Capítulo 1

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Algunos días atrás...

Kelvingrode.

Monumental reino que abarcaba la zona territorial del oeste.

Liderado por el rey Edwin Kelvingrode. Hombre ambicioso, conquistador, porta gran valentía y sobre todo un carácter inigualable con su envidiable capacidad de liderazgo. Los años no le beneficiaban del todo, mucho menos desde la lamentable muerte de su esposa, la reina Sophie Falkirk. La ya mencionada, lamentablemente murió en uno de sus numerosos intentos por concebir un varón. Para mala suerte del rey, solo pudo darle un par de hijas; Elena Kelvingrode Falkirk, una chica aventurera, y Emma Ilítia Kelvingrode Falkirk, una joven bondadosa de gran apreciación. Ningún heredero legítimo al trono, punto extra para su enemigo.

Urquhart.

Inigualable reino que abarca la zona territorial del este.

Liderado por el rey Stephan Urquhart, mayor enemigo del reino Kelvingrode. Hombre filosófico, inteligente, un poco torpe en cuanto al combate y poseedor una gran habilidad para hacerse con gran variedad de amigos. Su esposa, Adelaida Urquhart, una elegante dama de refinados rasgos pero insoportable carácter. Ambos dieron al mundo la existencia de tres encantadores seres. Liam Urquhart, un apuesto joven, heredero legítimo al trono. Le sigue por un par de años menor, la encantadora Eleonor Urquhart. Bella dama, tan astuta como su padre, de porte majestuoso y llamativas curvas. La menor de los tres, Greta Urquhart. Una tímida y encantadora joven, toda la ternura recae sobre su rostro.

Tengo posesión de ese conocimiento por la razón de que es mi deber, como heredero de las tierras de Weakham, Hamilton. Territorio que se adentra en la zona oeste. Gracias a mis fructuosos estudios a causa de las grandes riquezas de mi familia, soy envidiado por gran cantidad de personas e intelectos.

Mis gratificantes años en las instituciones más privilegiadas no fue vano, había vuelto de mi una persona analítica, inteligente, y sobre todo alguien catedrático para la gran mayoría que tenía el honor de conocerme. ¿Qué quién era?

Era el mejor,

Inigualable,

Encantador,

E increíble...

— ¡William Hamilton!, ¿Qué te dije sobre ordenar tu ropa? — Regañó una voz femenina que me era bien conocida.

Con cierto bochorno me acerqué a la procedencia de esa melodiosa voz. Al ver su rostro enrojecido, le sonreí tímidamente.

— ¡Nana!, que sorpresa que...

— Nada de nana, ¡No simules inocencia, muchacho! — Resopla ella, fingiendo molestia.

— ¿I-Inocencia?, ¿Por qué habría de simular?, ¡Vaya barbaridad! — Exclamo, pero al ver la expresión en su rostro termino estallando en carcajadas, recibiendo un par de improperios más.

— ¡Ay, muchacho! Yo ya estoy vieja para estas cosas, y no llevas siquiera la ropa puesta, ¡Válgame Dios! — Exclama con frustración, sentándose sobre el sofá delante de mi cama.

Apenado, me acerco a ella, tomando sus manos con delicadeza. Taciturno, escruto las marcas que se acumulan en las mismas, claras de vejez y sobre-esfuerzos acumulados en los años. Muerdo el interior de mi mejilla, lamentándome ese hecho. No quiero darle más trabajo, Nana ya ha criado de mi cuando pequeño, y a pesar de que muchos lo exigirían como un deber, yo no soy mal agradecido.

Beso con desdén su mejilla, incorporándome. Le doy una última vista, antes de girarme sobre mis propios talones, dispuesto a una sola tarea.

Poco tiempo ha transcurrido y ya tengo la maleta lista. La simple idea de abandonar mi hogar hace que mi estómago se revuelva con inquietud, me disgusta completamente; puesto que mi paradero, precisamente: el palacio real, no es del todo bueno. Cualquier clase de chismes surge de ahí. Mi padre demandó que tomara su lugar entre los consejeros, puesto que necesitaba "aprender" como su heredero. Mi turbio estado al enterarme no inmutó a mi progenitor. Parecía insensible a toda situación.

