Annyla.
Sentía todo el cuerpo cansado, el largo viaje hacia la marca del Norte había durado dos días. Necesitaba tener la privacidad de una alcoba y dormir por horas sobre una cama cerca del calor de una chimenea. De todos modos, su alegría volvió a aparecer cuando la carroza se detuvo y anunciaron la llegada al destino, después de todo, se trataba de la primera vez que se alejaba tanto del castillo, su primer viaje. Deseaba en un futuro poder explorar lugares ajenos a Livius, quizás viajar en un barco y visitar nuevas tierras, nuevos reinos, conocer nuevas costumbres, la idea de permanecer sentada sobre un trono por el resto de su vida, no era del todo agradable.
La pequeña puerta de la carroza se abrió y la joven se apresuró a salir, bajando con alegría los dos escalones de madera, y una vez puso ambos pies sobre tierra, una bresca brisa la invadió, el calor del Sol en sus mejillas se sentía confortable. El aire allí era fresco, el norte se encontraba rodeado por inmensos bosques a sus alrededores, árboles antiguos que presenciaron toda tipo de historias sobre tal lugar, ajeno para ella.
El castillo del marqués Dietrich era una gran fortaleza, nada a lo que había imaginado, puesto a que veces se dejaba guiar por sus prejuicios y solía bromear con que el hombre vivía en una pequeña carpa, pero no. Ante ella, un imponente castillo la intimidaba, al igual que los desconocidos bosques. Encima de las murallas, unos arqueros se encontraban atentos a lo que sucedía debajo de ellos, y Annyla suspiró aliviada cuando se percató que no estaban apuntándola con flechas.
El puente levadizo se encontraba abajo, permitiendo poder pasar por arriba de la fosa y adentrarse en el castillo y al final de éste, una cantidad enorme de soldados estaban de pie como estatuas, para recibir a su marques. En el centro de los hombres, uno difería en cuanto a la vestimenta y tenía una enorme sonrisa dibujada en el rostro.
– ¡Bienvenidos! –les dijo el hombre de la gran sonrisa, éste poseía cabello castaño claro, unos grandes ojos marrones y con los brazos abiertos, daba pasos enormes y cada vez acortaba más la distancia entre ellos.
Vestía un chaleco de color gris y debajo de éste una camisa de seda azul, un pantalón negro y botas del mismo tono. El hombre no era alguien que Annyla reconociese en lo absoluto.
A su costado derecho, escuchó un suspiro de Basil Dietrich, probablemente estaba cansado. El señor que los recibió se dirigió primero a él y estrechó la mano de su marqués.
–Bienvenido, mi señor. La marca del Norte ha extrañado su presencia –le dijo. Rápidamente se colocó de pie ante la princesa e hizo una reverencia, la joven extendió una de sus manos y éste besó su dorso. –Princesa Annyla, es un placer que nos honre con su visita.
–El placer es todo mío, ¿señor...?
–Benedict March. –respondió Basil ante su pregunta y el hombre agrandó aún más su sonrisa. –Es mi mano derecha. –le informó el marqués.
–Es un placer, señor March. –dijo Annyla y le sonrió, quizás no con una sonrisa tan carismática como la que March le brindaba, pero al fin y al cabo una sonrisa.
–Usted debe ser la hija del General Berthrand. –caminó el anfitrión hacia Thymia, quién tenía una sonrisa al mismo nivel que el hombre. –Su padre siempre habla maravillas sobre usted, Lady Berthrand.
–Es un placer conocerlo, señor. –respondió Thymia.
Sin nada más por decir, Basil Dietrich avanzó hacia el puente, seguido por ambas jóvenes y la escolta de éstas. Los soldados se dividieron y armaron dos filas, abriendo el camino a su marqués. El hombre frente a ella tenía una espalda enorme y una altura intimidante comparada a la princesa Annyla, y esto la hacía sentirse por primera vez pequeña.
Las maderas crujían bajos sus pies y una vez Basil se detuvo, ésta se hizo a un costado para admirar el lugar. Un pequeño patio adornado tan solo por una fuente de agua pero repleto de más soldados les daba la bienvenida con una reverencia. La princesa ahora comprendía porque la marca del Norte era conocida por sus fuerzas.
–Suficientes soldados por un día. –le susurró Thymia por lo bajo.
– Algunos se encuentran en entrenamiento, de lo contrario, habría más. –comentó Basil.
– Disculpe, mi Lord, no pretendía que usted oyera tal comentario por mi parte. –se disculpó la joven.
– ¿Habría más? ¿A qué le tiene miedo, mi Lord? –lo provocó Annyla, tratando de que éste ignorara las palabras de su amiga.
El hombre giro hacía ella, sus profundos ojos verdes se veían más bellos a la luz del día y la suave brisa movía un poco los risos que adornaban su cabellera negra. Y allí, teniéndole de esa manera frente a ella, con la fuerte armadura haciéndolo lucir como un difícil enemigo en el campo de batalla y esa mirada que parecía estar arrancando todos los pensamientos de su mente, Annyla comprendió porque todas las damiselas suspiraban al pronunciar su nombre. Basil dio un paso hacia ella con firmeza y la joven lo imitó, con la frente en alto, dándole a entender que no lograría intimidarla si es que eso buscaba. El marqués la miró de arriba abajo y luego le sonrió de forma antipática. El pecho de Annyla se hinchó al tomar aire y antes de que pudiera preguntarle el porqué de esa asquerosa sonrisa, el hombre se hizo a un costado y se alejó de sus invitadas, perdiéndose en unos de los pasillos del castillo.
Furiosa y sin dudar, la joven avanzó hacia la dirección en que el marques se fue, pero una fuerte mano la tomó por uno de sus brazos y la detuvo, haciéndole soltar toda la ira que contenía en un suspiro.
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El reino de Livius: la profecía de la Reina Blanca.
FantasyLa elegante y tranquila vida de la princesa de Livius, Annyla Ererv, toma un giro inesperado cuando es acusada de practicar hechicería y sentenciada a muerte. La joven logra escapar del gran castillo donde creció con la ayuda de sus aliados, pero to...