Capítulo 01: Chady.

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— ¡GOL! —grité emocionado saltado de mi lugar repetidas veces.

Kyle rió frustrado.

—Es el tercero, no te adelantes —fingió poder ganarme. Tonto Kyle.

—Pero es tres a cero, no creas que puedes derrotarme, Lawler —sonreí exageradamente, como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, Cheshire.

—Puedo derrotarte en lo que yo quiera. Bueno, al menos estoy dentro del equipo  —me sacó la lengua. Parecíamos dos chicas.

—Que estés dentro del equipo no significa que seas mejor —me senté.

—Claro, entonces explícame porque estoy dentro y tú no —bien, eso era fácil de explicar.

 

Estaba... ¿temblando? Claro, eso sería una gran palabra para lo que me estaba ocurriendo.

Hace unos meses venía con la idea de querer anotarme en el equipo de fútbol americano que nuestra secundaria brindaba. Pero no era fácil, no era demasiado «grande» para mi edad de 15, bueno quizá es una edad en la que pasas por cambios, aún no es tu forma definida. Pero esta era la edad en la que todos empezaban a hacer pruebas para entrar en el equipo.

El capitán de este, en estos momentos, era Milles, de 17 años, los capitanes eran dos años mayores que los iniciantes, en general. En pocos casos había de la misma edad. Pero los iniciantes eran los «más chicos», por regla, los iniciantes deberían hacer una demostración, en realidad, hasta no pasar la prueba, no eras iniciante, no eras nadie.

La prueba consistía en demostrar lo que tenías. Luego, muestras de fuerza, rapidez, y por último; lanzamiento. Luego había un pequeño partido para poner todas a prueba, el capitán, junto a otros dos o tres, observaban todo. Después de acabar el partido, todos se despedían y a los días en una hoja aparecían los nombres de los próximos integrantes del equipo.

Claro, yo nunca tuve el placer de aparecer en esa escasa lista.

—Bien, aquí no queremos maricas, si te consideras uno, puedes darte la vuelta y ver si te aceptan en el grupo de Ballet —dijo Milles, como siempre, para «alentar» a los chicos, aunque en vez de alentarlos, los ponía más nerviosos.

Bien, se preguntarán cómo sabía todo eso, desde pequeño me encantaba el fútbol. Mi padre me alentaba a eso, él era un gran jugador, hasta que un accidente lo bajó de su sueño, y de la cima hasta la que había logrado llegar.

—Suponemos que algunos saben los pasos, pero para el resto —hizo un énfasis en la palabra resto, y miró a los más «debiluchos» de aspecto, en esos entraba yo— no gastaremos tiempo de nuestra preciada vida para ir explicando, así que mientras van realizando los pasos, iremos diciéndoles lo que deben hacer —creo que no hace falta aclarar el gran ego que tienen los capitanes, y los más cercanos a ellos.

La práctica comenzó como de costumbre, me iba genial, bueno, no exageremos el genial, un bien, estaría bien.

Llegamos hasta la parte de lanzamiento, ahí estaba un poco cagado. No pude lanzar, a lo que llamarían correctamente, bien no era un chico con una gran atribución física. No pude pasarlo como los «jueces» querrían, pero lo dejaron pasar. Aunque no creía que ese «dejar pasar» durara mucho.

Ya habíamos llegado a la parte del pequeño partido. Eramos el equipo de color rojo, el partido comenzó normalmente, todos agrupados y Michaels la tenía, se la pasó a Trent, luego Woodgate, y luego, yo. Bien eso fue un paso en falso, no estaba preparado, ni física ni mentalmente. Me dijeron que corriera o que hiciera algún movimiento pero no pude, me quedé ahí. Y lo siguiente ocurrido fue como mil kilos de peso arriba mío y dos semanas en enfermería, algo exagerado, pero bueno. Lo gracioso de ese marzo, fue que mi mejor amigo, Kyle, si logró entrar.

Fifteen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora