Capítulo 1: El regreso

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Muchas cosas extrañas suceden en estos bosques, algunas son desgracias y otras raras veces se pueden catalogar como milagros. Pero no estoy segura si lo que viví es una cosa o la otra. 
Todo empezó hace alrededor de 5 años, una tarde del 22 de noviembre cuando regrese de hacer algunas compras para preparar una torta. Al llegar encontré a mi esposo desesperado y visiblemente asustado. Juan mi hijo de apenas 6 años había salido a jugar al bosque mientras que Marcos, mi esposo lo vigilaba mientras reparaba su bicicleta en la parte trasera de la casa cerca del bosque. El niño estaba jugando golpeando los troncos de los árboles y cada vez más se fue adentrando en el bosque hasta que no fue más visible para mi esposo y en un simple descuido, en tan solo un par de segundos el niño desapareció sin dejar rastro, como si la tierra se lo hubiera tragado. Nuestra casa está rodeada por la naturaleza y en la parte posterior se alza un hermoso, frondoso e imponente bosque que llega hasta las faldas de unas enormes y hermosas montañas que parece que tocan el cielo. Llevamos una vida tranquila en ese lugar aunque algo solitaria. Llamamos a las autoridades luego de buscarlo por nuestra propia cuenta como quien no acepta lo inevitable, alertamos a nuestros pocos y extraños vecinos quienes no vivían precisamente cerca de nosotros pues las casas están separadas por grandes distancias de bosques. Hicimos búsquedas en grandes grupos por semanas, días y noches con la esperanza de encontrarlo con vida o al menos poder encontrar un cuerpo y así poder darle un entierro y tener por lo menos un lugar para poderlo visitar. Para un padre este pensamiento puede que no tenga cabida alguna en su alma, pero para mí que me veía sumergida en esta agonía, incertidumbre y el dolor era mucho mejor tener un cuerpo sin vida que nunca saber que pasó con mi pequeño y único hijo. Sin duda alguna prefería tener una tumba donde poderlo llorar.
Pero nada de eso pasó, no lo encontramos ni vivo ni muerto y aunque la policía no cerró el caso sino hasta varios meses después, yo empecé a perder las esperanzas a las pocas semanas aun frente a las súplicas de mí esposo que salía cada día y noche para adentrarse solo en esos malditos bosques en búsqueda de mi pequeño pero siempre regresando con las manos vacías. Estoy segura que èl para ese tiempo también había perdido toda esperanza pero la culpa que sentía no lo dejaba dormir y lo  obligaba adentrarse todos los días en el bosque hasta que poco a poco fue aceptando la cruda realidad. Aunque Juan no era su hijo él lo había criado como uno propio, aunque sé que muy en el fondo no le gustaban los niños, día a día se esforzaba lo más que podía por ser un buen padre para mi pequeño y por tal motivo lo amé más, por tal motivo nunca le eche la culpa de lo sucedido aunque en varias ocasiones casi se lo confieso, que efectivamente pensaba que él tenía algo de culpa, en algún lugar había resentimiento hacia èl pero confesárselo no me traería de vuelta a mi hijo y solo empeoraría mucho más las cosas.
Paso un año, un año de la desaparición de Juan y el 22 de noviembre a las 5 de la tarde mi esposo y yo estábamos sentados en la grama charlando y viendo la cumbre de la montaña que se perdía entre las nubes, cuando un sonido proveniente de los árboles llamo nuestra atención. El bosque parecía estar rugiendo con ferocidad mientras que un viento comenzó a batir las copas de los árboles. Los lobos aullaban en lo profundo del bosque con desesperación y lo que al parecer eran cientos de pájaros alzaban vuelo y se aglomeraban como si intentaran escapar de algo. Ambos dirigimos la mirada a los árboles que parecían cobrar vida y se mecían violentamente frente  a nosotros y allí lo vimos caminando torpemente en nuestra dirección. ¡Era el! era Juan sin ninguna duda. Lo hubiera reconocido aunque hubieran pasado  miles de años.

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