4. Aquél día

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Le había tomado un buen de tiempo admitirlo. Le había costado bastantes madrugadas el entender qué le sucedía al estar junto a él. Su corazón se aceleraba, su pecho se elevaba y su estómago se contraía. Y lo detestaba. Detestaba el cúmulo de sensaciones que desencadenaba estar junto a Dean.

Sonrió ante el recuerdo de aquél día, el día en que entendió que le gustaba Dean.

Es importante resaltar que Elliot era un estudiante destacado. No era uno de éstos sujetos obsesionados con sus calificaciones y con ser el mejor, de estos que ven a todos a su al rededor como una potencial competencia a la que deben eliminar. Ni tampoco de aquellos cuyos padres ejercían una presión anormal en sus hijos para, nuevamente, ser el mejor. Simplemente, iba en él el ser aplicado. Le salía natural y le gustaba. Era competitivo, por dios que lo era, pero por motivos que trascendían más allá de la mera competición o de la satisfacción que brinda el triunfo propio sobre el ajeno. Con el tiempo comprendió que lo que de verdad tenía valor para sí mismo no era ser el mejor, sino ser diferente.

Transcurrían las últimas semanas del último período de su penúltimo año de instituto. La presión se sentía en el ambiente. La acumulación de pruebas y proyectos era el pan de cada día y la tasa de ventas de bebidas energizantes de las máquinas expendedoras se había disparado, así como la de la máquina expendedora de Nescafé.

La biblioteca del recinto estaba repleta, no disponía de la capacidad necesaria para almacenar ni un alma más, para albergarla para que cómodamente pudiese centrarse en sus estudios y así menguar la miseria que las últimas semanas traían a su vida. Vamos, que por esto pasaban absolutamente todos; La verdad es que importaba muy poco si eras un buen alumno o no, las últimas semanas tenían atorado hasta el culo a cualquiera.

Algunos individuos un tanto más astutos recurrían a otras alternativas. Elliot y sus amigos se encontraban en el estilóbato del gimnasio, después de la biblioteca, era el lugar perfecto para reposar y aprovechar las horas libres, puesto que el lugar ofrecía algunos consideraciones: las gradas, de madera pulida, eran considerablemente cómodas tanto para estudiar como para tomar un merecido descanso, el depósito contaba con sillas y mesas disponibles para cualquiera y, por ultimo, al estar la gran mayoría en la biblioteca, la paz y privacidad del gimnasio eran casi imperturbables.

Elliot y su amiga Anne habían prestado los libros que necesitarían a primera hora de la mañana y los guardarían en sus casilleros hasta que la hora libre comenzase. A todo esto se habían unido muy improvisadamente Dean, Nia y una chica rubia de facciones finas, mejillas coloradas y unos ojos angelicales de color azúl. Su nombre era Sarah Pieterse, otra destacada estudiante del penúltimo año.

Sarah era la novia del mejor amigo de Dean, así como una de las mejores amigas de Nia. Elliot y Anne habían tenido muy poca interacción con la rubia antes de ese día, por lo que de buenas a primeras ambos se sintieron incómodos al observarla ingresar al gimnasio. Intercambiaron un par de miradas que revelaban todo lo que el otro pensaba. A pesar de aquella primera impresión, los amigos y la rubia se llevaron de maravilla conforme los minutos fueron pasando. Elliot se sintió retado, pero no de una forma negativa, sino todo lo contrario. La ojiazul era mordaz y ágil, su conversación resultaba divertida y curiosamente entretenida. Sarah, Anne y Elliot  no paraban de sacar información de sus libros y transcribirla a sus fichas, corroborando entre sí la información que obtenían, mientras que Dean y Nia absorbían lo que podían.

—Dejame ver si entendí, entonces el ARN desarma la cadena de ADN para sustituir una de las cositas... —desbocó Dean todo lo que había entendido—.

—Hebras —corrigió el menor—.

—Hebras —enfatizó el castaño con un gesto—, entonces remplaza la otra hebra y cambia el código genético al cambiar las bases proteicas, compuestas por... —hizo una pausa y juntó sus pestañas durante unos segundos para visualizar lo que se le escapaba—.

