14. La suerte del gato negro.

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Chat noir sacudió la cabeza con cierto enojo. Puede que se hubiera puesto un poco sentimental con Plagg antes de invocar su transformación para ir a reunirse con Ladybug, pero la desazón que le provocaba la posibilidad de tener que renunciar a su prodigio, y con ello a la compañía del kwami, se enredaba en su estómago con tanta fuerza que estaba a punto de provocarle arcadas.

Sin embargo, el pequeño gato negro no parecía tomárselo en serio. Se había burlado despreocupadamente de su temor, se había reído en su cara cuando intentó dedicarle algunas palabras sinceras, y solo había mostrado entusiasmo ante el festín de quesos apestosos con el que le había obsequiado.

No sabía muy bien qué pensar. Plagg nunca había sido muy dado a demostrar sus sentimientos, pero durante el tiempo en el que habían convivido le había dado sobradas muestras de que lo apreciaba de verdad. Se había convertido en su principal confidente, había estado junto a él en los momentos en los que la soledad amenazaba con consumirlo, y había sido su fiel compinche cuando necesitaba escapar de todo y saborear unos instantes de libertad. Además, lo había apoyado sin reservas en aquel descabellado intento de acercarse a Marinette refugiado tras el anonimato de su antifaz gatuno, y había estado de acuerdo con su decisión de revelar su identidad.

¿Estaría molesto en realidad por el riesgo que estaba asumiendo? ¿Era aquella indiferencia su manera de ocultar su temor? Había estado intentando indagar si aquella situación ya se había dado en el pasado, y cómo habían reaccionado los guardianes a los que les había tocado arbitrar la situación, y Plagg le había contado algunos casos esperanzadores, pero también un montón de anécdotas espeluznantes, algunas de las cuales incluían el destierro o la ejecución. A lo mejor había tenido que vivir tantas despedidas dolorosas a lo largo del tiempo que había aprendido a blindarse para no sufrir.

Al menos, ambos habían estado de acuerdo en que era muy improbable que Ladybug tomara medidas tan drásticas. "Pues piensa que, comparado con eso, llevarse una buena bronca y tener que entregarle el anillo tampoco sería tan grave", le había espetado el kwami. Sin embargo, aquello no había supuesto un gran consuelo para él.

Así que allí estaba, tratando de tragarse el nudo en su garganta, rememorando los besos de Marinette para reunir valor, esforzándose en no pensar que renunciar a su prodigio no solo supondría tener que despedirse de Plagg, sino también de Ladybug.

Una intensa lengua de fuego pareció quemar su pecho al pensarlo. No se arrepentía de su decisión, pero no podía evitar que le doliera pensar en las renuncias que podría conllevar. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando disipar la melancolía. Cuando los abrió de nuevo, Ladybug estaba justo frente a él, contemplándolo con una mirada dulce.

--Hola, Chat noir.

Su corazón saltó al escuchar su voz. No sabría explicar el motivo, pero al verla su nerviosismo se desvaneció de golpe. Sonrió al contestar.

--Hola, Ladybug.

--Querías hablar conmigo, ¿verdad? --preguntó ella, gentil--. ¿Prefieres dar un paseo, o que nos sentemos en algún lugar?

--Como quieras --se encogió de hombros, tratando de ordenar las palabras en su cabeza.

--Entonces, sígueme... ¡Si puedes!

La heroína esbozó una sonrisa juguetona y se lanzó a la carrera sin mirar atrás, saltando de tejado en tejado con vibrante velocidad. Él reaccionó con presteza, y la persiguió en loca carrera hacia donde quiera que lo estuviese llevando.

Disfrutó como un niño del reto, de la sensación del aire revolviendo su cabello, de la camaradería y complicidad que habían logrado construir entre ellos, y que parecía intacta a pesar de que ya no coincidieran con tanta frecuencia, ni hubiera villano contra quien luchar. La perdió de vista un instante, pero retomó la pista al escuchar su risa cristalina tras una enorme chimenea, y corrió hacia el extremo contrario esperando sorprenderla al aparecer desde allí.

En mi balcón (Olvidando a Adrien) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora