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Un ser humano no significa nada. He visto sólo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena: hay tantos que no significan nada.

-Anatoli Onoprienko.


  El puto New College se alzaba frente a mí con todos sus estudiantes entrado en él, hablando en las escaleras de la entrada o simplemente terminando deberes que suponía debían ser para la clase que se aproximaba.

  No entendía el por qué de ese nombre. Fue nuevo en su momento, ahora ya tenía sus muchos, muchos años.

-¿Estarás bien, Nel?- Giré mi rostro hacia mi chófer y sonreí a boca cerrada.

-Por supuesto que no, John. Pero, es hora- Me despedí de él con un saludo militar y bajé del coche recibiendo miradas de todos.

  Esa era yo en cada sitio al que llegaba: el centro de atención.

  Ya se habían encargado de recoger mi horario y mostrarme las instalaciones el día anterior así que me conocía el instituto casi por completo. Caminé firme y con la cara en alto por el medio de los pasillos ante la atenta mirada de todos, justo al llegar a la puerta de mi nuevo salón de filosofía, se escucha el timbre que da inicio a las clases.

  Todos estaban dentro hablando y giran a verme, ruedo mis ojos y camino hasta la fila del medio para sentarme a la vez que el profesor entra.

-Buenos días, mentes moldeables. Hoy daremos la bienvenida a nuestros tres estudiantes nuevos, ¿pueden ponerse de pie?- Y así los otros dos comenzaron a presentarse hasta llegar a mi. Me puse de pie y hablé firmemente.

-Mi nombre es Anelís, tengo 17 años y el resto es irrelevante- Me senté cruzando mis piernas y el profesor me miró fijo unos segundo, finalmente parpadeó y frotó sus manos, dando inicio a la clase.

  Tres clases más tarde me dirigía a la cafetería. Entré por las dichosas puertas rojas, tomé un batido de una de las mesas de comida y caminé hasta una mesa en medio que se encontraba vacía, todos hicieron silencio y yo subí la mirada. Me observaban a mi. Los ignoré y busqué mi móvil en mi mochila, lo saqué y comencé a leer los mensajes de mi mejor amiga, aún sintiendo la mirada de todos, solo que esta vez era más intensa.

-Ahora los juguetes se eligen solos, hermanos- Una voz varonil me hizo levantar la mirada del móvil.

  Seis putos dioses estaban delante de mí.

  Seis putos dioses arrogantes y odiosos que iba a devorar si no me dejaban en paz.

-¿Me harán un desfile, un striptease o por qué coño están parados allí viéndome?- Apenas esas palabras abandonaron mi boca, tenía a cuatro de ellos incrédulos, uno viéndome con una sonrisa ladeada y el último me estaría matando con la mirada.

  Estuvieron así, viéndome fijamente por unos segundos, en la cafetería no se oía ni un alma. Hasta que uno de ellos, el de la sonrisa arrogante, tomó asiento frente a mí, abriendo paso a que los que suponía que eran sus hermanos, hicieran lo mismo.

-Mi nombre es Gaius- Lo observé esperando que dijera algo más y parece que lo entendió-. Mis hermanos están así porque esta mesa, donde se encuentra tu precioso culo, es nuestra. Y cada chica que sentamos aquí es para ser nuestro juguetito del día.

  Bufé.

-No me digas que volvemos a la época en la que las mesas tienen nombre- Hablé aburrida-. Mi precioso culo se encuentra perfectamente cómodo aquí, así que pueden quedarse conmigo en silencio o irse a otra parte. Y si tienen suerte, tal vez ustedes puedan ser mis juguetitos.

  El chico que me observaba con odio desde que llegó, sin siquiera dejarme parpadear, golpeó fuertemente la mesa, tirando así mi batido que casi cae sobre mi. Me levanté de un tirón.

-Calma, Gareth- Uno de los otros chicos, el cual tenía los ojos azules, tomó al mencionado Gareth por un brazo mientras éste resoplaba por la nariz, viéndome fijamente.

  Le sonreí hacia un lado.

-¿Problemas de ira, Gareth?- Hablé en burla y se oyeron exhalaciones de sorpresa, teníamos a toda la cafetería a nuestro alrededor después del dichoso golpe a la mesa.

  El chico de ojos azules soltó al furioso Gareth que venía contra mi pero alguien lo detuvo.

-¿Qué ocurre aquí, señores Genovese?- Esa voz. El responsable de esa asquerosa voz giró hacia mí y el miedo se reflejó en sus ojos- Anelís.

-Señor Woods, acaba de hacer mi día más interesante- Guardé mi móvil en mi mochila y me la colgué.

-Tu deberías estar...

-Pero estoy aquí, Edward, y ¿sabes qué?- Me acerqué lentamente a su rostro notando su nerviosismo- Vine para quedarme. Tú pequeño pueblo parece interesante, cariño.

  Giré mi rostro hacia los chicos y nos miraban confusos. Les sonreí dulcemente.

-Hasta pronto, hermanitos Genovese- Y así, di media vuelta y salí de aquella cafetería resonando mis tacones y moviendo mis caderas como perfectamente sabía hacer.

  Gracias por traerme a tu pequeño pueblo, mamá. No te decepcionaré.

Los secretos de Anelís.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora