La vida pasar

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Era un martes de agosto, Raúl se dirigía hacia su casa tras haber terminado su turno. Un día más de su monótono trabajo. O un día menos. El calor era insoportable. Llevaba las ventanillas subidas y el aire acondicionado a toda potencia. El coche había estado horas al sol. El efecto invernadero perfecto. La radio encendida, se escuchaba de fondo.

«... no encontrará otro contador Geiger más fiable. Y ahora damos paso a las noticias nacionales. Hoy se cumplen cien años de la catástrofe nuclear. Queremos agradecer una vez más a los profesionales por las exhaustivas tareas de descontaminación. Gracias a ellos se ha vuelto a ocupar la región noreste del país, en un planeta cada vez más poblado que...»

Raúl no estaba tan agradecido. Recién licenciado en física, había tenido que mudarse a aquella ciudad para encontrar trabajo. Los cuatro años de incontables horas de estudio más los dos años de máster no bastaron para encontrar un empleo en su ciudad natal. Cada vez la competencia era más feroz. Hoy en día el recién titulado promedio hablaba dos idiomas y le respaldaba un máster. Las zonas afectadas por el accidente se estaban empezando a poblar, por lo que tenían una gran demanda de empleo, sobre todo de físicos. Sin embargo, pocas personas se fiaban de los mandamases y no querían correr ningún riesgo.

«...pero analicemos en más detalle el accidente nuclear que dejó inservible buena parte del país. Nadie olvidaría aquellas imágenes proyectadas en sus tubos catódicos. El descuido humano que obligó a miles de personas a abandonar sus hogares y enseres más preciados, aquellas personas que tuvieron la suerte de no encontrarse entre los miles de fallecidos. Un desastre que afectó gravemente a la economía de una nación luchando por escapar de la reciente crisis. Un error que...»

Él todavía no había nacido por entonces, pero recuerda las imágenes que vio en aquel documental. La explosión del reactor. La incertidumbre de los por entonces habitantes de la ciudad. La movilización de bomberos, policías, ejército y sanitarios. Recuerda en especial la historia de un bombero que estaba de servicio cuando ocurrió la explosión. Este se acercó al reactor afectado con sus compañeros a apagar las llamas. Días más tarde, comenzó el descenso a los infiernos para el bombero.

«... de entre todas las víctimas, queremos hacer especial mención a los bomberos quienes arriesgaron su vida para proteger a la población. Quienes sufrieron de primera mano los estragos de la radiación. Uno de los primeros colectivos en pagar la incompetencia de los políticos de la época. Más tarde, empezaron a enfermar los sanitarios que cuidaban a los afectados por el accidente. Todo esto debido al desconocimiento de lo realmente ocurrido, debido a una situación sin precedentes. No queremos que caiga en el olvido el trabajo desempeñado por los sanitarios. Tampoco queremos olvidar a los trabajadores de la central...»

Sonó el móvil de Raúl y este apartó la vista de la calzada un instante para leer el mensaje. Le escribía su hermana mayor. A lo que volvió a mirar hacia delante, el coche había dejado de avanzar. El disco superior del semáforo que se encontraba delante de su coche estaba encendido. El espectro de luz emitida correspondía con el color rojo. A escasos metros, a su derecha, se encontraba otro coche parado. El ritmo cardíaco de Raúl comenzó a acelerarse y el sudor comenzó a surgir por los poros de su piel mientras sus manos temblaban sobre el volante.

«... cada vez mayor número de científicos se encuentran estudiando el extraño fenómeno de la zona. Toda indica que este fenómeno está estrechamente relacionado con el accidente nuclear. Según aseguran los expertos, todavía queda un largo camino que recorrer y que quizás queden siglos o milenios hasta despejar todas las incógnitas. Sin lugar a duda, afirman que este es el mayor acontecimiento del que es testigo la humanidad. Esto no quiere decir que los científicos no lamenten las vidas de aquellas personas que fallecieron en...»

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