Capítulo 1: Historias sin final

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Ahí estaba yo: llorando otra vez

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Ahí estaba yo: llorando otra vez. Kang Je Joon acababa de morir atropellado por un camión, y no lo podía creer. Había pasado quince capítulos del k-drama esperando el reencuentro con Song Hyun Hee. Y el beso. Siempre esperaba los besos. Pero en los dramas coreanos eran apenas roces de labios.

Tomé un pañuelo descartable de la caja y me limpié la nariz mientras la madre de Kang Je Joon golpeaba, desesperada, la puerta de la casa de Song Hyun Hee y le gritaba que, por su culpa, su hijo había muerto. ¡Pobre Song Hyun Hee! Ahora tendría que vivir con el dolor de haber perdido al amor de su vida y, encima, con la culpa.

—¡Glenn! —gritó una de mis hermanas. Me levanté de la cama de un salto y pausé la reproducción justo cuando ella abrió la puerta—. ¿Otra vez estás mirando eso? —protestó.

Cerré la puerta deprisa y le sujeté los brazos.

—No digas nada. ¿Ya llegó mamá?

—No. Tampoco papá.

—Entonces puedo seguir mirando. Ya casi termina; Kang Je Joon no puede haber muerto, tengo que enterarme si está vivo.

El ceño fruncido de mi hermana de doce años me adelantó sus conclusiones.

—¿De qué estás hablando? —contestó—. A veces creo que te estás volviendo loca.

Sí. El encierro a veces me enloquecía. ¿A quién no?

—¿Qué necesitas? ¿Para qué entraste a mi habitación? —indagué para cambiar de tema.

—Porque también es el dormitorio de Ruth y ella me pidió que le alcanzara su libro.

Asentí y me senté sobre la cama para esperar a que mi hermana se fuera. Cuando empecé a impacientarme, miré la hora en el móvil. Estaba tardando demasiado; si no se apresuraba, no podría terminar de ver el episodio antes de que llegaran mis padres.

Abrió la puerta con las manos vacías. No se iba.

—¡Ruuuuth! —gritó. ¡Y vaya que tenía voz!, casi tuve que taparme los oídos—. No encuentro tu libro. ¡Tendrás que subir tú!

Ruth entró a la habitación murmurando.

—Ni siquiera puedes hacer un favor, Delilah —se quejó, y empezó a revolver su mesa de noche—. Te dije que estaba en la gaveta. ¿Sabes lo que es una gaveta? —siguió revolviendo un rato y luego se quedó quieta—. No está. Tiene que tenerlo Chloe. ¡Chloe!

Poco a poco, todas mis hermanas terminaron en mi habitación: Ruth, Delilah, Chloe, Ava, y por último entró la pequeña Gabrielle.

—¡Tú! —me señaló, con su dedo índice diminuto y una enorme sonrisa, y asentó la punta en mi mejilla. Después se echó a reír como si yo fuera un objeto gracioso.

Quizás lo era: nada podía quitarme la expresión de agotamiento. En una familia numerosa, la privacidad se convertía en un sueño inalcanzable. Para colmo, pasábamos casi todo el tiempo en casa, también en vacaciones. Ese año, como en dos semanas yo tenía que partir a New Hampshire para asistir a un seminario bíblico, mis padres habían decidido cancelar nuestro breve viaje. Necesitábamos dinero para que ellos pudieran visitarme y para que yo regresara a casa algunos fines de semana.

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