Annyla.
–Annyla, piénsalo un momento. –Thymia la tomó por el antebrazo. El tono de su voz era suplicante, no quería que su amiga se presente al combate, por razones obvias. Lord Emet tenía una contextura corporal diez veces más grande que la de la joven, era un experto en combate y demasiado sanguinario para su gusto. La otra razón se debía a que si descubrían que era Annyla quién combatía y no Aren, traería problemas al reino entero, incluso quizás desataría conflictos entre los ducados.
–Agrandas la situación. – le respondió la princesa, mientras revisaba por última vez su traje. Aren solía combatir con armadura de hierro, pero aunque ella tratará, se le hacía imposible hacerlo, creía que la volvía más lenta. Con cuidado se colocó una larga chaqueta de color blanco que una de sus sirvientes había confeccionado para ella. Era sencilla, a decir verdad, pero al mismo tiempo delicada y combinaba perfectamente con unos pantalones marrones y botas del mismo color, que su hermano solía llevar. Unos bordados de color dorado en forma de enredadera subían desde el final de la prenda hasta llegar a la parte del cuello, donde acababan. La prenda había sido un regalo para su cumpleaños y sólo podía usarla en una ocasión especial, y para Annyla, ésta lo era.
–Tu atuendo es bellísimo, el rojo de tu sangre no quedará bien en él. –comentó su amiga.
– ¿Esa fe depositas en mí? –preguntó y con una risa fingida terminó de dar el último toque: la daga de su padre. Aquella que le dio cuando era pequeña y fue la señal de aprobación para que comience a entrenar. La llevaba a todas partes, puesto que pensaba le daba suerte. Era una daga de plata demasiado afilada, con unas incrustaciones de zafiros en el manco de oro. Según su padre, los zafiros representaban el color de sus ojos, ya que estos le recordaban a la hermosa gema.
Sir Berthrand abrió la carpa y junto con el entraron los gritos de la audiencia, en reclamo por los combatientes. Éste le extendió el casco de la armadura de Aren, debía llevarla para cubrir su identidad. Con suspiro y a regañadientes se lo colocó. Le parecía injusto que como mujer no pudiera combatir, era tan buena como todos los caballeros que se postulaban al torneo. Se consideraba lo suficiente fuerte y valiente, pero las reglas eran las reglas. Y en ésta ocasión no peleaba para aumentar su ego, lo hacía para salvar de la muerte segura a su hermano, quién había sido herido en el combate anterior y era de público conocimiento el odio que Lord Emet le tenía, por lo que combatir en las condiciones que estaba, significaban la muerte segura.
–No lo olvide, princesa. Se supone que una de sus piernas está herida. –le recordó Sir Berthrand. Annyla asintió.
Dio un paso fuera de la carpa y los fuertes ruidos la invadieron. El Sol la cegó por un momento, hacía demasiado calor y el casco no la dejaba respirar del todo bien, una completa molestia. La gente gritaba eufórica, querían ver sangre, muerte, un combate que valiera la pena y cerrará de magnífica manera el festival de la Luna. ¿Y quién mejor para dar un espectáculo de tal calidad que Lord Emet? Quien amaba enloquecer a la muchedumbre haciendo sufrir a su contrincante hasta matarlo, y en estos momentos, este ansiaba ver sufrir al príncipe.
Con cada paso más cerca de la arena, el corazón de Annyla apresurada su latir. Trago saliva cuando a lo lejos logro divisar a quién se enfrentaba. Allí, con su gran armadura de color rojo y enorme espada, se encontraba Lord Emet, imponente como siempre. Los rumores decían que este pediría su mano, idea que no le simpatizaba. El hombre era todo un salvaje y violento, no por nada el escudero de pie a su lado tenía una expresión de absoluto miedo en el rostro. ¿Su futuro esposo? Probablemente terminaría asesinada el mismo día de su boda. ¡No iba a permitir nunca que su padre la dejara desposarse con ese monstruo! Ni con él, ni con nadie.
El largo camino hacia su posible muerte terminó cuando estuvo frente a frente con el hombre de cuerpo gigante. Sir Berthrand le tendió sus espadas, las cuales agarró con manos temblorosas, por primera vez éstas le resultaban pesadas. No tuvo el valor de mirar a su maestro, no quería decepcionarlo con su miedo.
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El reino de Livius: la profecía de la Reina Blanca.
FantasyLa elegante y tranquila vida de la princesa de Livius, Annyla Ererv, toma un giro inesperado cuando es acusada de practicar hechicería y sentenciada a muerte. La joven logra escapar del gran castillo donde creció con la ayuda de sus aliados, pero to...