Elliot sonrió embobado al observar lo que en su estúpido y romantizado pensamiento concibió como un cuadro; la vista que tenía del castaño podía fácilmente considerarse una obra de arte. Los rayos solares incidían sutilmente a través de las ventanas del gimnasio, iluminando parcialmente el rostro de Dean de una manera casi angelical. Expuestos al sol, los mechones de su cabello se volvían rubios y la piel de su rostro lucía suave y brillante. Abrió sus párpados y Elliot sintió su corazón dar un brinquito. Sus ojos brillaron y completó: —aminoácidos.

La hora libre transcurrió y los, ahora cinco, amigos continuaron estudiando. Cuando el sonido de la campanilla retumbó en todo el recinto, Dean tomó su mochila, guardó sus cosas y depositó un beso en la coronilla de Elliot, echó a correr y atravesó la puerta del gimnasio en cuestión de segundos. Su pancita tembló, entonces no necesito levantar la mirada, para saber que las ajenas se posaban sobre, en especial la de Nia, a quien le sobraba desfachatez para soltar risitas indiscretas.

Era la hora de la salida y Elliot y Anne estaban en sus casilleros, los cuales se encontraban en el mismo pasillo, pero separados por unos tantos otros casilleros. Elliot dejó en su bolso los libros y cuadernos que necesitaría aquella tarde en su casa y depositó los que no, sacó un paraguas con el mapa de alguna ciudad europea que no conocía en su superficie y se dirigió junto a su amiga a la salida.

Afuera la cálida lluvia lo empapaba todo. Era la última lluvia antes de que el árido verano arribara, pero no dejaba de ser un auténtico palo de agua.
Ambos amigos comenzaron a caminar bajo la lluvia con el camino protegiéndoles sobre sus cabeza. Avanzaron unos metros cuando un pequeño y  cuadrado auto de color índigo se detuvo a su lado. La ventanilla del mismo descendió y una sonriente Sarah les ofreció un aventón. Anne separó sus labios para decir que irían caminando, pero fue interrumpida por las gotas de agua que comenzaron a posarse sobre su cabello y rostro. Elliot había cerrado el paraguas y ya estaba abordando el auto. Al subirse ella también, le reprochó con la mirada desde su asiento trasero, a lo que Elliot se encogió de hombros.

—Que curioso —comentó Anne después de un rato—, no creí que condujeras este tipo de auto.

—¿Ah, sí? —comenzó Sarah en un tono divertido—, ¿qué esperabas, un deportivo rojo de concesionario?

—Más o menos —la mirada de Anne lucía un ápice de arrogancia o desdén, no terminaba de encajar con la rubia—, algo más pijo, como tu vibra.

—¿Cómo mi vibra? —ahora Sarah no sonaba solo divertida, sino también incrédula—, aunque no lo creas... Este es mucho más mi vibra: un Fiat Uno del dos mil uno que le compré al hijo de una difunta bibliotecaria —la historia también parecía divertirle, su expresión se relajó un poco y continuó—. La del deportivo es mi hermana, Sasha, por cierto ¿en dónde viven?

Anne guardó silencio el resto del viaje.

Elliot había tomado provecho de la tarde y parte de la noche, el día siguiente traería consigo los tres últimos exámenes del año y por fin sería libre. Suspiró al ver su reflejo en el espejo de su lavabo. Sus expresivos y brillantes ojos oscuros denotaban cansancio, coronados por sus pobladas y definidas cejas, mientras que sus labios tenían una coloración entre carmín y rosa: se mordía los labios incontables veces durante el día.

Estuvo a punto de apagar las luces, cuando el mensaje de Dean iluminó la pantalla de su celular.

« Quería agradecerte » un primer texto, rápidamente sucedido por otros dos.

« me siento súper preparado para mañana y es gracias a ti »

« He aprobado esta mitad de curso porque tengo el mejor tutor conmigo »

Entonces llegó la foto. La maldita foto. Dean se veía adorable, estaba en su escritorio con sus apuntes y libros, unas gafas carey adornaban su marco facial, no llevaba camiseta y los mechones de su cabellera estaban alborotados. El corazón del menor se aceleró y algo palpitó dentro de él; una corriente que descendió desde su pecho hasta su suelo pélvico, punzando. Fue entonces cuando lo entendió, sin importar cuantas veces hubiese reprimido el pensamiento las últimas semanas, Dean le gustaba y mucho.

PoliésterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora