A 600 Kilómetros del Faro

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Meses pasaron desde la muerte del salvaje. Era la primera vez que alguien moría por causas propias, la primera vez que alguien acaba con su vida por ser... infeliz. Fue tal la magnitud del evento que algunas cosas cambiaron, y no volvieron a ser lo de antes.

Al otro lado del mundo, y sufriendo un castigo encantador, se encontraba Helmholtz Watson. Desde su llegada a las Islas Malvinas no había vuelto a cruzarse con la desdicha. Pasaba sus largos días sentado en su escritorio en una habitación de cárcel escribiendo todo tipo de cosas. Debido a las condiciones climáticas de la zona, las salidas al exterior eran muy escasas o nulas. Nunca se había sentido tan libre estando tan encerrado. Con su imaginación viajaba a los lugares más remotos del planeta recorriendo mercados, pueblos, murallas, pirámides.

Hubo días en los que hizo algunas llamadas a su amigo Bernard Marx quien, tras largas semanas de agonía, se pudo adaptar a su castigo. Se lo escuchaba tranquilo y a veces su voz irradiaba cierta emoción cuando contaba que conocía personas que pensaban igual que él sobre el sistema en el que vivieron. Al fin y al cabo, no eran traidores, sino diferentes.

Todo parecía marchar bien. Sin embargo, esto no era el caso de todos. Lenina no volvió a ser la misma. Se la podía ver trabajando en la Central de Incubación y Condicionamiento con la mirada perdida en los tubos de ensayo, repitiendo una actividad mecánica. Henry Foster se había ofrecido para ayudarla, quería encontrar una manera de que vuelva a ser la de antes pero no había caso. Intento darle soma escondido en los almuerzos de la Central pero era como si su cuerpo se hubiese vuelto inmune, no respondía a los efectos de la droga. La convenció en dos o tres ocasiones de ir al Cabaret de la Albadía de Westminster, pero cuando llegaba con el helicóptero para buscarla, ella no respondía. Cansado de tantos intentos sin respuesta, Foster comenzó a salir con Fanny Crowne. No era lo mismo que salir con Lenina, cuya belleza no se encontraba en otro rostro, pero era lo suficiente para poder distraerse y tener a una mujer.

Lenina se sentía sola, cansada y triste. Era infeliz. En ocasiones se daba cuenta de su depresión y una sensación de preocupación le recorría todo el cuerpo, jamás había sentido algo así. Su respiración se agitaba, se agarraba el pelo y la cabeza sin saber qué hacer, sin saber cómo combatir este sentimiento tan horrible. El momento culmine de estos episodios llegaba cuando, por la falta de aire y oxigenación, su cuerpo respondía con largos desmayos.

Mustafá Mond, tras enterarse del primer suicidio ocurrido en años, ideó algunas enmiendas para contrarrestar las conmociones causadas en la población y poder mantener la felicidad y estabilidad. Una de ellas fue triplicar la fabricación de soma y que las cantidades diarias entregadas a Gammas, Deltas y Epsilones aumenten, para evitar así, que estos grupos se enloquezcan ya que eran los más vulnerables mentalmente. Las demás se enfocaron en otros temas pero sobre estas castas, pasando de largo a los Alfas y los Betas, quien resultaron ser los más afectados.

Mond no se había dado cuenta de su error hasta que el Director regresó. Recorriendo los pasillos de la Central de Incubación y Condicionamiento, tal como lo hacía todos los martes desde el incidente, se percató de que había una cara nueva trabajando; pero no la distinguió hasta que Henry Foster, quien cumplía ahora la función de director, le susurró que había vuelto.

Rápidamente se acercó a Thomas. No podía creer lo que veían sus ojos. Parecía otro hombre: su cuerpo había dejado de ser alto y musculoso para pasar a ser encorvado y viejo, tenía una mirada temerosa y débil que cumplía a rajatabla una tarea muy simple para las capacidades de su conocimiento, su pelo se volvió bicolor: el marrón oscuro natural hacia sobresaltar mechones canosos que junto con las arrugas que tenían sus ojos, lo hacían parecer del Mal País.

-Thomas – pronuncio el Controlador - ¿cómo te encuentras?

El Viejo Director dejó su actividad de lado y sin mirarlo a los ojos respondió con timidez.

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