3. El primer suéter

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Hacía meses que había comenzado a tener esa clase de pensamientos al ver a su amigo. Comprendía lo que significaban, pero prefería no darle muchas vueltas. A Nia, que era una especie de torbellino andante, le había tomado muy poco adivinarlo: Elliot estaba coladito por Dean. Entonces la ojiverde le dedicó una mirada de ternura, se acercó a su oído y le susurró:

-Lánzate al agua, cabrón -añadió una risita-.

-¿Q-qué dices?-Elliot soltó una risita también, pero nerviosa-.

-Eso, eso, tú disimula-vaciló al más alto con la mirada-. Apuesto a que eres buen nadador.

Nia era una de esas almas que andaban por la vida iluminando el mundo con su resplandor. Tenía luz adherida a su vibra, escandalosa y risueña por naturaleza y bendecida de nacimiento con la capacidad de agradar a cualquiera que se atravesase en su camino. Era de piel morena y cabello castaño siempre alborotado y dos esmeraldas verduzcas adornaban la entrada a su alma.

Entonces Dean, que ya estaba lo suficientemente cerca, dijo:

-Deberías apostar a mí, yo sí que soy buen nadador-el presuntuoso castaño esbozó una sonrisa, a la vez que otra, con aires traviesos, se asomaba en el rostro de Nia-.

-No me cabe la menor duda-a todo esto, Elliot tenía el rostro ruborizado-.

Y no mentía. Dean era un miembro destacado del equipo de natación del instituto, por no decir el mejor. En poco tiempo, se había forjado un nombre y todos le reconocían fácilmente. Incluso el director, que era bastante pesado, le encantaba alardear de lo buen nadador que era Dean, y de como les llevaría a las regionales.

El castaño saludó a la morena con un asentimiento de cabeza y después se acercó a Elliot, quien le miraba fijamente.
Cualquiera que les observase desde fuera, un outsider, diría que era Elliot quien controlaba la situación, quién era dueño del momento. Pero su interior temblaba cada maldito segundo que el contrario le aguantaba la mirada.

Dean deslizó un brazo por sus hombros y le acarició la nuca. Era un gesto que Elliot había catalogado como 'fraternal' pero, al igual que la mera presencia del castaño, le causaba un movimiento indescriptible en el pecho. Como una chispa de emoción, le hacía querer algo, pero no sabía muy bien qué.

Todo transcurrió tranquilo. Por unos instantes, a Elliot lo invadió una sensación de paz. Fluidez. Anne tomó un sorbo de su bebida. Le dedicó una mirada cómplice al más alto. Dicho gesto no tenía un significado trascendental, era en muchas ocasiones un «estoy aquí, estoy contigo» pues el uno era consciente de la fragilidad del otro, pero también de su fortaleza. El ambiente entre los seis jóvenes estaba lleno de risa. Anne quiso llorar por un momento, de alegría, al percatarse de eso. Ocho meses atrás, aquella chica de pelo corto rizado no podía ni salir de su habitación.

Entonces entraron en la sala de cine y Elliot, casi como un reflejo, dio un respingo. Momentos después, estando ya ubicados en sus asientos, fue consciente de la magnitud con la que el frío le acicalaba los huesos. Maldijo por lo bajo cuando se encontró a sí mismo comenzando a tiritar.

La película era buena, no podía negarlo. Tenía un argumento interesante y creativo. Le llamó la atención la canción del principió y anotó mentalmente googlearla al llegar a casa.

Sin embargo, las transiciones del alma de un cuerpo a otro podían ser confusas al principio. Entonces Peyton, que era un tanto distraído, comenzó a hacer un montón de preguntas inconclusas. En un momento dado, Dean, que estaba a su lado, se levantó de su asiento y dijo:

-Eres mi mejor amigo y sabes que te quiero, pero cierra el puto hocico de una vez, por favor -se movió entre los pares de piernas y restregando el trasero en las cabezas de las personas en los asientos inferiores, abriéndose paso hasta Elliot y tomando asiento en una butaca vacía a su lado, no sin recibir una que otra queja por parte de los afectados.

Discretamente, Dean le dedicó una mirada. Estaba realmente concentrado, desconectado, lo cual era bueno. Detestó admitir para sí mismo el cariño que le había tomado desde que se conocieron. El menor había pasado por mucho las últimas semanas y Dean lo notaba extraño, distante. Vamos, que no era para menos, su núcleo familiar se estaba derrumbando y él seguía ahí, intacto, contando sus tragedias en forma de chiste.

Le tomó poco tiempo darse cuenta de que el menor estaba muriendo de frío. Éste se giró y las miradas de ambos se encontraron, conectándose por un par de segundos.

-¿Sucede algo?-inquirió Elliot-, ¿tengo un moco o algo así?

El castaño levantó sigilosamente su mano y con sus dedos índice y medio atrapó la nariz del contrario, quien le observó con expectativa, casi preocupación.

La escena era ridículamente adorable. Dean sonreía embobado ante la curiosa expresión en el rostro de Elliot.

-De-déjame, no puedo respirar-el sonido de sus fosas nasales contraídas inundó sus palabras. Dean le soltó y entonces le preguntó si quería su suéter, que estaba tiritando, pero el menor se negó-. No, gracias. No seré tu damisela en apuros.

Dean lo miró incrédulo, vaciló durante un segundo e instantes después deslizó el suéter de lana por encima de su cabeza.
Entonces comenzaron una pequeña lucha en la cual Dean intentaba colocarle su suéter y Elliot se oponía.

Una chica rubia sentada en la fila superior se inclinó hacia ellos, visiblemente molesta: -Oigan, parejita, pueden dejar de ser un dolor en el ano y callarse la boca. Quiero disfrutar la película.

Elliot se disculpó, no sin antes aclarar que no eran lo que la rubia afirmaba. Entonces Dean le observó ofendido.

-¿Te avergüenza que la gente crea que somos pareja?

Elliot no supo qué responder. Si admitía entonces Dean podría ofenderse, pero si negaba correría el riesgo de que sospechase algo de sus sentimientos hacia él. Fue astuto al responder con la misma pregunta:-No lo sé, ¿a ti te avergüenza que crean que somos pareja?

-Pero por supuesto que no, haríamos una pareja preciosa-respondió casi de inmediato. Se giró para dirigirse a la desconocida-. Oye, él y yo haríamos una pareja preciosa ¿a que sí?

La rubia de encima hizo un gesto curioso, como diciendo «Sí, sí, ya te oí ».

-Ahora eres tú quien debe cerrar el hocico, hermano-dijo Peyton riendo, sentado a unos lugares de distancia-.

La función continuó y eventualmente Elliot aceptó el suéter del mayor. Al salir de la sala de cine, estuvieron un rato recorriendo el centro comercial. Después, Dean llevó a cada uno a su casa.

En la intimidad de su habitación, mientras comía macarrones con queso recalentados y veía una serie española, Elliot se percató de algo cuando su primer impulso fue limpiar sus labios con la manga de la prenda que llevaba puesta.

Había olvidado regresarle su suéter a Dean.

Durmió con él aquella noche, con el aroma del castaño acunándole y arrullándole.

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