Una mariposa en el espacio

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1 de octubre de 1723, era espacial. Año 4351 de nuestro Señor. Mi nombre es Hugo Ferrero, capitán y único tripulante de la nave Crisálida. Me encuentro escribiendo las presentes líneas con la esperanza de que puedan ser recuperadas algún día. No falta mucho tiempo para que se agote la energía de reserva y los sistemas vitales dejen de funcionar. Me dispongo a contar lo sucedido sin saber con certeza cuando llegará mi descanso final, y con este, el fin de la narración de mi experiencia.

Todo comenzó cuando me asignaron mi primera misión espacial hace dos años aproximadamente. Me atrevería a decir que la preparación física y mental fueron las experiencias más duras de mi vida. Nada que ver con mi entrenamiento militar. He de decir que estuve a punto de renunciar en un par de ocasiones. Detesto la experiencia de ahogarme, incluso en las simulaciones. Aunque, por otra parte, las simulaciones era una de mis partes favoritas. Era como estar en plena misión sin correr los riesgos de esta.

Después de meses de entrenamiento, por fin llegó el día. Menos nervioso de lo que esperaba, me dirigí al complejo espacial de Nueva Europa. Después de un exhaustivo examen médico embarqué en el ascensor espacial que me conduciría hasta la estación espacial europea. Fue, sin lugar a duda, el mejor día de mi vida. Es difícil de describir la sensación de subir cientos de kilómetros en un ascensor. Cómo se va perdiendo el detalle del complejo espacial en la superficie para pasar a ver los límites del continente con el océano y, finalmente, dejar paso a la espectacular curva del planeta azul sobre el fondo negro del espacio.

Una vez en la estación espacial, me realizaron los últimos exámenes médicos para dar paso a la revisión definitiva de la misión. Mi misión era clara, tenía que dirigirme a un cinturón de asteroides de la galaxia NGC 9117, también conocida como galaxia Mariposa. Debe su nombre a su simetría vertical y parecido razonable con el hace tiempo extinto insecto. Por supuesto, antes de emprender el viaje, revisé concienzudamente la nave con los técnicos que me asignaron. Los protocolos son muy estrictos.

Ocho horas de sueño en gravedad cero no fueron suficientes para descansar antes de la aceleración. Descansado o no, entré en la nave Crisálida. El exterior de la nave hacía justicia a su nombre, se parecía considerablemente al capullo que había visto en tantos documentales. Aunque realmente, su nombre hacía honor a la misión. Tengo que reconocer que estaba muy nervioso en el momento que entré en el cubículo de aceleración. Una sala totalmente esférica, sin vistas al exterior y con varios orificios por donde desembocan los conductos. Una vez preparado, los conductos superiores empezaron a llenar la sala de líquido. Cuando se llenó por completo el cubículo, olvidé la baja temperatura del fluido respecto a mi cuerpo. Aguanté la respiración todo lo que pude hasta que el líquido impregnó mis pulmones. La sensación fue incluso peor que en las simulaciones. Creo que nunca me acostumbraré al líquido respirable. Unos segundos más tarde llegó el final de la cuenta atrás y con ello, el principio de la aceleración.

La sensación de viajar en una cápsula llena de líquido respirable a baja temperatura, con una gran aceleración, se puede resumir como aturdimiento. Me pregunto si es una sensación similar la que experimentamos antes de nacer. El viajé duró seis meses hasta que la nave giró 180 grados y comenzó la deceleración. Para mi cuerpo fueron unas pocas semanas gracias a la relatividad, mientras que para mi mente solo pasaron unos pocos días gracias al falso ahogamiento.

Sin saber dónde estaba, el cubículo comenzó a vaciarse y respiré el tan ansiado oxígeno gaseoso de los tanques. Recuperé la lucidez, me cambié de ropa, hice mis necesidades y comí. Estas dos últimas estaban contempladas en el cubículo según me explicaron los técnicos, pero prefiero no dar explicaciones. Gracias a Dios, no era del todo consciente. Recuerdo haber soñado con la galaxia, como si ya hubiese estado, con su forma de mariposa, espléndida. Agradecí la gravedad artificial que genera la deceleración constante, aunque esta sea superior a la terrestre. Sin gravedad, cualquier tarea cotidiana en la Tierra se vuelve un desafío.

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