Estuve a punto de llamarlo enseguida. Aún puedo verme sentado ahí: dos treinta de la mañana, semidesnudo, sentado en la orilla de la cama, sosteniendo mi celular en la mano, el dedo puesto sobre los botones, con una voz interior diciéndome: «Anda,
llámalo, sólo presiona los botones, llámalo ahora mismo…».Entonces comencé a pensármelo: «¿Qué piensas decirle? ¿Qué tal si está dormido? ¿Y si contesta Iggy?». Y eso fue todo. El momento había pasado. Intenté recuperarlo, pero ese tipo de cosas hay que hacerlas sin titubear y sin pensarlo, pues en cuanto comienzas a pensarlo ya es demasiado tarde. No hay marcha atrás.
Me quedé ahí sentado un rato más, contemplando el teléfono en mi mano, pero sabía que había perdido mi oportunidad.»Está bien —me dije—. Puedes llamarlo mañana; para entonces te sentirás mejor acerca de todo. Ya habrás tenido tiempo de pensar. Y si no es mañana siempre quedará el día siguiente o el siguiente o el que sigue del siguiente…
»No hay prisa, ¿o sí?
»Tienes que ubicarte en el estado mental adecuado…».
Me tomó poco más de una semana descubrir que no había un estado mental adecuado, que hasta buscar un estado mental adecuado era una total pérdida de tiempo y que lo único que quedaba por hacer era lo que debí haber hecho antes: sólo marcar el maldito número.Aquella semana transcurrió para mí en una extraña sensación de intemporalidad. Los días parecían eternos, con mañanas largas y dilatadas, con tardes interminables y
noches sin final. Y al mismo tiempo, cuando comenzaba el nuevo día y miraba hacia el anterior, parecía haber pasado tan aprisa que hasta era difícil creer que ya había pasado. El mañana, por otra parte, estaba a siglos de distancia.
No lo entendía y no estoy seguro de haber querido hacerlo. Tenía ya suficiente en mi cabeza como para además preocuparme por comprender la relatividad del tiempo.En realidad, todo lo que deseaba era seguir con mi vida sin embrollarme demasiado con Jimin.
No es que hubiera mucho qué seguir.
La escuela…
Los Katies…
La escuela…
Papá.No nos veíamos mucho. Él salía temprano al trabajo cada mañana y cuando yo regresaba de la escuela él ya estaba por lo regular en su estudio, redactando informes o respondiendo cartas, tecleando en su computadora, mirando a la pared con el ceño
fruncido.
A veces cenábamos juntos y a veces Jin estaba ahí, pero en muchas
ocasiones papá salía por las noches y Jin trabajaba hasta muy tarde o estaba en alguna parte con Namjoon y yo tenía ensayos con Los Katies. De modo que, en resumidas cuentas, no teníamos mucha vida familiar.Vi a Jin el domingo y sostuvimos una breve charla acerca de lo que pasaba. Me preguntó cómo estaba y le dije que muy bien.
—¿La escuela bien?
—Sip.
—¿Has conocido a más prostitutos últimamente?
—No.
—¿Cómo va el grupo?
—Bien. Tenemos una tocada en Londres dentro de un par de semanas.
—¿Sí?
—Abrimos a Bluntslide.
—¿Quiénes?
—Bluntslide. Son de Mánchester. Acaban de firmar un súper contrato con Polydor. Seguramente habrá todo tipo de gente ahí: reporteros, agentes, gente de las disqueras…
Jin asintió impresionado.
—Tal vez vaya.
—Sí, eso estaría bien. Puedes llevar a namjoon.
—De acuerdo. Es un trato.
Lo miré.
—¿Ya le dijiste a papá?
—¿Acerca de mi boda con Nam?
—Sí.
—Se lo iba a decir hoy. Creí que se quedaría en casa.
—Se ha ido a Londres con mamá. Fueron a ver un espectáculo o algo así.
—Lo sé.
Ninguno de nosotros dijo nada durante un rato. No sabía si Jin quería hablar de ello y tampoco sabía si yo mismo quería hacerlo.
Aquel era un tema difícil:
incómodo, confuso, complicado.Al final le pregunté:
—¿Crees que vayan en serio?
Jin no dijo nada. Sólo sacudió la cabeza.
Lo miré.
—Parece que papá se está divirtiendo…
—¿Sabes qué dijo ella un día? —dijo jin súbitamente.
—¿Quién? ¿Mamá?
—Sí, cuando se estaban divorciando. Una noche los escuché hablar en el estudio de papá. Ella dijo: «No somos nosotros ,dong, nunca ha sido eso. Es sólo la cuestión del matrimonio. Vivir juntos, criar hijos, construir un hogar… no es para mí.
Nunca lo fue. Soy demasiado egoísta para eso. Sólo te quiero a ti nada más. No quiero compartirte con nadie».