Epílogo

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Madrid, 1978

Amelia estaba en el entresueño cuando empezó a notar unos labios posándose por su cuello, luego su cara y, finalmente, su frente.

—Hora de levantarse—le susurró Luisita al oído.

Amelia hizo un ruido de queja y se cubrió la cara con la almohada. Pudo escuchar la risa de Luisita mientras ésta se levantaba de la cama, que fue seguida por un "vamos, perezosa."

—¿Tenemos que ir tan pronto? —dijo Amelia, con la voz aún ronca.

—Sí, que mis padres nos están esperando para desayunar y les prometí que llevaríamos los churros. Y ya sabes que ellos se levantan siempre pronto.

Con un suspiro de resignación, Amelia apartó las mantas y se incorporó. Miró a la cama que estaba al lado, la cual no habían usado desde que se mudaron a aquel piso, donde había dejado la ropa con la que había actuado la noche anterior.

Le había llevado mucho tiempo, pero por fin había conseguido suficiente trabajo de vedette como para poder dejar su trabajo en el hotel. Aunque eso no suponía llegar menos cansada de trabajar, subirse al escenario casi todas las noches era un sueño hecho realidad.

Pero a pesar de que ese era con el que había llegado a 1975, un sueño más importe se le había cumplido.

En los últimos años, Luisita y ella ya habían pasado por tantos malos momentos como buenos. Desde discusiones y malentendidos, a problemas con la justicia. Y aunque Amelia era ahora una más de la familia Gómez, al principio no resultó fácil la relación con ellos cuando les dijeron a los padres de Luisita que estaban juntas.

Aun así, nada de aquello le importaba Amelia. Si algo tenía claro era que el peor día con Luisita era mejor que cualquier día sin ella.

—¿Qué miras? —le dijo Luisita, que estaba cambiándose de ropa.

Sin darse cuenta, Amelia se había quedado embelesada mirándola. Alargó una mano hacia Luisita, que ésta cogió, y la acercó hacia sí.

—Estaba pensando en lo afortunada que soy.

Luisita sonrió y le dio un beso en los labios.

—Anda, tonta, ve vistiéndote—le dijo volviendo a levantarse.


Cuando llegaron a la casa de los Gómez, ya estaba toda la familia sentada alrededor de la mesa, con el chocolate preparado.

—¡Hola! —saludó Amelia, por encima de los gritos de los hermanos de Luisita.

—Ah, Amelia, Luisita, por fin habéis llegado—les dijo Manolita cogiendo los churros de las manos de su hija.

—Bueno, mamá, que tampoco es tan tarde—protestó Luisita.

—Que no lo decía por eso, Luisita. Anda, sentaos que ya está listo todo.

Amelia tomó asiento al lado de Manolín y Luisita se sentó enfrente suya.

—¿Y a ti que te pasa esta mañana? —le dijo Amelia a Manolín al ver que estaba inusualmente callado.

—Nada—le respondió aún con la cabeza agachada—. Es una chica.

—Bueno, a lo mejor yo te puedo dar algún consejo.

—No, qué más da. Si yo creo que lo mío con ella es imposible.

—Pues yo soy una experta en amores imposibles—le dijo Amelia, y le guiñó el ojo a Luisita, que había estado escuchando la conversación.

Luisita y Amelia se dedicaron la clase de sonrisa cómplice que comparten dos personas que tienen un secreto que nadie más sabe.

Amelia había limitado los detalles de su vida de antes de 1975 a lo mínimo, mezclando verdad y mentira, pero sin dar demasiadas explicaciones. En algún punto, ella misma había empezado a ver su vida anterior como algo lejano, casi como si le hubiera ocurrido a otra persona.

El padre de Luisita entonces interrumpió para hablar a todos los presentes.

—Bueno, cómo ya sabéis, hoy hemos querido desayunar todos juntos para celebrar que por fin mi hija y mi yerna—como solía referirse a Amelia—han dejado de ser perseguidas por la ley—esto fue recibido con aplausos—. Yo sé que el camino que habéis tenido que recorrer no ha sido fácil, y yo sé que en su momento yo tampoco supe entenderlo, pero un amor como el vuestro se merece poder ser público y que nadie os señale por ello.

Marcelino se empezó a emocionarse, y Luisita se acercó a él para darle un abrazo. Amelia se acordó de las dificultades que había tenido Marcelino para aceptar lo suyo con Luisita, y apreció aún más aquellas palabras.

Pronto volvieron todos a la normalidad, entre risas y comentarios jocosos, y Amelia pensó que todo lo que había querido siempre lo tenía allí mismo en ese momento.

La Guía del Viajero del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora