Saxofón

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Un nudo inquebrantable, un pacto de sangre, yo y mi jazz, vivíamos cerca, tan cerca. Juntos, hacíamos feliz al mundo; de mis ojos, como un puente, salían aquellos disparates, que, desembocados en mi alma guiaban a mis dedos a la melodía perfecta. Creo que lo entendí muy bien: la vida era mi saxofón y yo, le había entregado cuerpo y alma a tan fascinante instrumento... Pero a mi pesar, llevamos mucho tiempo sin juntarnos, y esta situación me ponía muy triste, no sé nada de el, ¿como estará? ¿me extrañará?, no lo sé. Pero sin duda la vida no va al unísono cuando no somos.

Me llamo Daniel, tengo 15 años y soy un adolescente normal. Vivo en el barrio Nogal y voy a una escuela artística en la que estoy desde hace 4 años. Pero antes de hablar de mi presente, empezaré hablando de por qué me apodan "El niño del jazz".

Seguramente se pensará al escuchar este seudónimo que soy la personificación de este género, que soy alguien superdotado que toca de manera perfecta las partituras u otras cosas que en este momento no recuerdo pero que van asociadas a encajar de manera perfecta con el jazz. Realmente si, puede que todas esas suposiciones sean ciertas, pero para mí lo único válido es que desde los 12 años, el saxofón me había enamorado: Un día ví a mi padre tocar, manejaba el saxofón como si fuera parte de él y transmitía su pasión de una manera muy efusiva e intensa, todo se tornaba alegre en casa y desde ese momento el jazz captó mi atención.

Lastimosamente, una noche en la que mi padre salió a trabajar tuvo un accidente automovilístico; el impacto fue muy fuerte y él murió al instante. Mi familia lo supo inmediatamente y desde ese momento me he quedado solo con mi madre. Ella lloraba a diario, desde mi habitación escuchaba su sollozo llanto y los días jamás fueron iguales. Obviamente ella abrumó todo lo que nos pudiera recordar a mi padre, el saxofón no fue la excepción, mi mamá lo tiró en un cuarto junto a todas las melodías y recuerdos.

Yo era muy pequeño para entenderlo, cuestioné a la música, por un tiempo perdí todo el interés en ella y mi corazón se sumergió en una completa tristeza cuestionando y culpando al jazz de esto, por su culpa perdí a mi padre y el rencor se iba agrandando por cada día que no lo veía.

Durante un año estuve muy alejado de la música, todos esos bonitos sentimientos del principio se fueron desvaneciendo y no tuve más opción que concentrarme en mis estudios.
Ese tiempo me ayudó para conocer a personas buenas y malas: algunos se burlaron del fallecimiento de mi padre, otros (mis únicos y más leales amigos) me defendieron y siempre lidiaron con la gente que solo buscaba burlarse de mí; ellos dos conocían un poco de mi pasado pero nunca intentaron preguntarme algo, yo poco a poco lo iba superando pero eso no significaba que me estuviera contemplando retornar al jazz.

Aún cuando siempre pensaba en el, en días lluviosos y oscuros en los que me sentía vacío, no paraba de pensar en que tocar sería lo mejor. Pero a pesar de todo este sufrimiento sabia que era lo mejor para mí y para todos. Mi madre se notaba más tranquila e intentar revivir aquellos momentos no solo sería doloroso, sino traería consigo los traumas del pasado.

Así pasaron unos 3 meses: yo me esforzaba en la escuela, me iba muy bien y había afianzado mis amistades. Me sentía muy cómodo y en general todo estaba saliendo de la mejor manera.

Pasado un tiempo, un poco más valiente, realmente nunca logré quitarme los pensamientos de lo que era la musica para mí.

El primer escalón para enfrentar los miedos de mi familia fue entrar a la escuela musical de mi escuela, allí habian grandes talentos, de hecho, mis amigos me llevaron; yo solo observaba a esos niños, que, como yo, les gustaba mucho tocar algún instrumento. Esto generó en mí la esperanza de que tal vez mi mamá entendiera que yo no estaba dispuesto a dejar el jazz, que realmente queria dejar los fantasmas del pasado, y tocar como nadie más lo hizo, como solo mi padre sabía.

El Niño del JazzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora