Capítulo III: "Lord Erik Arlyt." [Re editado]

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Annyla.


En el centro de la larga mesa se encontraba un candelero alumbrando la gran variedad de comidas sobre ésta: frutas de todo tipo, un gran platillo con pavo asado que era el preferido del rey, bandejas repletas de pan, otras con diversas verduras. Los jarrones de vino estaban llenos y combinaban con las elegantes copas de oro.
Annyla tomó ligeramente la falda del vestido de un tono turquesa con hombreras doradas que traía puesto y bajó el último escalón, alegre de respirar el olor a flores del jardín. El lugar era de los más bellos del palacio, una fuente de agua estaba en el centro con una imponente figura de mármol masculina del Dios Liev alzando sus manos al cielo, un laberinto de rosas rojas debía cruzarse para llegar hasta ésta. El resto del jardín estaba embellecido por diferentes plantas y grandes árboles.
Los invitados se encontraban ya en el lugar, en la espera de la familia real. A lo lejos, la muchacha pudo divisar a Thymia, quién se encontraba intercambiando algunas palabras con Lord Erik Arlyt y su hermana. Annyla sonrió, el joven lord siempre había tenido una actitud caballerosa  para con ella y se podría decir que de alguna manera u otra, se trataba de alguien a quien consideraba como un interés romántico. 

–Su majestad. –la voz de Basil Dietrich, el marqués del norte, interrumpió sus pensamientos. El hombre hizo una reverencia hacia el rey. –Mi señora. –luego siguió por la reina, a quién deposito un beso en el dorso de su mano derecha. –Princesa Annyla. –terminó por dirigirse a ella y tomó la mano de ésta, para igualmente dejar un beso en el dorso.

– ¡Basil Dietrich! –exclamó eufórico el rey y tomó por los hombros al hombre, sacudiéndolo un poco. El marqués se limitó a sonreír, pero Annyla notó que el sorpresivo tacto le molestó. –Siempre es un placer que nos honres con tu presencia. ¡El gran guerrero del Norte! –gritó el Rey, obteniendo como resultado todas las miradas de los invitados sobre él.

–Mis disculpas, marqués. El rey ha bebido unas copas de vino hace unos momentos debido a todo el estrés que ha atravesado en este día. –dijo la reina Dahlia, un tanto avergonzada.

Annyla rió por lo bajo. Si su padre había bebido unas copas de vino antes del banquete, les esperaría una velada como ninguna, aunque sabía que todo se debía a su espectáculo de hacía unas horas.  

–Mi rey, si no es mucha molestia, desearía pedir un asiento junto a la princesa Annyla.

La joven lo miró, incrédula. ¿Basil Dietrich pedía sentarse junto a ella? ¡No pasaría! Tenía pensando sentarse junto a Lord Arlyt.

–Estoy muy agradecida, mi Lord, pero lamento comunicarle que tenía planeado sentarme junto a alguien más esta noche. 

– ¡Basil Dietrich! –gritó nuevamente el rey interrumpiéndola, Annyla se sobresaltó. –Te sentarás junto a Basil Dietrich, querida. Salvo tu vida, deberías ser más agradecida. 

–Pero padre. –comenzó la muchacha.

–Anda. –le dio un leve empujón hacia el hombre y Annyla se detuvo antes de chocar con éste. Volteó a ver enfurecida a su padre, en el próximo banquete no permitiría que bebiera.

El caballero le tendió su brazo y con una sonrisa fingida en el rostro, la peliblanca lo tomó, pero manteniendo una distancia entre ambos. A medida que se acercaban a la mesa, una confundida Thymia se dirigía a ellos seguida por Lord Erik Arlyt y su hermana.

–Se encuentra usted muy bella esta noche, princesa. –la alagó el marqués.

–Muchas gracias. –respondió secamente, segundos después se percató de que no estaba siendo educada. – Usted igual, mi Lord. Deberíamos acercarnos a los demás, ¿no cree usted? –preguntó Annyla pero no le dio tiempo al hombre de responder porque rápidamente lo jaló hacia donde se encontraban los hermanos Arlyt y Thymia.

Meredith traía puesto un simple vestido de seda de un color salmón con bordados rojos en forma de plumas al final de la falda del mismo, su rojizo cabello estaba peinado en un enorme rodete. Traía unas perlas blancas en sus aretes y una fina cadenilla con un dije de pluma alrededor de su cuello. La pluma era el escudo del ducado Arlyt, la misma se encargaba de la seguridad y administración interna del reino, de verificar que la plebe tuviera buenas condiciones de trabajo y vida. El duque y la duquesa Arlyt eran unas de las personas más amables que Annyla conocía, en cuanto a familias cercanas a la corona se tratase. Aquella amabilidad había sido heredada por el joven Erik, pero Meredith parecía no haber recibido parte alguna y no era un prejuicio de Annyla, si no que estaba confirmado.
Hace años, un conflicto interno ocurrió cuando el Consejo de los Grandes Sabios acuso de brujería a la pequeña Meredith Arlyt, ¿la razón? El cabello rojizo de la muchacha. El ducado Arlyt negó tales acusaciones, alegando que solamente era cabello y la niña había nacido así. El Rey, harto de que tales prejuicios se hicieran debido al color del cabello de las personas, ignoró las acusaciones del consejo y brindó su protección a la familia. Con todo lo acontecido, la princesa creyó encontrar una nueva amiga en Meredith, quién comprendía totalmente la situación que ella pasaba, pero las palabras de la muchacha pelirroja fueron muy despiadadas: >"Mi cabello podrá ser rojo, pero no soy un maldito monstruo de cabello blanco como tú. Por lo que no trates de ponerme a tu nivel." Y desde ese día, comenzó la enemistad entre las jóvenes.
En cuanto a la vestimenta de Erik, no defería mucho de la de su melliza. Traía una camisa de mangas anchas, del mismo color que el vestido de su hermana y con los mismos bordados, pero utilizaba un pantalón de color negro y unas largas botas marrones. Annyla sonrió al verlo, se veía demasiado apuesto. Al igual que Thymia. La encantadora muchacha de ojos marrones llevaba puesto un vestido de terciopelo de color bordo, la falda de éste poseía unas enredaderas plateadas bordadas. Tenía su largo cabello marrón que le llegaba a la cintura suelto, con una pequeña corona de trenzas que Annyla especialmente le había hecho.

–Lord Basil Dietrich. –dijo Meredith con su chillona voz, tendiéndole su mano derecha. Annyla ya se sentía fastidiada. – ¿Cómo se encuentra, usted? ¿Qué tal le pareció el Festival?

–Lady Arlyt, Lord Arlyt. –Basil besó el dorso de la mano de la joven y luego la de Thymia. –Lady Berthrand. –le sonrió y Annyla notó como Thymia se derretía ante esto. La joven siempre le recordaba cuan guapo le parecía el marqués. –Lo encontré muy interesante, mi Lady. –respondió a la pregunta.

–Por supuesto, pero el año entrante mi hermano participará, espero encuentre ese festival más interesante. ¿Y usted? ¿Combatirá también?

Thymia soltó una carcajada.

–Meredith, el guerrero del Norte pelea en guerras, no en combates abiertos al público. –la provocó Thymia. Annyla sonrió con malicia.

–Y luego torturan a sus prisioneros de guerra. –comentó Lord Erik. Annyla lo miró boquiabierta. Su rostro emanaba furia al ver al hombre.

–En el Norte no ocultamos nuestra verdadera naturaleza, quizás el ducado Arlyt debería dejar de esconderse tras sus infinitas fachadas.

– ¿Qué ha dicho? –Lord Erik dio un paso hacia Basil, el segundo no se quedaría atrás sino fuera porque la princesa lo tironeo del brazo cuando notó que éste comenzó a moverse.

– ¡El banquete está por iniciar! –exclamó la peliblanca. –Estoy segura de que podrán tener tan agitada conversación en otro momento, ¿no lo creen ustedes también, caballeros? –la joven observó a ambos muchachos, quienes deseaban seguir sus instintos y probablemente combatir frente a todos sin problema alguno, pero habría mejores ocasiones para hacerlo y el banquete ya estaba listo.

– Estoy de acuerdo. –dijo Thymia y se acercó al muchacho Arlyt. –Lord Erik, ¿qué dice si nos sentamos en aquel sector? –los mellizos siguieron a la joven sin emitir palabra alguna.

Annyla suspiro una vez se alejaron, sentía como sus hombros se liberaban de la tensión del ambiente, pero el ver a Erik de ese modo, la angustiaba un poco. Conocía la enemistad que el ducado Arlyt poseía con las Marcas del reino, aunque no se podía hacer mucho al respecto. Las Marcas, a pesar de formar parte de Livius, tenían una cultura diferente, una manera propia de vivir que difería por completo con la de los ducados y ni el Rey o el Consejo parecían querer interferir con ésta.

– ¿Dónde se encuentra su hermano, princesa? –preguntó su acompañante.

–Me temo que debido a sus heridas no podrá asistir hoy, mi Lord. –Annyla le sonrió, esta vez con amabilidad.

