La boda

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La boda

El verano se acababa. Los largos días de sol daban paso al otoño y el viento empezaba a hacer caer las hojas de los árboles, que se arremolinaban por doquier en el enorme jardín de los Black, decorado exquisitamente con motivo de la gran ocasión.

Narcisa veía cómo llegaban los invitados desde la ventana de su dormitorio. Dos elfinas le ataban el vestido de novia, mientras otra la peinaba. El vestido era sencillamente precioso; largo y recto, se sujetaba a su cuerpo sin ceñirse demasiado pero adivinando sus formas elegantes. La cola blanquísima medía dos metros, y el escote era un palabra de honor decorado con perlas, a juego con su anillo de compromiso.

Cuando Bellatrix entró, Narcisa vio su mirada de envidia a través del espejo.

-¿Nerviosa?- dijo la hermana mayor.

-Un poco- admitió la otra. Le fastidiaban los constantes tirones en el pelo para recogerlo y darle forma rizada.

-No me extraña- observó Bellatrix. Llevaba un vestido de color morado oscuro que acentuaba su palidez-. Ha venido mucha gente.

-Tanta como en tu boda.

-Obviamente- se acercó también a la ventana, a tiempo para ver cómo llegaban los Malfoy. Observó a su futuro cuñado-. Bonito novio. Haces buena pareja. Un poco... pusilánime para mi gusto.

-No es un pusilánime.

-A ti te está bien. Sólo digo para mi gusto.

-Pues a mí me parece que tu marido es basto- replicó ella débilmente.

La morena sonrió con desagrado.

-Lo es- se acercó a ella confidencialmente-. Sobretodo la primera noche- dijo con malicia, sabiendo que asustaría a su hermana-. Eres virgen, ¿no?

-Claro- respondió ella, algo incómoda.

-Tienes suerte. El pobre Rolf notó que yo no lo era. Se enfadó muchísimo, pero no podía probarlo-. Se sonrieron. Ambas sabían que delante de Lestrange, Bellatrix no se atrevería a hablar así, pero ahora no podía oírle-. Lucius te tratará bien, ya verás.

-¿Tú crees?- susurró Narcisa en un súbito arranque de debilidad.

-Sí- respondió Bellatrix como una afectuosa hermana mayor-. Por eso es tan pusilánime.

-¡No lo es!

-Siempre tan impecable y elegante, ¡madre mía!

-Déjalo, Bella.

-Estaré abajo, con los invitados- antes de irse cogió el velo y lo puso entre los rubios cabellos de su hermana-. Estás muy guapa- reconoció.

-Gracias- dijo la otra, orgullosa.

Cuando se quedó sola volvió a mirar por la ventana; su futuro marido estaba en el jardín, charlando animadamente con mamá y papá. Sostenía una copa en sus elegantes manos y sonreía confiadamente. Se veía mayor, un hombre maduro. La melena rubia le llegaba por debajo de la nuca, e iba afeitado con esmero. El traje se amoldaba a sus anchas espaldas, el tono de los ojos grises se adivinaba desde lejos. Parecía muy contento.

Por el contrario, cuando ella se miró al espejo enorme del tocador dorado, éste le devolvió la imagen de una chica pálida y asustada. Las manos le temblaban ligeramente cuando cogió el frasco de perfume y se echó un poco en las muñecas. Le pareció entrever un rastro de ojeras, sin duda fruto de una noche entera sin dormir. Nadie podía adivinar tan siquiera una sombra de duda en ella. Debía estar perfecta, resplandeciente y feliz en su gran día; debía aparentar estar ansiosa por empezar una vida en común con Lucius, que al fin y al cabo era como un extraño; y por quedar encinta lo más pronto posible, ya que la familia era la única prioridad para Narcisa. Por eso se casaba con Lucius.

𝙉𝙖𝙧𝙘𝙞𝙨𝙨𝙖 𝙮 𝙇𝙪𝙘𝙞𝙪𝙨 𝙈𝙖𝙡𝙛𝙤𝙮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora