Gato Negro por Lucía Martínez

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La oscuridad de la noche se encuentra iluminada por las luces de neón, coloridas y llamativas, señalando distintos lugares de aquella calle. Incluso con las luces, ese lugar se encuentra todavía en tinieblas.

La música que sale de los locales, cada una diferente de la otra, se mezcla en el exterior, añadiéndole más ruido a una ya bulliciosa calle, en una cacofonía ininteligible. O tal vez, ese sea el sonido propio de lugar, su propia marca auditiva.

Si me preguntaran qué es este lugar, te diría que es una “Calle Roja”. Y si sigues sin entender, es porque nunca has estado en una, ignoras una de las tantas caras oscuras de la sociedad, no importa de dónde seas.

Oh, bueno. “Calle Roja” le decimos a ese lugar donde hombre y mujeres libidinosas, casados o solteros, o vaya a saber qué (porque me he topado con muchas cosas extrañas en mi vida) vienen a satisfacer sus pecaminosas necesidades.

Y no, no soy una prostituta, si lo estás pensando. 

Una voz chillona y alegre llama mi atención, algo que no se suele escuchar por este lugar. La reconozco desde lejos.

Penni se encuentra junto a tres chicas más, frente a una puerta de aspecto antiguo, con su propio cartel de neón más llamativo que los demás. Se lee “Black Cat”, con la figura de un gato estirándose perezosamente.

A medida que me acerco puedo, escuchar y reconocer al resto de mis compañeras: Cristal, quien está apoyada en la pared escuchando lo que dice Penni mientras fuma; Niky, tan entusiasmada como Penni, pero sin dar esos chillidos molestos, y Zunny, quien parece no estar prestando atención a la conversación, sino que observa la calle en alerta. Ella es como nuestra guardiana, ya que es la única que sabía algún arte de defensa propia… ¿Tae-bo? ¿Kung-Fu? Nunca le presté atención cuando lo mencionaba.

—¡Aly, al fin llegas! —grita Penni en cuanto me ve.

—¿Por qué tanta emoción? —respondo en forma de saludo, mientras inclino la cabeza y sonrío a las demás, quienes me la devuelven.

—¡¿A que no sabes?! ¡Tenemos vestuario nuevo! —contesta Penni dando saltitos de emoción.

—¿Ya lo vieron? —pregunto. 

—No, pero Hektor ya los puso en el camerino —aclara Niky.

—Espero que sean lindos, los anteriores eran un espanto —dice Cristal molesta.

—No es para que nos guste a nosotras. Nunca usaría algo de esto fuera de aquí —contesto mientras me estremezco de solo pensar en usar esos sostenes de tachas y leggins con más agujeros que tela—. Puede que seamos strippers, pero mínimo que sea fácil de ponerse. Creo que quemé esos pantalones.

Penni no se deja intimidar por nuestra falta de entusiasmo mientras sigue balbuceando sobre los nuevos conjuntos que usaremos esta noche.

—Ya llegó Hektor —avisa Zunny mientras inclina la cabeza hacia un hombre alto, fornido y que da un poco de miedo, que acaba de doblar por la esquina.

Hektor es nuestro jefe, guardián y algo así como nuestro padre. Nunca deja que los clientes se acerquen tanto a nosotras. Él nos permite trabajar tranquilas sin tener que estar preocupándonos de que se cuelen en los camerinos o nos siguieran a nuestras casas.

—Chicas —dice apenas se encuentra cerca de nosotras, frunciendo el ceño—. ¿Por qué no han entrado?

—La puerta está cerrada —fue Niky, mientras pone mala cara.

—Acabo de llegar —digo mientras levanto las manos defendiéndome. 

Seguimos conversando mientras abre el local. El lugar no es amplio, ya que se encuentra dividido en dos secciones, una para damas, y otra para caballeros. Las luces tenues dan al ambiente intimidad y secretismo, lo que todos esperan.

El escenario no es muy largo, con una pasarela rectangular y dos circulares a los costados donde están los caños. Las mesas lo rodean, especiales para clientes regulares que siempre llegan temprano.

Comenzamos a ordenar el lugar entre charlas, antes de que comiencen a caer la clientela, las sillas en sus lugares, las bebidas en la barra… Una rutina tan familiar que la realizamos en automático, sin darnos cuenta ya estamos terminando.

—Es la hora chicas, vayan a prepararse —nos señala Hektor hacia el camerino—. Aly, vas primero.

—Si…

Cuando pasamos la puerta, nos lanzamos hacía los nuevos atuendos: unos vestidos negros, cortos, con estilos diferentes para cada una. El mío tiene los hombros descubiertos, pero cubriendo una parte del antebrazo y cuello, con escote de corazón.

—Lindos —aprueba Zunny.

—Amo los zapatos —Cristal los acecha, con su vestido ya en un brazo. 

Antes de que elijiera, me lanzo y agarro los más parecidos a botines. Van perfectos con mi vestido.

—Estos son míos —digo mientras me dirijo a los espejos, sacándole la lengua.

Todas nos preparamos, el peinado y el maquillaje no son realmente importantes, pero nos hacen sentir mejor con nosotras mismas, como si fuera una máscara que nos mantiene lejos de la realidad de la noche.

Dejo atrás a las chicas mientras se terminan de preparar. Penni y Cristal están de camareras, mientras Zunny y Cristal irán a los caños. 

Camino hacia las cortinas rojas, la última barrera entre los clientes y yo. Espero que Hektor coloque el tema que me toca.

Los primeros acordes comienzan y me lanzo al escenario.

Cada paso que doy es una invitación a que me vean, una ilusión a tenerme, a desearme. Casi puedo ver sus mentes, lo que quieren de mí, sus fantasías oscuras. Sus gritos llenan el lugar, lo suficientemente alto como para llegarme por sobre la música, pero sin que pueda entender lo que dicen. No es que me importe.

Recorro con mi mirada a todos, observándolos sin ver, mientras voy sacando prenda a prenda de las partes de mi vestido. El dinero de los clientes es colocado en mi ropa, uno de los beneficios del trabajo.

Es en ese momento, al final de la pasarela que lo veo. La primera vez que vino fue en una despedida de solteros. No destacaba entre los demás, pero cuando lo vi, sabía que era el indicado.

Ahora, después de todo ese tiempo, Ha cambiado. Dejó de usar sus usuales trajes de trabajo, descuidado a su familia, pasa todas las noches en el mismo lugar, al final de la pasarela. Sus ojos ya no brillan con felicidad, sino que están vidriosos por la lujuria, vacíos de nada más.

Con cada paso, cada movimiento, me voy acercando a él, hasta que lo tengo frente a mi. Me inclino más cerca, él hace lo mismo, hipnotizado por mí mirada, atrapado y sin poder liberarse.

Extiendo mi mano hacia su rostro y, de forma lenta, le acaricio la mejilla con las puntas de mis uñas. Eso es todo lo que necesito.

Una corriente de recuerdos y emociones invaden mi cuerpo y mente, calentándome y llenándome: una fiesta de cumpleaños, unas vacaciones de verano en la playa,  su primer beso, un ascenso del trabajo, una pelea de pareja. Felicidad, gozo, tristeza, ira…

Todo sucede en unos segundos en los que dura la caricia. Me siento llena, viva, todo se ve más brillante, nítido. Es como si al fin despertara después de una larga siesta.

En un movimiento fluido, me levanto y me alejo del hombre, mientras él se levanta tambaleante y se dirige a la salida. Su mente está nublada por la ilusión del éxtasis, sin darse cuenta de lo que fue despojado.

Mientras me dirijo hacia las cortinas rojas, puedo ver cómo, seguramente, se irá a su casa, cenará con su familia indiferente de ellos, sin escucharlos realmente. Cuando se siente en su sillón favorito y cierre los ojos, solo podrá ver las luces de Black Cat, en un sinfín de colores, su vida se irá acabando. Ya es un hombre vacío, sin nada que lo mantenga vivo y atado a este mundo.

Miro hacia Hektor que está tras la barra, mirándome. Un asentimiento de su parte es mi señal para terminar. 

Saciada y con algunos billetes, mi trabajo de esta noche terminó.

Gato Negro (Antología Escribiendo Junto a Pecados Capitales -Lujuria-)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora