Todos esperábamos la llegada del rey Edwin, ya se había demorado alrededor de 20 minutos; lo cual impacientó a la mayoría de nobles que ahí residían. Yo me limité a observar por uno de los ventanales de aquella lujosa y moderna sala. Cuando se escuchó el rechinar de la puerta abrir, docenas de miradas se posaron en el llamado rey. Vestía elegantemente, y se le veía agotado, lo demostraban las ojeras en sus ojos. Era completamente normal, todos estábamos así desde el inicio de la guerra y la partida de la reina. Edwin tomó su lugar en el trono, e inquirió unas cuantas palabras con el tono de voz algo apagado.
— Por favor, tomen asiento.
Obedecimos su mandato, y cuando él hizo un ademán con su mano, uno de los nobles (El principal consejero) empezó a relatar la gravedad de la situación en la que se encontraban los territorios del oeste.
— Como bien todos sabéis aquí, el rey no ha podido conceder heredero alguno al trono, debido a su discapacidad. Además, la edad del rey también pone en riesgo el hecho de que Kelvingrode quede sin aparente mandato. Eso les ha hecho la idea a nuestros enemigos de tomar cartas en el asunto, y aliarse con el reino del noroeste.
Ante eso último, muchos nobles empezaron a murmurar entre sí, y a verse de manera tan intranquila, ansiosa ante esa preocupante situación. Todos sabían bien que Kelvingrode y Urquhart no tenían un pasado del todo bueno, por no decir que ambas naciones se odiaban a muerte.
— Por eso, hemos acudido a esta reunión para plantear algunas de las cuantas soluciones para combatir la nueva amenaza.
La sala pronto se llenó de voces con tono altivo, y se daban varias propuestas acerca del futuro de Kelvingrode.
— Yo propongo que haya guerra, nuestras tropas son lo doble mejor que las de Urquhart. — Propuso uno.
Hubo un par de personas que apoyaron eso último, mas sin embargo no podía quedarme como un observador y aprobador ante esa patética propuesta, así que use un tono de voz demandante e ingenioso para contraatacar tal barbaridad.
— No funcionaría. Las tropas actuales de guerra de Urquhart son menores, es verdad, pero no olvidéis que cuenta con el apoyo del noroeste, y sumadas esas naciones... nos rebasan. Además, el vaticano ha tenido más amistad con Urquhart que con Kelvingrode, debido a que somos protestantes.
La sala quedó nuevamente en silencio, pude deslumbrar como todas las miradas se centraban en mí, algunas con rencor, otras con respeto o admiración. No me dejé intimidar por ninguna. La voz del rey resonó por toda la estancia.
— ¿Qué es lo que propone usted, sir. Hamilton?
Las miradas egocéntricas se volvieron en temerarias ante el nombramiento de mi apellido, bien todos sabían que mi familia durante generaciones había servido a la corona de Kelvingrode, y no solo eso, si no que era una de las que más poseía tierras, propiedades, economía en todo el continente. Era, sin duda, una de gran importancia.
— Si no bien me equivoco... — Opté por levantarme de la silla en la que me encontraba postrado, para así caminar por la habitación, tratando de que el rey más que nadie viera esa expresión segura que tenía. — El rey es padre de dos brillantes princesas.
Edwin, ante la mención honoraria de sus hijas, bajó la mirada unos momentos, y volvió la vista hacia el caballero de cabello castaño.
— Propongo entonces una alianza, el fin de las guerras entre ambas naciones. ¿Y cuál mejor manera de hacer alianzas, sino el matrimonio?, podría su hija mayor ser la cónyuge del príncipe heredero del territorio de Urquhart.
Los murmullos se volvieron presentes entonces, la mayoría de ellos daba una clara aceptación a la idea que había tenido, eso en cierta forma le dio más seguridad al joven para terminar aquel argumento tan eficaz.
— Y con esa unificación, también tendría el poder de Urquhart, y por ende, a sus aliados.
Eso último conmocionó a los presentes, algunos se levantaron, algunos aplaudieron ante el apuesto joven, y otros lamentaron no haber tenido tal idea. La sala se llenó de cumplidos hacia el mismo, incluso el rey parecía recobrar ese brillo en sus ojos. Cuando el gobernante se puso de pie, las voces se apagaron; cual interruptor.
— Así pues, se hará.
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Unidos por el convenio.
RomanceDesde que vi ese matiz azulado en sus crepusculares ojos, supe que ella sería la indicada. Asechadora de todos mis sueños, ladrona de mis pensamientos, incitadora del mayor de los pecados. Y, a pesar de saberlo, estaría dispuesto a todo por ella.