En medio de aguas que tocaban Guayaquil y Samborondón, un sujeto extraño habitaba, junto con una gatita bebé, de color negro, una casa enorme, una villa, con tres habitaciones dónde solo tenía una maleta; unas cuantas cajas que guardaban muchos libros y algunas pertenencias de gran valor sentimental; un portátil, que representaba su oficina y centro de entretenimiento a la vez; una caja de cartón, con «La noche estrellada» de Van Gogh pintada en su exterior, que había sido asignada como la casa de su gatita; una colcha del B.S.C., sobre la que dormía cada noche, y la cual siempre le hacía preguntarse si todo era un homenaje al Barca o falta de creatividad, pero ¡qué le importaba a él respuesta! Y se dormía tranquilamente sin tratar de resolverla, porque la colcha era suave y el equipo de fútbol era bueno.
Esa casa parecía deshabitada, el eco la invadía en cualquier rincón, el color blanco dominaba las paredes; era todo lo contrario a la mente y corazón de su dueño.
¡Qué alma azabache llora su partida!
Corazón en fuego refina todo un ser.
Conciencia turbia, clama arrepentida.
Llora río, llora porque no vas a volver.De aquí para allá, se paseaba ese sujeto jóven, que no sumaba más de dos décadas de existencia; pero sí experiencias similares a las de un abuelo, quizás por todo el tiempo que pasó con sus propios abuelos y los abuelos de otra gente. No podía creer que en una casa tan ordenada (porque no tenía objetos para ordenar), se hubiera perdido la mascarilla negra, lavable, de filtro intercambiable, que doña Mireya fabricó, en exclusiva, para él.
—¡Caramba! ¿Dónde anda mi tapabocas? —gruño, como reprendiendo a la casa. Mientras, Gia lo miraba fijamente desde la escalera—. No me mires como si estuviera loco... porque si lo estoy.
Rió y recuperó la paciencia que se le estaba agotando por tanto buscar.
—¡Gia, ayúdame! —suplicó a la gatita, que seguía viéndolo como bicho raro. La gatita lo hizo recordar una imagen que fue tendencia en internet meses atrás—. Yo había ponido mi tapabocas aquí y ya no está.
Y en lo que representa la pose del gato blanco que se hizo viral, cayó en cuenta que traía puesta la mascarilla que tanto buscaba.
—Gia, no supe entenderte. Tus ojos me hablaban y yo esperando palabras ¡Qué tonto fuí! —reconoció, mirando a la gatita, esta solo le dió un vistazo y luego dió la vuelta para subir a su cama— ¡Hey! Te estabas burlando de mí. Es que tanto traer esta cosa puesta, ya se volvió parte de mi piel, ni la siento.
A los pocos minutos conducía su automóvil, rumbo a la panadería de don Pedro.
—¿Va a tomar algo? —ofreció doña Gloria al muchacho. Mientras su esposo atendía una llamada.
De nuevo ese par se había reunido a hablar de a humanidad, sentados frente a frente, con una mesa que los distanciaba.
—Una cervecita para calmar la sed —pidió con una sonrisa que no se podía ver, pero sus ojos la reflejaban. Pero a don Pedro no le pareció adecuado y, mientras hablaba por teléfono, le hizo señas, prohibiendo que pidiera cerveza.
—Hace poco estuviste en el hospital —colgó antes de tiempo para soltar la cantaleta al muchacho—, vos mismo admitiste que estabas comiendo puro mecaro, nada nutritivo. No voy a estar de alcahueta, para que te enfermés más.
—Ay, sólo unita, don Pedro. Sólo es una cervecita indefensa y saludable; me estoy muriendo de sed —supicó con gesto conciliador—. Acuérdese que el médico dijo que estoy deshidratado. ¡Este clima no es broma! Si Cali era caliente y en la época de aislamiento, entre junio y julio se volvió un glacial; había que dormir con dos cobijas y ropa larga. Cosa más rara.
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Cafecito + Pandebono para un corazón roto (El Pan Tiene La Culpa 2 Guayaquileña)
Fiksi UmumEl sujeto extraño que llegó a Guayaquil con mil y ningúna razón continúa sus aventuras. Conoce un poco más de su vida y ¡Atrévete a juzgarlo! [Continuación y capítulos extra de El pan tiene la culpa... también algunas recetas.]