El rey anunció el inicio del banquete dándole unos pequeños golpes a su copa con la ayuda de un tenedor y todos los invitados se sentaron en sus correspondientes lugares.
Una de las doncellas sirvió un poco de vino en la copa de Annyla y ésta le agradeció. Un trozo de pavo asado ocupaba gran parte del plato, dejando un poco de lugar para las verduras, y luego del agotador día que había transcurrido, la princesa comenzó a comer con felicidad.
El jardín se encontraba invadido por las diversas conversaciones entre las personas presentes: los murmullos bajos de las mujeres y las exageradas carcajadas de los hombres, destacando la del rey, quién ya había vaciado dos copas de vino y pedía que le llenarán una tercera, la reina avergonzada por la ebriedad del rey le prohibía a los sirvientes hacerlo, pero al fin y al cabo era el rey y sus órdenes valían más.

–Debo admitir que he quedado impresionada con lo sucedido en el festival, princesa Annyla. Sería un placer para la Marca del Sur si algún día desea visitarnos. –el oír a Lady Celia Belmont, la marquesa del Sur, pronunciar tales palabras, hacían que la joven se sintiera la más afortunada en ese momento.

Annyla sintió todas las miradas sobre ella, ansiosos por oír la respuesta de la joven. Tragó saliva. ¿Debía responder qué lo haría con gusto pero luego de visitar la marca del Norte? No, quizás eso desataría alguna discusión entre los marqueses, porque la princesa jamás había salido del castillo y el hecho de que su primera visita fuese la marca del norte, les recordaría a los demás la preferencia de la familia real hacia dicho lugar, o más bien, al marqués de dicho lugar.

–Lady Belmont, el honor sería mío. Desearía poder visitar los puertos del gran Sur junto a usted. –respondió la muchacha con una sonrisa radiante en el rostro.

Admiraba demasiado a la mujer, la idolatraba por su valentía y determinación. Celia Belmont era la primera mujer guerrera del reino, aunque su grandeza solía ser opacada por la del marqués del Norte, esto no era así para la princesa. Celia peleaba con una elegancia y estilo de lucha incomparables, al menos esas fueron las palabras de Sir Berthrand cuando la describió.
El fuerte golpe de una copa estrellándose sobre la mesa sobresaltó a todos. El marqués del Este, Angus Estegen emitió un sonoro eructo y limpio unas cuantas gotas de vino de su larga barba marrón.

–¿Los aburridos puertos del Sur? ¡La princesa debería ver las grandes montañas del Este! –exclamó con su rasgada voz. –Quizás subir una montaña fortalezca sus piernas. –soltó una carcajada.

–No, no, no. La princesa debe visitar el Oeste. –se sumó a la charla el marqués del Oeste, Markus Torsson. –Créame, princesa, el Oeste es el lugar más lindo del reino.

– ¿Acaso quieres que la hija del rey muera congelada en el Oeste? ¡Cállate! –le ordenó el marqués Estegen. 

El marqués del Oeste se puso de pie rápidamente, su silla cayó al suelo. Por supuesto que el marqués del este no se quedaría sin hacer nada y lo imitó.

– ¡Estás insultando al Oeste, montañés sin educación! –habló con desprecio Markus Torsson.

El marqués del este profirió una exagerada carcajada que culminó con una escupida hacia el rostro del otro hombre y sin dudar el segundo se abalanzó sobre el primero, tomándolo de la ropa con violencia.

– ¡Detengan esta pelea! –gritó el rey, colocándose de pie. –La princesa Annyla marchará mañana junto a Basil Dietrich rumbo a la marca del Norte. ¡No quiero otra discusión sobre el tema!

Annyla busco entre los invitados la mirada de Lord Erik y una vez lo encontró, notó como éste la miraba con decepción. No es como si ella ansiase visitar el Norte, fue una orden directa del rey, no podía oponerse, sentía que le debía dar una explicación. "Lo siento" movió sus labios pero sin emitir sonido alguno, él le sonrió y la joven de ojos color celeste sintió un calor en sus mejillas y sonrió para sí.
El resto de la noche transcurrió de forma agradable y el conflicto entre los marqueses pasó al olvido. Aunque tales peleas solían suceder en cada evento, los marqueses tendían a tener un ego muy alto y cada uno pensaba que su marca era la superior, no muy diferente pensaban los ducados, solo que sus peleas tenían menos violencia, más bien miradas de desprecio y rumores falsos o críticas ofensivas.
Una vez terminada la extraña velada, cada quién se dirigió a sus aposentos.
Aquella noche la princesa no logró conciliar el sueño con facilidad, el día había sido uno de los más alocados que había vivido hasta ahora, aunque trataba de ver el lado positivo de las cosas: por primera vez había combatido frente a alguien más que no fuera su hermano y Sir Berthrand; y el reconocimiento por parte de una de las personas que más admiraba se sentía como una caricia al alma. Estaba feliz, no recordaba haberse sentido de tal manera en mucho tiempo, aunque la idea del matrimonio seguía atormentando su mente y la intriga por saber cómo sería el viaje que se avecinaba comenzaba a crear una duda dentro suyo.

El reino de Livius: la profecía de la Reina Blanca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora