capítulo 03

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La chica sólo intentó ignorar aquel anuncio.

Ya mi día inició mal, muy mal— dice Alaïa de muy mala gana. — Primero esa estúpida pesadilla y ahora éste anuncio tan iluso.

Fué justo allí cuando el autobús de enfrente empezó a avanzar, y ella agradeció por ello.

Alaïa quería tapar el sol con un dedo, pretendía ser una mujer fuerte y segura de sí misma, aveces incluso llegaba a ser algo déspota y malhumorada, pero no era su culpa, ella no era y nunca quiso serlo, pero la vida la convirtió en eso, ella se convencía de eso a diario. Mientras conducía hasta su trabajo se sumergió de una manera exagerada, su mirada veía al frente, pero estaba tan perdida como un barco sin timón en medio del mar; tenía una mirada indesifrable, sus ojos eran café claro, pero justo en ese momento se habían oscurecido, justo en frente había un grupo de jóvenes cristianos con grandes carteles con mensajes que al parecer de Alaïa eran "ridículos" una de las jóvenes del grupo llevaba un cartel que decía "Dios te pasa por procesos porque te ama y quiere perfeccionarte" a Alaïa se le formó una sonrisa sarcástica en su rostro.

¡Estos chicos no saben ni cuántos dedos de frente tienen y hablar de amor, y aún más de uno que no se puede ver o expresar! —La chica se sentía algo molesta, su rostro lo reflejaba de manera clara y transparente.

Alaïa estacionó su auto y se bajó, camino un para de pasos hasta llegar a la puerta de la empresa, le saludó a Ernesto, el vigilante, y le mostró su identificación, luego entró a la empresa y caminó hasta el ascensor espero unos cinco minutos hasta que las puertas se abrieron y ella pudo entrar, marcó el número de su piso, exactamente el número seis.

En otra ciudad.

¡Por favor! Sé que me he equivocado, sé que lo he hecho mal, pero te pido que mis dos hijos estén bien... Mi vida entera la he consagrado a ti, mi fé está arraigada en ti, te pido que guardes la vida de mis hijos. —un torrente de lágrimas salían del rostro de aquel hombre de edad algo avanzada, tenía al rededor de unos 50 años, pero se veía un poco más desgastado, tenía los ojos hinchados, y rojos, el dolor se reflejaba en su rostro— Te pido que tengas misericordia de mi esposa y de mí, hemos fallado como padres, pido que Álex regrese a casa, que salga de ese sucio camino de las drogas, y a mí pequeña Alaïa... Aún no sé porque se alejó, pero te pido que la traigas a su hogar, pero que sea tu voluntad que se cumpla. —Dijo aquel hombre, para luego colocarse de pie, era un hombre muy alto, quizás 1,87  cm. Justo desde la puerta de la habitación lo veía una mujer de unos 45 años, la mujer estaba con su rostro empapado al oír las palabras de su esposo, y se acercó a él, lo abrazó y le dijo al oído "Él conoce nuestros errores y nuestros corazones, Dios tiene el cuidado de todo, no te aflijas más" —Ahora debemos hablar de algo serio Alberto.

*Alaïa*

La jóven llegó a su piso y de inmediato entró en su oficina, no soportaba el ambiente que había en aquel piso, pues, la mayoría de los empleados pertenecían a la iglesia donde asistía su jefe, y cada mañana hacían algo llamado devocionales, y ponían música religiosa, y eso era algo que le traía turbios recuerdos a Alaïa.

"La pequeña castaña de unos nueve años estaba parada viendo cómo muchos lloraban y disfrutaban de lo que se sentía en el ambiente, mientras la adoración sonaba y el pastor Jean oraba, ella se sentía miserable, ella se preguntaban cómo no podía no haber alguien que notara su sufrimiento, ¡¿Dónde estaba ese Dios que todos sentían en ese momento cuando Sombra la lastima?!, Ella no pudo evitar que pequeñas lágrimas de impotencia salieran de sus ojos, su madre la observó y pensó que lloraba a causa de la presencia de Dios, pero no sé daba cuenta que en la vida de su pequeña hija, la esperanza estaba siendo reemplazada por contradicciones y su fé por incredulidad."

Alaïa eliminó ese recuerdo de su mente, ella debía enfocarse tenía mucho trabajo que hacer y fue ahí cuando la puerta de su oficina se abrió y entró, Helena, la secretaria de mi jefe —Oye Alï, quería saber si querías venir con nosotros, hoy es mañana de testimonios. — dijo aquella rubia, con una pequeña sonrisa.
No quiero ser grosera Helena, pero sabes que ese tipo de cosas y yo no somos compatibles— trató de ser lo menos grosera posible, pero la poca simpatía se notaba y aún más cuando le regaló una sonrisa poco sincera.

Helena salió cerrando la puerta dejando sola una vez más a Alaïa; la chica se levantó y colocó a hacer un poco de café, ese día por alguna extraña razón tenía la mente muy nublada por recuerdos del pasado. Así que empezó ha hacer su trabajo. Su mañana transcurrió en papeles, refacciones, copias, cafés, llamadas y muchas otras cosas.

Ya se acercaba la hora de ir a almorzar, así que Alaïa decidió parar un poco con el trabajo,  fue cuando su puerta se abrió de golpe dejando ver a un hombre alto de unos treinta años, quizás un poco más. —¿Santi?— las palabras de la chica están impregnadas de sorpresa y sus ojos están tan abiertos por la sorpresa que parece que se saldrán de sus órbitas.
El mismo —le dice regalandole una gran sonrisa.
¡No lo puedo creer! —dice mientras se acerca a él —Pues créelo, aquí estoy.
La sonrisa de Alaïa y un gran abrazo no se hacen esperar más.

Alaïa estaba muy feliz, su mejor amigo había regresado luego de tres años lejos. Por fin había conseguido la excusa perfecta para controlar sus pensamientos.

Oye, papá me ha pedido que subamos a su oficina.— Dice algo serio.
¡Oh! Ok, bueno vamos. Me siento muy feliz de que estés de vuelta —dice sonriendo mientras salimos de la oficina.

*En otra ciudad*

¡Debemos contactar a Alaïa, Liliana! —dice Alberto con las manos en su rostro.
Alberto, por favor, necesito que te calmes. Ésto lo veíamos venir, yo sé lo entregué a Dios desde que me enteré, Alex está en un centro de rehabilitación, el cual no conocemos, y de Alaïa no sabemos nada desde hace ocho años... Yo aceptaré lo que Dios haya determinado para mí, y si ésta es su voluntad la aceptaré, me equivoqué en muchas cosas, de las cuales le daré cuenta a Dios, pero a pesar me siento en paz. —Dice la mujer dándole una sonrisa de consuelo.

Liliana se había enterado hace una semana que tenía un tumor en su médula espinal, la cuál poco a poco le iría desgastando su columna y afectando su sistema nervioso, hasta causar su muerte, y cuando ella se enteró sintió un miedo desgarrador, no por ella, sino por sus hijos ¿A caso no tendría oportunidad de despedirse de ellos? ¿Sería que partiría de este mundo sin saber porque su hija se alejó de dicha manera de ellos? ¿Alex, volvería a ser aquel joven sano y pleno que soñaba con ser adorador? .
Eran preguntas que la atormentaban pero fue ahí donde en su mente retumbaron éstas palabras "Yo soy tu padre, y conozco tu corazón, nunca olvides que mis caminos son misteriosos y mi voluntad es agradable y perfecta". Fué de ahí donde sacó fuerzas para aceptar lo que vendría.

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