CAPITULO I

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Mi nombre es Malcom Montoya, vivo en la ciudad de Lima, Perú. Sin embargo, ahora me encuentro en Villa Seco por un viaje de negocios. Si estas leyendo estas lineas, es porque a estas alturas deben haber encontrado mi cuerpo, o parte de el. Esta libreta la cargo desde algún tiempo, pero jamas imaginé que se convirtiera en prueba irrefutable de una muerte anunciada. 

Sábado 11 de Enero, el calor es incesante en la ciudad, y alisto mis maletas para partir al pueblo de mi abuelo. Según Google Maps, Villa Seco se encuentra al centro del país y serán 17 horas de viaje por carretera hasta llegar a las montañas. Queda mucho tramo, y hay muchas expectativas. Según el abogado, por herencia me corresponden varias chacras y una gran casa, al costado de un río. Será sencillo, lo venderé todo. Y obtendré una buena ganancia de todo esto.

 Mamá no tenia hermanos y ella tampoco tuvo más hijos. Aunque siempre me hablaba de lo misterioso que era su padre. Ella siempre lo trataba con respeto en sus visitas casuales a la capital. Casi la mayor parte del tiempo no le entendía ninguna palabra de lo que me decía, o quizá no quería prestarle atención al viejo, Don Dominó le decían. 

Me ausentaré un par de meses a lo mucho. La clave de un buen negocio es conocer la cancha. Si bien soy joven aun, tengo un gran potencial para percibir la grandeza. Música de carretera que acompañe el ambiente, y en mi For Mustang acelero hasta ir dejando vestigios de ciudad. 

La noche acompaña el frió encogedor. Y me detengo en un grifo a pasar la noche, o hasta que el sueño se empache y podamos continuar marcha. Esa misma noche un sueño de un camino muy nublado en dirección a la luna se proyecta. Alguien se dirige sin conciencia, solo instinto de supervivencia. Un viento estremecedor me arrastra al camino, al tiempo que un llamado me despierta del trance. 

— Señor, ¿se encuentra bien? —grita un empleado de la gasolinera— mientras yo me recupero del sueño. 

— Señor, estaba usted pidiendo auxilio, ¿esta todo bien? —vuelve a repetir el empleado.

 — Si si, no es nada, solo un mal sueño —le digo y me alisto con rapidez para retirarme, a la par que doy una ojeada al reloj, que daban las 03:33 am. 

El camino se torna helado, como la temperatura que comienza a descender y cuando por fin la mañana se hace clara llego a un centro turístico cercano al pueblo, me detengo para desayunar y conocer del lugar. Al sentarme en una mesa del restaurante, una joven  mujer de hermosos cabellos castaños y enormes ojos claros, me ofrece la carta de comidas. 

— ¿Qué deliciosa comida podrías tu recomendarme hermosa? —le pregunto con jugueteo.

— Caldo de Cabeza para usted, que lo necesita —responde con sarcasmo, quitándome la carta.

— !Hija no seas grosera¡ —alguien grita desde la cocina.

— !Ya papá¡ —ella responde apenada.

— Lo siento, ¿Te ofrezco alguna fritura? —me pregunta.

— ¿Piensas que porque tengo apariencia de ser de la ciudad solo prefiero las frituras? —le contesto con ironía— mientras va cambiando de tonalidad sus mejillas.

— Te estoy bromeando, ¿tienes chicharrón de chancho? —le digo.

Al terminar de desayunar y quedar cautivado por el café de la zona. Un viejo gordo y barbudo con mandil y restos de grasa en la ropa se me acerca y saluda. Dice que es dueño del lugar y vecino del pueblo. Don Barril le dicen, no creí tener la confianza suficiente para preguntarle el porque de su nombre. Sin embargo, me dio por menores de la actualidad de Villa Seco. También se dio el tiempo de contarme viejas historias de mitos antiguos de ancestros y animales extintos que los viajeros juran haber visto. Su hija quedó avergonzada por la fascinación que le ponía el viejo a todo ese relleno de fogata. Ella se hace llamar Leonor y tiene 20 años. La edad perfecta para enamorarse de mi. Al contarles que era nieto de Don Dominó se enternecieron y quisieron acompañarme al pueblo. Según ellos, todo turista que llega se pierde encontrando el camino. Don Barril le pide a Leonor que se suba a mi carro, mientras le vamos siguiendo el paso rumbo al pueblo. 

— ¿Qué tan cierto es lo que dice tu padre? ¿Las personas suelen perderse seguido al querer llegar a Villa Seco?  —le pregunto con curiosidad.

— No solo se pierden, sino que sufren un destino mucho más siniestro del que te imaginas —responde Leonor, con voz baja.

Un silencio se apodera del ambiente, y entonces ella comienza a reírse.

Cruzamos un largo trecho alfombrado por hojas secas de cultivo de maíz, el camino parecía no terminar por un buen rato. Y al dejar atrás un pequeño paso de puente sobre un río, el viejo Barril detiene su auto e inmediatamente yo hago lo mismo, detrás del suyo. 

— ¿Por qué se detuvo tu papá?  —le digo a Leonor. Allí mismo ella se baja y se queda observando el cauce del río, que llevaba muchísima fuerza.

— ¿Don Barril, sucede algo?   —le grito al señor. Mientras él me hace una seña, para que me acerque. 

Al llegar a su posición, el asombro era tal, al observar un cuerpo flotando, con signos de estar inconsciente y siendo arrastrado por la intensidad de la corriente. 

— Deberíamos ayudarlo —le digo.  

— Nada podemos hacer, de seguro es un turista que se confió demasiado del río silencioso. De todas formas su cuerpo desembocara en alguna tarjea de la Minera, ellos se encargaran —responde con naturalidad el viejo.

— Regresemos a la ruta, les avisaré desde el pueblo que hemos visto un cuerpo en el río —Agrega Don Barril.

Continuando el camino, Leonor me pide que olvide lo que habíamos visto. Podía intuir que no quería que pensara que estas cosas eran normales en este lugar. Me cuenta que el río Silencioso, era una gran fuente de ingreso económico, por el turismo en el pueblo, solían venir personas de distintos y remotos lugares para conocer a los asombrosos animales que coexistían, y en especial. Se sabía de las propiedad medicinales del río. Se dice que, cuando un enfermo se bañaba una noche de luna llena, al día siguiente sus males de escapaban, y este despertaba como una nueva persona. 

— Desde que se asentó la minera a explotar los recursos de las montañas. El río intensificó su caudal, y no ha dejado que ningún turista se volviese a bañarse en sus aguas. Según las creencias, los espíritus de nuestros ancestros y la naturaleza se encuentran furiosos. Solo las personas de sangre de este pueblo pueden aprovechar de sus propiedad curativas. Pero es un secreto. Tú como nieto de Don Dominó, y heredero de todas sus tierras tienes el derecho de saberlo —Explica Leonor.

— Se escucha interesante y demasiado fantástico,  me gustaría sentirme identificado, pero lo siento por decirlo. Yo solo he venido por asuntos de negocios. Y si todo sale bien, en poco tiempo me regresaré a la ciudad —Le digo, convencido.

Al llegar a una entrada, una reja amarilla muy grande nos detiene el paso. Un sujeto con sombrero de paja se acerca a saludar al viejo Barril y hace una señal para que abran la puerta. Entramos, saludo con un gesto a los que nos reciben en el portón y le sigo el paso al auto del viejo. Este se estaciona y se baja.

— Bueno muchacho, yo me quedo aquí a conversar con la administración. Lamento no acompañarte personalmente a la casa de tu abuelo. Pero Leonor conoce bien el camino, ella te guiara y te mostrara la zona. Que disfrutes tu estadía —Finaliza Don Barril.

Leonor me dice que apure la marcha, que todavía nos queda media hora de trayecto rumbo al río, cerca a la casa de mi abuelo. 



Villa Seco: CondenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora