeo las sienes.
Dios, creo que me va a explotar la cabeza.

Miro a mi alrededor, sin reconocer el lugar, y veo que estoy en una habitación oscura, sin más colores que el negro, gris y plateado, con un estilo moderno con algunos elementos más clásicos. Parece una de esas fotos tan perfectas que te ponen en las revistas de muebles del IKEA.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?
Siento una punzada de dolor que me recorre del hombro por todo el brazo y entonces lo recuerdo todo: el bosque, el lobo, el miedo, la sangre.

Me toco el hombro y noto una tela suave en él, completamente diferente a la sudadera que llevaba puesta, que ahora está a los pies de la cama. Miro para la herida y veo una venda blanca cubriéndome el hombro, con una mancha de sangre, y me sorprendo al descubrir que lo único que llevo puesto en la parte de arriba es mi top rosa (Si, tengo 19 años pero al parecer mi cuerpo detuvo su desarrollo a los 16 porque sigo siendo la misma tabla que en ese momento. Lo positivo es que puedo permitirme comprar los tops en la sección de pre adolescentes, que es más barato para mi bolsillo).

- Dios mío, no puede ser - exclamo en voz baja, levantándome como puedo para coger mi prenda. Pero nada más agarrarla, descubro que lo único que queda de la sudadera son girones de tela gris.

- ¿A qué lugar de locos y salvajes he ido a parar? - pregunto en alto, confusa y algo nerviosa.

Busco frenéticamente por toda la habitación algo de ropa para poder ponerme pero no encuentro nada.

¡Este sitio es enorme! ¡Tanto como mi apartamento entero! Pero eso si... ¡NO HAY NI UNA SOLA PRENDA!

Vamos a ver, Danna, céntrate. ¿Qué pudo haber llevado a alguien a traerme aquí? Me han metido en una habitación lujosa así que no parece que quieran hacerme daño, no hay nada que temer. Lo que no sé es por qué, por qué a mí entre otros.

Mi madre no es rica así que no creo que sea para pedir un rescate, tampoco tengo familiares de la mafia o metidos en el negocio de la droga, al menos que yo sepa; y creo que no he ofendido a ninguna persona importante que pueda querer venganza.

Tras lo que me parece una eternidad de pensar posibles explicaciones, siento el impulso de mirar la hora en el móvil.

Espera, ¿Dónde esta mi teléfono?!
Me pinzo el puente de la nariz.

Siento que esta situación es superior a mí, el miedo, el desconcierto, el no saber que pasará... Empiezo a dar vueltas por la habitación, intentando acallar las miles de preguntas y escenarios que me viene a la mente, y mi facilidad para inventarme cosas no hacen más que aumentar mi terror al ponerme en el peor de los casos.

No puedo soportarlo, cuando algo se escapa de mi control, cuando hay algo que se me hace muy grande, la presión puede conmigo y odio esa sensación, porque me siento impotente.

A lo largo de mi vida, he aprendido a mostrar una máscara de felicidad y energía absolutamente todo el tiempo, una actitud desafiante, fuerte y despreocupada; una apariencia cariñosa, amigable y divertida; todo eso es lo que ven los demás. Pero han sido pocas las veces en las que me he quitado esa máscara, esas pocas veces, en la soledad de mi habitación, en las que me he permitido dejar salir todo lo que tenía retenido, todas las emociones que siempre me molestaba en controlar y ocultar.

Esta es una de esas veces.

En un intento desesperado y repentino de salir de estas cuatro paredes en busca de respuestas para acabar con toda esta confusión e incertidumbre, intento abrir la puerta de la habitación, que está cerrada con pestillo. Empiezo a dar golpes en la madera con la esperanza de que alguien me oiga.

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