Llegó la parte menor esperada del día. Las despedidas. Sé que me repetía a mi mismo "No debes llorar, eres un macho que se respeta. Los hombres no lloran." Pero, al ver reunidos a mis pequeños hermanos y mi nana, no pude evitar tensar cada musculo de mi cuerpo.

Empezando por la mujer que me crió en estos 25 años, de una complexión ancha, mechones ondulados de un plateado que revelaba su alta edad, ojos marrones como la húmeda tierra. La apegué a mi en un abrazo duradero, tanto que parecía querer fusionarme con ella y no partir hacia el carruaje que esperaba detrás de mi.

Seguí con una joven y bipolar adolescente, en plenas 15 primaveras. Evadí su inquisitiva mirada, a pesar de que mayormente pasáramos el día discutiendo, sé que le afectaba mi partida. El abrazo con ella fue más intenso que duradero.

— Ni se te ocurra volverte como esos hipócritas de la corte, o juro que yo misma te lanzaré un tiro.

Interrumpí lo que sabía, era una grosería próxima.

— No te preocupes Natalie, además, si eso sucede... yo mismo te daré la pistola. — Noté como elevó las comisuras de sus labios en una divertida sonrisa, después de golpear mi hombro.

— Tonto. Te voy a extrañar. — Me abraza luego de la confesión. Mi corazón se oprime ante eso último, Natalie no es una joven que exprese su sentir a muchos, lo que hace a la situación singular.

Prosigo con mi otra pequeña hermana, Nina. Próxima a cumplir sus 10 inviernos. Ella, a pesar de su escasa edad, parece tener gran madurez. Es, sin duda, única.

— No te metas en líos, son mal vistos en la corte. Y sobre todo, no confíes en nadie Will. — La seriedad con la que hace la advertencia es tal que los vellos de mi piel se erizan. Asiento, sin saber cómo responder a eso. Me limito a despeinar su cabello amigablemente.

— No lo haré. Me mantendré tan ajeno a todo como una roca. — Ambos sonreímos.

A continuación, siguen los gemelos de apenas 5 años, Katherine y Mateo. Ambos con características particulares. Ojos azulados de un brillo penetrante, cabellos rubios como el oro, tez nívea y una ternura única. Me agacho hasta su altura, despeinando los cabellos de ambos. Katherine se remueve incómoda, presionando sobre su pecho a Teddy, un pequeño oso de felpa. Rob por el contrario, forma un puchero llenando sus mejillas con aire.

— Cuida de tus hermanas, Rob. Ahora que me iré, serás el hombre de la casa. Te necesitarán. ¿Crees que puedas tomar mi lugar en este desafío? — Pregunto con tono militar, alzando una ceja inquisitivo.

Rob sonríe con determinación, sin esperar asiente con tal seguridad que ablanda mi pecho.

— ¡Si, señor! — Afirma, saludando al estilo militar. Asiento como aprobación, dirigiendo mi vista hacia Katherine.

— Y tú, pequeña. ¿Crees que puedas mantener vivo el jardín y cuidar de la magia habitante en nuestro inmenso patio? — Agudizo mi tono ante la petición.

Imitando la acción de su hermano, afirma saludando del mismo estilo militar. El blanco de sus mejillas es teñido por un pequeño carmesí, a pesar de que tiembla bajo el temor, noto cierta seguridad en su mirar.

— Buena suerte, mis nobles caballeros. — Sin esperar más, ambos se abalanzan contra mi cuerpo, abrazándome impetuosamente. Bajo ese acto mi labio inferior tiembla, lo que menos quiero hacer es dejarlos.

— ¿De verdad te tienes que ir? — Pregunta Katherine con un tono de voz triste, causando conmoción a los presentes; incluyéndome.

— Debo acudir a una importante misión, si cumplen bien sus deberes, podré regresar pronto e iremos a explorar el mundo así como os prometí. — Ambos sonríen con la ilusión en sus miradas.

Me dirijo hacia el carruaje que, pacientemente espera. No quiero voltear. Realmente no deseo hacerlo. Pero, lo hago. Mi familia y algunos empleados se despiden con un gesto de mano. Les devuelvo una gratificante sonrisa, emprendiendo camino hacia mi destino.

Uno que me marcaría de por vida.  

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⏰ Última actualización: May 22, 2020 ⏰

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