El cielo estaba despejado, el azul de este siendo mucho más visibles. Cuervos se escuchaban graznar cerca de la central nuclear, no era un ambiente nuevo por allí, eso estaba claro. La gran parte de los días eran iguales, sin embargo, aquello no era una molestia para Waylon Smithers que aprovechaba a ver el precioso azul desde su pequeño despacho. Fue interrumpido por el teléfono sobre su mesa, escuchando la voz de su jefe que demandaba por su presencia. Smithers no tardó ni un segundo en levantarse de su silla e ir lo más rápido posible al despacho de su jefe, Charles Montgomery Burns.
El señor Burns era el hombre con más dinero de Springfield y, como era mayormente conocido por allí, un demonio despiadado odiado por todos. No tenía muy buena reputación allí dado a su personalidad fría e insensible. Sin duda la gente no le echaría de menos si muriera, pero aquel viejo duraba más de lo que los demás se esperaba.
Y aún así, a pesar de tan mala reputación por gran parte de los ciudadanos de Springfield, Smithers era el único que parecía ver algo bueno en ese viejo. Algo que lo hacía tan paciente a sus constantes gritos y ordenes. Muchos trabajadores de la central pensaban que el pobre Smithers estaba loco, pero, ellos no sabían la verdad.
Desde gran parte de su vida Waylon Smithers se percató de una sorprendente verdad sobre su persona. Tantos años había tratado de poder entender a las mujeres, tener citas con ellas, llegar a tener relaciones, sin embargo de tantas experiencias, algo hizo que los engranajes de su cabeza comenzasen a rodar. Todas aquellas mujeres, todas esas relaciones forzadas, nunca significaron nada para él, nunca sintió nada por dichas mujeres. Y por mucho que sus amigos insistieran en que buscara una pareja, Smithers no lo intento más. No, no era necesario cuando comprendió que era homosexual.
Aquella revelación cambió su vida por completo.
Trato de encontrar parejas de su misma sexualidad y mantuvo alguna que otra relación con distintos hombres. En alguna hubo amor, en otras solo deseo carnal. Al menos así fue su vida tras terminar sus estudios, hasta que encontró un nuevo trabajo y se enamoró perdidamente de su jefe. El amor que sentía hacía Burns era la fuerza que lo mantenía a su lado todos los días, aguantando todas sus formas de abuso verbal y físico, solo para estar con quien amaba.
Merecía la pena?
Dímelo tú.
[...]
- Hola señor, he venido lo más rápido posible. Qué es lo que necesita? - Decía un Smithers agitado, respiración acelerada por la forma en la que corrió por los pasillos del piso.
- Ya era hora.- Burns observaba a su empleado desde la mesa de su despacho, ambos codos sobre la mesa mientras los dedos de sus manos estaban pegados entre sí, viéndose algo amenazador, como de costumbre.
No había día que este hombre no diese miedo, entre su casi constante ceño fruncido y voz áspera, aquel hombre era un demonio como todos decían. Smithers por otro lado no podía evitar ver al hombre más bello del mundo, alguien preciado con el que querría estar por toda su vida.
- Necesito que me traigas los papeles del rendimiento de la central en estas semanas. Y que sea de inmediato.
- Ahora mismo señor!
Smithers se hizo camino por los pasillos hasta llegar a las oficinas, donde encontró algún que otro empleado metidos en sus ordenadores, trabajando o quien sabe, haciendo cualquier chorrada. Eso no era importante ahora, Smithers buscaba una impresora y con suerte, esta estaba libre para su uso. Tomó asiento cerca y con el ordenador que estaba conectado a la máquina fotocopió los documentos necesarios para su jefe. Lo menos que quería era hacerle esperar.
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El Asistente y Su Jefe - Burns x Smithers
Random[El titulo sera temporal puesto que no tengo una idea de fija de como se llamara todavía]. Tras un tiempo de tranquilidad y sin muchos cambios de rutina, Waylon Smithers y el señor Burns pasaran un tiempo fuera de Springfield donde aprenderán mucho...