Ya vienen...

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Estoy en una isla desierta, en medio de la nada...

Tengo una compañía, pero me hace sentir peor. Preferiría haber quedado sin nada a mi alrededor. Esa compañía tiene un nombre. Mi nombre. Soy yo.

Y no hablo de algo que viva dentro de mí o de una posesión diabólica... Hablo de la persona que soy inconscientemente, esa que me asusta...

La isla es enorme.

El agua casi puede tocarme, ya que al despertar a la orilla del mar, solo me senté a mirar la distancia que hay entre la ciudad y yo. ¡Está tan distante!

De pronto, oscurece. La noche está llegando y no tengo idea de lo que haré.

“Cálmate, cálmate, respira hondo”, me repito tratando de convencerme, intentando creer que todo estará bien... aun sabiendo que no lo estará.

“Ya llegarán, ellos tienen que venir por mí”. Mi mente no para de pensar. Trato de creer que pronto todo esto pasará, pero mi interior dice lo contrario. Y parece ser más fuerte su voz que mis palabras repetidas. Mi otro yo se ríe a carcajadas, se burla de mi miedo, de mi inseguridad.

Un ruido en los árboles me sobresalta, ahogando un grito en mi garganta. Sonrío. Quizá fue un pájaro. Pero no tardo en descubrir que no es así. Alguien ha pronunciado mi nombre. Giro muy lentamente mi cabeza, detrás de mí, una sombra corre a la velocidad de la luz, no alcanzo a ver qué había sido. Me encojo, pues cada vez más, me domina el terror.

Hoy hay luna llena, pero está escondida detrás de una gran nube gris. Las estrellas no han aparecido, tal vez, no salgan esta noche. Es la noche más oscura que he visto. El pavor me inunda, estoy en shock, no quiero moverme, no sé con qué pueda encontrarme. De todos modos, con un esfuerzo sobrehumano, me levanto lenta y sigilosamente para no llamar la atención de ningún animal existente en el lugar. Mi inconsciente me alerta de manera diferente. Me dice que hay cosas peores a las que temer. Comienzo a caminar mientras sudo y siento como se acelera mi corazón. Tengo ganas de llorar. Mi respiración está mal, falta aire en mis pulmones. Percibo que hay alguien detrás de mí. No quiero voltear. Creo que es mejor que no sepa que sé que está allí. Sonrío ante el hecho de que si verdaderamente hay alguien detrás, ya sabe que lo noté, entonces decido enfrentarlo y giro de golpe. No hay nadie. Fue un juego de mi imaginación.

Sigo mi camino por la orilla de la playa para ver si alguien viene en mi rescate, sé que vendrán en cualquier momento. La isla parece desierta.

Otro ruido. Pasos que se acercan. Alguien viene del bosque.

Me tiro al suelo tapando mis ojos con mis manos y me permito llorar cuando una mujer se para justo enfrente de mí. No quiero verla. Solo alcancé a notar que tiene un rostro extraño, pálido y atrayente. Sé que no hay más que dos opciones: mi imaginación o un fantasma...

Levanto un poco la cabeza y no veo sus pies. Ella ya no está. Nunca estuvo allí.

Vuelvo a incorporarme para seguir mi camino. Una ola llega a mí, el agua está muy fría y se me congelan los huesos. Una brisa sopla en mi oído, me hiela la piel, me deja sin movimiento. El pánico vuelve a apoderarse de mí. Siento que llegaré a la locura si sigo en este lugar.  

En el mar brilla algo. Debajo del furioso mar hay algo que me observa. Si creyera en sirenas, diría que es una, y como las leyendas dicen que no debo mirarlas ni escucharlas, escapo. Corro con mis escasas fuerzas sin detenerme. Quiero irme lejos.

Al cabo de un rato, me detengo y doy la vuelta para mirar atrás, espero haber avanzado lo suficiente.

Un lobo aúlla y todo se estremece. Es un ruido ensordecedor. Mi cuerpo comienza a temblar. El aullido se acerca por mi espalda. Pero no parece ser un lobo común, puesto que el sonido retumba a la altura de mi oído.

Murciélagos vuelan sobre mí. Quiero dar la vuelta y enfrentar lo que sea que esté detrás. Pero no puedo. Mis piernas no me responden. Giro un poco la cabeza y miro de reojo, un hombre está parado allí.

—No le haré daño —me dice con su potente voz. No es un humano. Su voz es ronca y gastada.

En un pequeño impulso de valentía me doy la vuelta quedando frente a él. El hombre sonríe. No puedo ver su rostro, lleva un sombrero negro de copa que tapa sus ojos y oscurecen su piel.

—¿Quién eres? —pregunto con voz temblorosa.

Él solo sonríe una vez más y levanta la vista fijando los ojos en mí. Siento miedo, pero no puedo apartar la mirada, es como si me hubiese atrapado, me atrae como si yo fuera su presa. Mi corazón se detiene un momento, solo para volver a latir desbocado. Su cara está llena de cicatrices, parece haber sido quemado. Es una real bestia. Un animal con cuerpo de humano, con una belleza irracional.

Menciona mi nombre como si me conociera desde siempre. Dice que debo tranquilizarme, que nada me pasará. Dudo de sus palabras y él lo nota. Me mira con lástima, pero luego ríe a carcajadas. Su risa es maquiavélica. Esas que solo aparecen en las peores pesadillas.

—Ellos vendrán cuando menos te lo esperes. Te encontrarán. Hagas lo que hagas. ¿Acaso no lo sabes? Tú no perteneces a este lugar.

Tras estas palabras, desaparece.

Caigo al suelo, golpeándome con violencia.

No tengo cómo saber qué hora es, sin embargo, por la posición de luna, deduzco que es medianoche. Han pasado demasiadas horas.

Me quedo inmóvil mirando el agitado mar.

Entonces, aparece un rayo de luz. Luces en el mar, a lo lejos. Me levanto. Es un barco pequeño. Por fin, vienen por mí. Empiezo a saltar haciendo señas para que puedan verme. Se acercan con rapidez, ya me vieron. Ahora podrán rescatarme.

Suspiro. El miedo ya se ha ido. Volveré a casa.

La luz me encandila. Llega directo a mis ojos cuando se acercan a la orilla.

Entro al agua, sin importarme lo fría que está, para acercarme. Lo único que quiero es salir de ese maldito lugar lo antes posible. Mientras lo hago, pienso que jamás volveré a subirme a un avión. No quiero volver a caer en el mar.

Un señor estira su mano para ayudarme a subir. Le agradezco con sinceridad. En el bote hay una mujer con sangre en la ropa. Me pregunto si también habrá estado en mi vuelo. Tal vez la encontraron herida por ahí.

—Disculpe nuestro error —se dirige el capitán y yo lo miro sin comprender, ¿trabajará para la línea aérea? —. Usted fue una buena persona y un ser humano... Ellos no.

Mis latidos vuelven a aumentar al oír esas palabras.

—Mi esposo me mató, ¿cuál fue su muerte? —me pregunta la mujer del bote.

Entonces dejo escapar el aire de mis pulmones. Me mataron en un asalto.

Ahora lo recuerdo todo...

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