O2。

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Era mediodía.

Las clases estaban a punto de acabarse, solo faltaba una más y JeonGguk al fin podría salir de su segundo día de infierno. Y qué mejor clase para acabar el colegio que gimnasia. Ahora mismo se encontraban JeonGguk, TaeHyung y todos sus odiosos compañeros en el gimnasio, escuchando atentamente las instrucciones de su profesor. Por suerte, lo que tendrían que hacer no sería tan difícil ni pesado, ya que, aunque el castaño siguiese siendo ágil, ese día no estaba de humor como para hacer burpees o correr por quince minutos alrededor de todo el gimnasio.

Y ustedes saben el porqué.

En fin, el profesor les asignó su actividad y los dejó solos, ya que minutos antes de iniciar la clase el director avisó que todos los docentes tendrían una junta que duraría más de hora y media. Y la clase duraba cincuenta minutos. Qué conveniente, pensó JeonGguk. Era algo cliché, lo típico que pasaba en las películas en las cuales molestaban mucho al protagonista.

Comenzaron con algo simple, sentadillas. Cincuenta, para ser exactos. Luego siguieron las abdominales, de ahí lagartijas, luego planchas y finalmente corrieron unos siete minutos alrededor del gimnasio. Al finalizar, todos estaban exhaustos, menos JeonGguk y TaeHyung. Sus compañeros parecían estarse muriendo; actuaban melodramáticos, como si nunca hubiesen hecho ejercicio en toda su vida.

Y, con las pintas que ellos llevaban, no parecía que esto fuese del todo una mentira. A decir verdad, la mayoría de sus compañeros eran algo robustos, algunos sí eran delgados, pero eso no quitaba que una pequeña papada les surgiera. Pero, seamos sinceros, ¿qué más podría esperarse de unos niños ricos y mimados, acostumbrados a que hasta para ir al baño los ayuden?

Se pusieron rojos del enojo y la envidia al ver que TaeHyung y JeonGguk estaban sentados en las gradas, conversando y bebiendo agua como si nada hubiese pasado. Como si no hubiesen tenido que soportar cincuenta minutos de, según ellos, tortura. Se veían tan normales y tan relajados que no soportaban verlos de tal manera.

—Déjenlos, de seguro están así porque ni se esforzaron.— dijo JiEun, una de las chicas más populares y egoístas del colegio, arrugando su naríz y lanzándoles una mirada de odio mezclada con asco. Los demás asintieron, quejándose entre sí, diciendo que no era justo y que ellos se habían esforzado mucho.

Ay, por favor. Ni siquiera ellos se la creen.

JeonGguk y TaeHyung los miraron algo extrañados, más no les prestaron atención. La verdad, ni caso tenía hacerlo. Luego de unos segundos, el pelinegro le dijo al castaño que iría por las mochilas de ambos y que se adelantara para ducharse. JeonGguk asintió y ambos bajaron de las gradas para tomar un rumbo diferente.

Las duchas se encontraban solitarias por completo, algo que no le dió tanta confianza al menor, sin embargo, ignoró este pequeño detalle. Encendió la regadera y dejó que las frías gotas de agua cayeran por toda su blanca piel, gotas que poco a poco fueron tomando
una mayor temperatura, ya que hacía mucho frío. El castaño comenzó a lavar su sedoso cabello y pasar el jabón por todo su cuerpo. Dejó que el agua se llevara por sí sola al jabón mientras sonreía.

Unos pasos fuertes detrás de él llamaron su atención. Eran los mismos chicos que tiraron su almuerzo al bote de basura el día anterior. Esos mismos hijos de puta. JeonGguk se alarmó y de la nada comenzó a temblar; estaba nervioso, tenía miedo de lo que ahora podrían hacerle. Estaba indefenso por completo, y ahora mismo su fuerza no estaba funcionando tan bien que digamos. Los chicos llegaron a pasos rápidos hacia él y dos de ellos sostuvieron sus brazos.

—¿Q-qué ha-hacen? suélt-tenme, p-por fav-vor.— tembló, con un rostro de preocupación. Los chicos solo rieron, mirándose entre sí.

—E-eres un ma-ma-marica.— sentenció uno de ellos y luego echaron a reír a carcajadas. Jeon no pudo sostener sus lágrimas y comenzó a sollozar levemente. Un fuerte dolor se hizo presente en su mejilla izquierda, luego en su abdomen y por último en sus piernas. Uno tras otro, sin parar.

Observó como el agua caía al piso, junto a gotas de sangre que parecían provenir de su naríz y boca. Gritaba y rogaba que pararan, pero era más que obvio que ellos no pensaban detenerse por nada. Aquello dolía como el infierno, solo quería que eso se acabara ya. Sintió el fuerte impacto de su delicado cuerpo contra el piso, siendo sentado a la fuerza.

—Sosténganlo fuerte, abran sus piernas y tapen su boca.— ordenó el joven rubio y los otros dos obedecieron. JeonGguk abrió sus ojos en grande al ver que, al volver, el chico traía un palo en sus manos, y negó con rapidez, quejándose y moviéndose lo más que pudo, tratando de cerrar sus piernas con una tremenda fuerza. El chico se acercó a él con una cínica sonrisa y le murmuró: —Espero que lo disfrutes, pequeña zorra.

JeonGguk lloró fuertemente, y justo antes de que pudiera introducir aquél sucio objeto en su recto, algo golpeó su cabeza, haciendo que, adolorido, se retire de él y suelte el palo. Los chicos soltaron a castaño rápidamente, con la intención de golpear al que los interrumpió, más no pudieron, pues él fue más rápido.

Los golpeó con fuerza a cada uno de ellos, hasta el punto de dejarlos inconscientes. JeonGguk ni siquiera miró, solo se tiró por completo al piso y se hizo bolita, pero al instante sintió unos brazos que lo envolvían y su cabeza chocar suavemente contra un fuerte pecho, mientras sus cabellos eran acariciados con dulzura y sutileza.

—¿T-taeHy-yung?— murmuró, sin ganas, con una respiración ya más calmada.

—Aquí estoy, ángel, aquí estoy.— le dijo bajito y con suavidad. JeonGguk sonrió levemente ante el apodo y se acurrucó, buscando calor en aquél masculino cuerpo, mientras el pelinegro repartía caricias por todo su cuerpo para calmarlo y que se olvidara del dolor que sentía.

Cuando el ambiente estuvo más tranquilo y los chicos ya se habían marchado, el pelinegro decidió que era momento de que ambos también lo hicieran. Ayudó al menor a vestirse, tratando de no mirar tanto, claro, pero sin perder de vista aquellas hermosas piernas o esas deleitables curvas. Tragó duro al observar por algunos segundos su voluminosos glúteos.

Por dios, ese no era momento para delirar, Kim TaeHyung.

Pero al cabo de unos cuantos minutos, JeonGguk terminó de alistarse y ambos salieron juntos de aquél gimnasio. Los pasillos ya se encontraban vacíos, y los profesores aún seguían en aquella estúpida junta. TaeHyung bufó al verlos, segundos antes de abandonar por completo la institución. Puras saliva malgastada. Seamos sinceros, ellos ni siquiera se dignarían a hacer algo por chicos como JeonGguk o como él. En fin, la hipocresía.

El pelinegro acompañó al menor hasta su casa, con charlas basadas en malas experiencias y bromas, para mantener dulce aquella situación amarga. El joven mayor hacía reír demasiado al menor, cosa que lo hacía sonreir, pues era tan solo el segundo día a su lado y ya amaba aquella preciosa sonrisita de conejo. Y, para qué negarlo, también aquella dulce risita contagiosa.

Al llegar a su casa, JeonGguk le ofreció quedarse con él por el resto del día, y el pelinegro, sin pensárselo dos veces, aceptó gustoso. Estuvieron algunas horas haciendo sus proyectos, hasta que al fin terminaron. JeonGguk, con una pícara sonrisa en su rostro, sostuvo la mano de TaeHyung contra la suya y lo guío hasta su azotea.

Ambos se sentaron en el borde de esta, algo cerca uno del otro. Era el momento perfecto para que TaeHyung pudiese apreciar más de cerca el bello rostro del pequeño. La manera en que sus largos cabellitos castaños se sacudían gracias a la brisa, la manera en la que sus ojitos bambi brillaban al observar el cielo color gris, la manera en la que sonreía al admirar la hermosa vista que tenía frente a él o la manera en la que movía sus piernas levemente.

Sonrió y devolvió su mirada al frente.

Ambos cerraron sus ojos y por un momento, solo por un momento, pensaron que todo estaba bien.

stutterer © taekook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora