No sé cuanto tiempo había pasado, no mucho, pero ya me había despertado por los ruidos. Sonidos extraños y siniestros. Cedric no estaba en la habitación como lo había prometido antes. Mi corazón se aceleró por el susto, sentía que se me iba a salir del pecho.—¡Cedric! —¿Dónde se ha metido éste hombre?
Escuché unos pasos provenientes del primer piso, pensé en Cedric, seguramente salió a hacer algo.
—Cedric. —dije prácticamente en un susurro.
Algo no me cuadraba. Tenía pocas horas conociéndolo y si algo sabía a la perfección era que no se quedaría callado cuando yo lo llamara. Me detuve, por tercera ocasión estaba presenciando la figura de aquel espíritu, los gritos seguían martillando el entorno. Una y otra vez la silueta se desvanecía.
—¡No! —grité.
De repente, reapareció delante mi, cómo una estatua, no se movía y de sus ojos brotaban chorros de sangre, sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa, estaba logrando destruirme sin ni siquiera moverse.
—¡No! —grité aún más fuerte.
Grité unas tres veces, volví a mirar a mi alrededor, Cedric estaba en un sillón quien rápidamente corrió hasta mí. Todo estaba en perfecto estado, todo fue un sueño que parecía muy real.
—No. —las lágrimas empezaron a mojar mi rostro, cubrí mi cara con las palmas de mis manos.
—Solo ha sido un mal sueño, tranquila. —me escondí entre sus brazos. Se sorprendió, pero no dudó ni un segundo en rodearme con sus brazos.
Una congoja se formó en mi garganta, una barrera que no dejaba salir mis palabras, el miedo lo expulsaba en lágrimas de dolor, el pánico de no poder salir de aquí con vida me invadía cada vez más.
—¿Ya te quieres separar de mí? —No estaba mirando su rostro, pero puedo asegurar que estaba sonriendo.
—No. —¿Qué dijiste, Layla?
—Se que soy irresistible. —Sus manos peinaban mi cabellera de una manera inexplicable.
«¡Dios, que hombre!»
—No seas tan modesto. —Me separé. Sequé mis mejillas que aún estaban humedecidas.
—Tus ojos están hinchados. —dijo bastante serio.
No necesitaba un espejo para darme cuenta, los podía sentir un poco más pesados de lo normal.
—No quieres hablar, bien, pero levántate ya, tenemos que regresar por tu ropa. —tenía la vista clavada en mi con gran intensidad.
—Deja de mirarme como un depravado, por favor.
—Entonces de ahora en adelante no te miraré a los ojos cuando hable contigo.
—¿Puedes traer mi equipaje? No quiero regresar a ese lugar.
—Por supuesto, no tardaré mucho en llegar.
En cuestión de segundos el hombre alto y de tez clara se había esfumado de mi vista dejándome completamente sola, en medio del bosque y en la claridad de la mañana.
Justo como lo prometió, Cedric llegó a la cabaña mientras yo estaba envuelta en una toalla blanca que había encontrado en una gaveta, limpia, obviamente. Dejó mi ropa encima de la cama y sin decir media palabra hizo mutis por el foro.
...
—¿Hacia dónde vamos ahora? —Gotitas de agua caían al piso, mi pelo lo tenía mojado.
—A casa de un amigo, estaremos seguros ahí.
—¿Y mi auto? No lo puedo dejar allí tirado.
—Layla, eso es lo de menos, hay cosas realmente importantes de las cuales te debes preocupar.
Me quedé en total silencio, tenía razón, pero tampoco sé lo iba a decir.
—Empecemos la marcha desde ahora, para el atardecer ya habremos llegado. —se puso una chamarra de piel negra.
—¡Mierda!
—¡Que vocabulario, niña! —frunció el entrecejo. Acomodó el cuello de la chaqueta y se echó a andar por el salón.
—Dijiste que llegaremos al atardecer, eso es mucho, tardaremos horas.
—Pues sí, prepara esos piesitos para la larga caminata. —cínico.
Crucé mis brazos a la altura de mis pechos, dí un largo suspiro y puse mis ojos en blancos.
—Hagamos lo que tengamos que hacer, por favor, ya quiero que ésta pesadilla acabe.
Su bellísimo semblante que ha captado toda mi atención se tornó serio. Afirmó con la cabeza y se dirigió fuera de la residencia. El sol estaba muy resplandeciente, el camino arriba no tenía asfalto, podía sentir los terrones de tierra en la planta de mis pies, duros y cortantes. Ningunos dijimos ni una sola palabra, él iba como si tal nada, pero a mi me estaba tragando un cable, literalmente.
Después de un largo recorrido, nos detuvimos frente a una iglesia, unos segundos más tarde salió un hombre mayor, de pelo canoso y vestimenta negra.
—¿Cuántos tiempos sin vernos, Cedric? —era un sacerdote, lo pude notar por su apariencia.
—No tanto. —contestó Cedric. Sonrió, sus dientes blancos mostraban destellos.
—Hola, Layla. —sentí un escalofrío en todo mi cuerpo con aquellas dos palabras.
—¿Qué clase de broma es ésta? —Los dos hombres se miraron con complicidad, saben algo que yo no sé.
¿Qué será?
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El Resguardo ©️
Misterio / SuspensoLayla viaja a un pequeño estado ubicado en el condado de Washington, Maryland. Un lugar pacífico donde todo parece ser normal, hasta que ella empieza a presenciar hechos completamente insólitos que ponen en riesgo su vida. Cedric, un hombre totalmen...