Las palabras que salieron de aquella ilusión no salieron de mi cabeza, aún después de llegar a casa. Intenté dormir, un esfuerzo para nada fructífero. No recuerdo la última vez que retorcí tanto en mi propia cama.
Abrí la ventana de mi habitación, esperando que el calor sol naciente lograra levantar mi ánimo. Unos pocos rayos de luz iluminaron la solitaria y fría habitación. Después de arreglar mi cama, asearme y tomar el desayuno, salí de mi casa. La luz del sol brillaba y bañaba todo imparcialmente con su candor.
Aún así, el frío no abandonó mi cuerpo.
Abrí la puerta de mi automóvil y me subí, lo encendí y después de unos minutos de calentar el motor, arranqué, moviendome del aparcadero frente a mi casa.
Tenía que resolver aquello que no me dejaba dormir.
Tal vez, deba hablarles un poco sobre mí, solo un poco. Mi nombre es Damian. Mi apellido importa muy poco, no tiene una rica historia detrás, ni un pesado legado que ostentar.
Tengo 24 años, estudié Literatura.
¿Qué? ¿Por qué Literatura? Bueno, siempre he creído que las palabras son importantes. Una vez leí esta frase: "Las palabras correctas, en el momento correcto, con el contexto e intenciones correctas, pueden cambiar el mundo." Dicha frase se ha quedado conmigo desde entonces, como si fueran una de las verdades inexorables del mundo.
Eso era, hasta que conocí a Sarah, irrumpió en la pulcra y relajante calma de mi vida, como un huracán, volteando mis creencias. Un huracán recién graduado de psicología, con un interés por la filosofía.
Nunca perdía una oportunidad para decirme lo aburrido que era.
"¿Entonces por qué no te vas a otro lado?" Le gruñía, fastidiado, una que otra vez.
Ella solo sonreía, mientras me miraba como un gato a un nuevo juguete y me diría: "Eres aburrido, pero de una forma diferente a los demás, y eso es interesante."
Nunca, hasta el día de hoy, he podido comprender a lo que se refería. Las conversaciones con ellas no hacían más que dejarme con dolores de cabeza.
No se en que momento nos fuimos acercando, en que momento entramos en una relación, apenas sabía cuando nos besábamos, y ella me haría darme cuenta de nuestra intimidad cuando menos lo esperaba, seguirle el paso me era imposible, pero podía estar seguro de una cosa, ella estaba ahí.
Al menos, pensé que siempre lo estaría.
"Pero lo estoy ¿No es así? En tu cabeza, al menos." Habló la ilusión, desde el rabillo de mi ojo, sentada en el asiento de copiloto.
Gruñí, era la primera vez que "ella" aparecía a otro lugar que no fuera el bar de Don Leo. Estaba empeorando, pero no importaba, estaba dispuesto a deshacerme de ella hoy.
"¿Deshacerte de mí? Pero, si vas a verme...¿Verdad?" Se burló. Podía sentir su mirada aunque no estuviera ahí, mirando en lo profundo de mi mente... y de otra cosa.
Tenía razón, solo había una manera de deshacerme de esta molesta alucinación. Tenía que entender que teníamos Sarah y yo. Ella nunca le dió un nombre, dijo que no podía tener etiquetas, sim embargo. Eso no era lo que me estaba molestando, pero tal vez, solo tal vez, sabría que ocasionaba este sentimiento de pavor en mi pecho.
La gente cambia, pero algunos hábitos no. Hace dos meses que no veía a Sarah, pero sabía que estaría ahí.
El parque del norte, cerca de las montañas, eran ya las 9 de la mañana, pero el parque estaba cubierto de una fina neblina, como si estuviera alejado del sol, aislado de la realidad fuera de el mismo. Estacióne mi auto en el parqueadero e ingresé al parque, a través de la entrada, hecha en un simple pero llamativo arco de hierro.
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Sentimientos inefables.
RomanceA veces, ni las acciones, ni las palabras pueden expresar lo que alguien siente en realidad.