Prólogo II. Decisiones difíciles

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La madrugada del sábado estuvo muy tranquila. Sólo me quedé sentado, repasando, echándole una ojeada a los libros que tenía, atento a los ruidos de la noche. El resto de la tarde y la noche me quedé en mi pequeño nido. Con lo que había recolectado el día anterior no hacía falta salir y arriesgarse. Así que seguí tumbado en mi cama sin hacer nada más que leer y disfrutar de la poca tranquilidad que podría tener...

El domingo fue otra cosa. Con los restos de madera que aún había en los escombros, decidí tapar las ventanas de la casa. En la radio decían que habían bandidos que se dedicaban a entrar y robar en las casas, no podía arriesgarme. Con la caja de herramientas que había conseguido dos días atrás, el trabajo se hizo más rápido y fácil. Bloquee las ventanas con grandes tablones de madera e iba poniendo muebles para aumentar la seguridad. Gracias al que el techo se había caído en el ataque, me pude ahorrar el hecho de pensar como cerrar el fácil camino que proporcionaba las escaleras.

Ese mismo día por la tarde llegó alguien llamando a la puerta. Me resultó extraño, ¿sabían que había gente viviendo aquí?. Me levanté de la cama y fui, no sin antes coger el cuchillo, a ver quién era.

Al abrir la puerta vi a una chica de mi edad. Tenía una melena negra que le llegaba poco más abajo de los hombros, la piel aceitunada y unos ojos de un color azul muy oscuro que parecían que podían penetrar en tú cabeza y saber lo que estabas pensando.

- Hola, soy Alice. Vivo unas casas más allá de la tuya. Queríamos pedirte ayuda - me dijo la chica con una voz muy agradable al oído.

- ¿Cómo sabíais que esta casa estaba habitada? - pregunté con cara de asombrado ante la visita de alguien. Aún así no dejaba de tener las manos en el bolsillo, para disimular que en uno de ellos tenía un cuchillo. Aún no sabía sí podía fiarme de ella.

- Te vi el otro día llegando con una mochila y como necesitábamos ayuda, decidí venir a pedirtela - me dijo la chica de mirada penetrante.

- Lo más importarme es ¿Como es que te fias de un desconocido? - le solté. Eso era algo que me invadia la cabeza, con los tiempos que corren, ¿Tanta ayuda necesitaban como para jugarsela a pedirle ayuda a alguien que no saben sí deben fiarse de él?.

- No es que me fie de ti o no, es que necesitamos la ayuda y me arriesgaré a comprobar sí eres de confianza o no - me dijo la chica con una expresión más sería mientras me miraba fijamente. Está era una situación difícil. Yo tampoco podía estar seguro de sus intenciones, pero sí necesitaban ayuda no podía quedarme de brazos cruzados. Accedí.

- Muy bien, haré lo que pueda - le dije mientras veía como ella soltaba una expresión de alivio ante mi respuesta - A ver sí soy capaz de ayudaros.

- Necesitamos protección. Sólo estamos mi madre y yo en casa. Mi padre es un militar y hace ya mucho que se fue a la guerra, dejándonos solas desde entonces. Mi madre está enferma y necesita muchos cuidados, lo que me quita tiempo para vigilar. Puedo ver que estas sólo. Podrías vivir con nosotras. Incluso... - dejó de hablar durante un par de segundos. Creo que se estaba dando cuenta que me estaba dando demasiada información, a mi, un desconocido - mi padre era un paranoico. Creo un gran refugio antiguerras debajo de casa. Tenemos muchos suministros, pero los medicamentos ya se están agotado. Te necesitamos... eh....

- Nathan, encantado - ayudé a la chica, que aún no sabía mi nombre.

- Nathan. Bonito nombre - dijo Alice, con una cara roja y una sonrisa en la cara.

- Muy bien, iré con vosotras. Pero sólo quiero una condición - la chica me miró extrañada - no quiero que os expongais más. Os sólo saldréis sí es necesario.

- Muy bien - dijo la muchacha sin rechistar. Cogí mis cosas, comida, medicamentos, etc, y me dispuse a marcharme de esta casa que había sido mi hogar durante semanas.

En tiempos de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora