Seis años habían pasado desde la muerte del Karmapa, y en la vecina región de Kham, ubicada en el sudeste del Tíbet, una sencilla familia de campesinos escapaba del horror de los invasores. Pese a que oficialmente los saqueos mongoles habían cesado largo tiempo atrás, lo cierto era que algunos destacamentos destinados en las zonas más remotas del país, amparándose en la impunidad de que gozaban por su situación de aislamiento, hacían oídos sordos de cuando en cuando a las órdenes de los mandos superiores que se hallaban a miles de kilómetros de distancia y asaltaban, por pura diversión, las aldeas más apartadas y desprotegidas de su territorio.
La familia Norgay huyó con lo puesto dejando atrás toda una vida de durísimo trabajo. Urgidos por la situación, se vieron obligados a abandonar, en un abrir y cerrar de ojos, su hogar, su pedazo de tierra cultivable y los pocos animales que poseían. Las escasas pertenencias que lograron salvar las arrojaron en un carromato tirado por un yak y, sin echar la vista atrás, escaparon del lugar como alma que lleva el diablo.
Jampo Norgay, el cabeza de familia, había decidido poner rumbo a Batang, ciudad que los mongoles no atacarían y donde esperaba tener una oportunidad para volver a empezar de cero. Pero el largo viaje les estaba exigiendo un formidable esfuerzo: llevaban todo el día atravesando simas y desfiladeros por senderos pedregosos, mucho más peligrosos a causa de las copiosas nevadas que había traído la reciente irrupción del invierno.
Cruzaban las estrechas y sinuosas sendas de un puerto de montaña que rodeaba la cordillera. A sus espaldas habían dejado paisajes de ensueño, fácilmente visibles desde su privilegiada posición en las alturas. Las inmensas estepas se alternaban con cañones de rocas rojizas y lagos salados en cuyas aguas se reflejaba el azul prístino de un cielo despojado de nubes. Las corrientes de los caudalosos ríos discurrían de forma embravecida y bañaban las orillas donde los bancales se nutrían para engendrar el cereal. En el Tíbet cohabitaban, bajo un mismo y despiadado sol, la aridez de los campos sembrados de piedras con el infinito caudal de tierras ricas en pastos.
La familia Norgay respondía a los tradicionales rasgos tibetanos: caras anchas, ojos rasgados y pómulos altos. Jampo, curtido en las desagradecidas tareas del laboreo, era robusto y vigoroso. Hombre de pocas palabras y parco en muestras de afecto, se desvivía en cambio por que en su hogar no faltase el sustento diario, aunque para ello tuviese que molerse el espinazo como una mula y robarle horas al sueño antes del amanecer.
Jampo caminaba junto al yak, palmeándole la joroba que le nacía sobre los hombros. Desde luego, sin la bestia, el único animal que habían podido salvar en su precipitada huida, les hubiera sido imposible acometer semejante travesía. Aquel yak macho le ayudaba con el arado y ahora le servía para tirar del carromato que transportaba a su familia. Poseía un pelaje generoso y tupido de color marrón que le protegía del frío, y cuernos largos y pezuñas grandes adaptadas a los terrenos montañosos. La bestia domesticada no se había quejado ni una sola vez, a pesar de que no habían efectuado ni una parada durante todo el recorrido.
—Malditos sean los mongoles —imprecó Jampo por lo bajo.
Acomodados en el carromato, junto a los bártulos, iban la mujer de Jampo y sus dos hijos pequeños. Dolma era delgada como un palo pero sorprendentemente fuerte, por cuanto se empleaba en las faenas del campo con la misma entrega y disciplina que su hacendoso marido. Con todo, Dolma no renunciaba a la coquetería, y rara era la ocasión en que no lucía algún que otro abalorio —una pulsera o unos pendientes de turquesa— rematado por su sempiterna raya en el centro del cabello y dos trenzas perfectas cayéndole a los lados. La audaz mujer no dejaba que su mirada trasluciera el miedo que sentía por dentro, para que los dos niños no se apercibieran de la verdadera gravedad de la situación.
ESTÁS LEYENDO
La esperanza del Tíbet
Historical FictionEl Tíbet, siglo XIII. El llamado «País de las Nieves», antorcha del budismo en Oriente, se encuentra bajo la autoridad del Imperio mongol, cuyos dominios se extienden por la mayor parte del planeta conocido. En semejante contexto, el fallecimiento d...