Capítulo 2

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Junio, 2016

Timaeus


Estoy frustrado, verdaderamente frustrado. Como nunca lo he estado en mi vida.

Los verdes y marrones están en mi cabeza mientras Melissa, alias la pelirroja aporrea el piano con una melodía que no tiene ni pies ni cabeza. Tiene una técnica exquisita, probablemente de concertista sería todo un espectáculo de ver, pero como compositora...

—Para. Una composición romántica no tiene que necesariamente ser lenta —le explico mientras me mira con carita de cachorro pateado—. La composición debe salir de ti, debe tener un alma. La música tiene vida, es vibrante y debe llegarte hasta lo más profundo del ser.

Melissa y Charlotte tienen quince años y diecisiete respectivamente, mientras que Seth y John tienen dieciséis y dieciocho años. Aunque sé que la edad no es sinónimo de madurez, porque simplemente a mis veintitrés años en definitiva no lo era en lo más mínimo. Pero en la música eso era muy distinto, el crecimiento musical no tenía nada que ver con los años o la madurez, era lo que uno había vivido con ella, lo que le había enseñado y en ese sentido la música había sido mi maestra, mi compañera, mi todo. Y era claro que para estos chicos si bien la música representaba algo dentro de sus vidas, no estaba seguro si era lo suficiente fuerte para que se transmitiera en una composición.

Era eso lo que diferenciaba a los compositores. Había aquellos para los que la música no era más que una fórmula matemática y aunque lograran canciones capaces de conseguir un disco de platino o de diamante, no transmitían nada. Al contrario, aquellas canciones que era compuestos por los grandes maestros de la música no conseguían galardones, se convertían en leyendas.

Me pellizco el puente de la nariz mientras comienzo a revisar la composición de Seth, no necesito ni escuchar entonarla para saber como sonará y aunque es mucho mejor que la de los demás aún podría mejorarse. Era en esencia una canción tierna, me atrevía a decir que quizás de su primera experiencia con el amor, pura y tierna. Sus colores se acercaban mucho a un rosa claro, delicado. Era interesante de ver.

Mi vista los recorre por un momento mientras aún sostengo las partituras en mis manos. Se detiene en Maya, y solo sé su nombre por que la lista de alumnos lo dice, porque no ha dicho ni una sola palabra en el casi un mes que llevamos con el curso. Tampoco ha presentado ninguna composición y siendo franco ya no sabía que más hacer en esta situación. Debía hablar con papá en busca de consejo.

—Bueno. He elegido para ustedes algunas composiciones que se acercan mucho a sus estilos musicales, quiero que las revisen y en la próxima sesión quiero que me expliquen las intenciones de los compositores al crearlas.

Era una tarea muy difícil de lograr, pero necesitaba que comenzaran a ver más allá de lo evidente si quería lograr enseñarles algo en este tiempo. No, no por mí. Quería que ellos lograrán disfrutar de la música con lo más profundo de su ser.

El timbre que indica el final de la clase suena. Todos comienzan a moverse listos para marcharse, pero antes de que lo hagan digo:

—Maya, quédate un momento.

Los murmullos no se hacen esperar y noto como de inmediato ella se tensa al ser el centro de atención. Y tampoco se me pasa la forma en que todos comienzan a burlarse por lo bajo, lo suficiente como para que yo no pueda escucharlos, pero lo hacía.

Maya se acerca temerosa hasta mi escritorio, puedo ver como oculta su rostro detrás de su cabello y se oculta detrás de ropa al menos tres tallas más grandes, siento que es algo así como un escudo. Lo había notado con el paso de los días, pero ahora al verla de cerca no me queda duda alguna.

SAGA LUX III | Los colores de TimaeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora