– ¡Padre, padre! –corría gritando la pequeña de cabello blanco, la figura del rey cada vez se alejaba más de ella. No quería que él la abandonara para siempre al igual que su madre, temía no verlo nunca más, ¿por qué debía ir él también?
–Princesa Annyla, no corra. –la llamaba su institutriz. – ¡No es propio de una princesa el escaparse de sus lecciones! –pero a la niña no le importaban para nada los retos de la señora, ella deseaba alcanzar a su padre con todas sus fuerzas.
La desesperación crecía en su pecho enormemente y la visión se le tornaba cada vez más borrosa por culpa de las lágrimas, con el dorso de sus manos las secó rápidamente pero no se percató de haber chocado contra algo duro hasta una vez se encontró en el suelo y debido al golpe lloro mucho más fuerte. Ahora el gran patio interno del castillo se encontraba invadido por los llantos y gritos de la niña y un par de soldados con armadura que no sabían si acercarse a ella para intentar calmarla o que la persona a cargo lo hiciera.
–Ey, ey, todo está bien, sólo fue una caída. –una gentil voz varonil trataba de consolar a la pequeña.
–Mi padre. –dijo cesando el llanto para tomar una bocanada de aire. –No quiero que vaya, no quiero que muera.
El hombre se puso de cuchillas ante ella y con el pulgar secó las lágrimas que caían por el enrojecido rostro de la princesa.
–Él es el rey. –le dijo, tratando de hacer que ésta comprendiera la situación. –Estamos en guerra y debe dar su vida por su reino, igual que todos. –dijo señalando con la cabeza ha los soldados que se disponían a marchar hacia la salida.
– ¡Entonces yo pelearé en su lugar! –soltó con determinación la niña y el hombre rió.
–¡Princesa! –gritó la institutriz una vez pudo alcanzarla y al ver al muchacho se compuso, tratando de ocultar su agitación. Annyla la ignoró por completo. –Lord Dietrich, lamento mucho lo que sea que haya sucedido. La princesa ha escapado... –ésta detuvo su relato cuando el hombre alzó su mano en señal de que se aleje.
La mujer asintió con la cabeza y se apartó unos metros de ambos. Basil Dietrich acomodó el alborotado cabello blanco de la niña, quién ahora lloraba de manera más tranquila.
–Usted no puede hacer tal cosa, princesa. Las niñas y mujeres no van a la guerra. –le explicó él. La infante lo miro con indignación y un poco de enfado.
– ¿Quién ha dicho que no? ¡Yo iré! Salvaré a mi padre. –le discutió ella, con decisión.
Basil le sonrió y le tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie, pero la niña se cruzó de brazos y colocó de pie por cuenta propia. Estaba enojada por las palabras que él había dicho.
–Te contaré una historia, pero será nuestro secreto. –habló por lo bajo, tratando de captar nuevamente la atención de la peliblanca, ella asintió. –Hace muchos, muchos años existió una gran guerrera, imparable en el campo de batalla. Nadie se le igualaba, nadie lograba detenerla. –la princesa lo miró, sorprendida. –De pronto, una enorme Bestia cayó de los cielos y sólo con su ayuda nuestro reino podía triunfar. Quien era el príncipe en ese momento pidió por su ayuda, y junto con la gran guerrera de cabello blanco y su pueblo, logró vencer a la Bestia que los asechaba.
– ¿Cabello blanco? ¡Cómo el mío! –exclamó con alegría la princesa, quien parecía haber dejado atrás el llanto de hacia unos momentos.
El marqués asintió y llevo un mechón del largo cabello detrás de una de las orejas de la niña y luego acarició una de sus mejillas. Basil lamentaba la existencia de la niña desde el momento que la vio por primera vez, cuando el rey la presentó ante los líderes de los ducados y marcas. Y allí comprendió las palabras de su padre, la historia que por siglos había unido al clan Dietrich con la familia Ererv y aquello era algo a lo que él no deseaba estar atado, pero en momentos cómo estés, al ver a la delicada princesa, le hacían cambiar de opinión.
–Entonces seré como ella.
– ¿Disculpa? –le preguntó el hombre, saliendo de sus pensamientos.
–Me convertiré en una guerrera. –él soltó una risa y la niña hizo un puchero de enojo con los labios. –Seré como la gran guerrera de tu historia. Pelearé junto a ti para defender a mi padre. –dijo con determinación.
–Mi señor. –un soldado se acercó a ellos. –Disculpe la interrupción, princesa. –hizo una reverencia hacia la niña. – Es momento de irnos.
Basil observó los grandes ojos color azul zafiro de la niña, le recordaban a los cielos del Norte pero al mismo tiempo la profundidad de estos lo intimidaban. Era una niña, sí, pero su firmeza a tan corta edad le sorprendía, a tal punto que le causaban admiración. Realmente era hija del rey Cerius, aquella mirada era idéntica a la de su padre.
El marqués depositó un beso en la frente de la niña como forma de despedida, y se puso de pie, alejándose de ella.
– ¡Proteja a mi padre! –le gritó la niña, pero éste no volteó hacía ella.
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El reino de Livius: la profecía de la Reina Blanca.
FantasyLa elegante y tranquila vida de la princesa de Livius, Annyla Ererv, toma un giro inesperado cuando es acusada de practicar hechicería y sentenciada a muerte. La joven logra escapar del gran castillo donde creció con la ayuda de sus aliados, pero to...