Libertad en el Hielo

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Elizabeth.

Hoy va a ser un día tremendamente maravilloso. ¡Voy a salir e ir al instituto!

Bailo por toda mi habitación mientras me visto, con mi MP3 retumbando por toda la habitación al ritmo de "Call me maybe".

Ya me he duchado, lavado los dientes... ¡me he pintado hasta las uñas de color lavanda! Debo estar presentable para la ocasión, ¡llevo esperando esto toda mi vida!

Al principio había pensado en ponerme unos tejanos ajustados y mi camiseta favorita, pero cuando me he visto vestida con ello he descartado la idea. Me veía tan delgada... no quiero que los demás sepan sobre mi enfermedad porque la verdad es que paso de tener que soportar sus miradas de compasión y, si llevo unos jeans apretados se me va a notar porque mis piernas son demasiado delgadas, parece que tenga algún tipo de trastorno alimenticio. Es uno de los inconvenientes de mi enfermedad, además de otras cosas como las ojeras, aunque, por lo general, suelen ser leves, así que, con un poco de maquillaje desaparecen.

Total, que he decidido disimular mi muy preocupante delgadez vistiéndome con una falda con flores estampadas de todos los tamaños y colores, un jersey finito y corto violeta y mis bailarinas blancas. Me he peinado lo mejor que he podido el pelo, colocándome una pequeña margarita en un costado de este.

Al mirarme en el espejo me he visto bastante bien, quién diría que ayer mismo tuve un ataque...

Coloco todas mis cosas para las clases online en una mochila rosada con flores, como no, violetas. Estoy empezando a pensar que tengo un serio problema con este color y las flores...

Flores... me recuerdan a mi madre. Tengo pocos recuerdos de mis padres, puesto que murieron cuando yo tenía tan solo tres años y, durante ese tiempo, tampoco los veía mucho, ya que trabajaban por todo el mundo debido a su trabajo en la empresa de la familia de mi padre. Pero, una de las pocas cosas que recuerdo de ellos es una escena en el jardín de esta misma casa, la cual, después de su muerte, heredó mi tía, quien se ocupaba de mí mientras ellos estaban fuera.

Recuerdo estar sentada en el regazo de mi madre y a ella sentada en la suave hierba, con el vestido violeta escampado por esta. Mi padre, unos metros más allá, recogiendo margaritas. La suave brisa de primavera acariciándome tímidamente las mejillas, mi madre sonriendo ampliamente, observando a mi padre, también sonriente. Los dos irradiaban felicidad. Tía Elisa siempre dice que, en eso, soy igual que ellos.

La imagen del sol cayendo sobre el rubio y liso cabello de mi madre invade mis recuerdos, igual que su celeste mirada. Veo a mi padre estirado en la hierba, con una hoja de laurel entre sus labios, su castaño pelo revuelto por la brisa y sus gigantescos ojos verdes fijos en mí. Y siento paz.

A veces, cuando estos recuerdos vuelven a mí, les echo de menos. Pero ¿cómo es posible echar de menos a alguien a quien apenas recuerdas? Casi no sé nada de ellos, mi tía evita hablar siempre que puede sobre mis padres, supongo que le causa dolor. Por eso, para mí, James y Catherine Causey son un auténtico misterio. Eso me entristece.

Niego levemente con la cabeza, intentando echar fuera todos los malos pensamientos. Hoy es un día feliz y mis padres no querrían que me lo entristeciera pensando en ellos. Porque sí, sé que, estén donde estén, ellos siempre velarán por mí.

Sacudo la cabeza y, frente al espejo de mi tocador, situado a la izquierda de mi cama, me coloco un poco de brillo en mis gruesos labios.

Ay, Dios, estoy de los nervios. Las manos me tiemblan de la emoción (cosa que me hace bastante complicado el maquillarme) y empiezo a ponerme todavía más nerviosa cuando veo que faltan tan solo veinticinco minutos para que empiecen las clases y Jack todavía no ha venido a despedirse y a desearme buena suerte. ¿Dónde estará? Él siempre llega temprano...

Hielo en primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora