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El resto de la noche la pasaron escuchando canciones, poesía y actuaciones; envueltos en magia. Rieron, se miraron a los ojos y comentaron opiniones. Pidieron pizza y cervezas... Y siguieron disfrutando.

—Ahora es el turno de Zampe que nos regalará una canción de su autoría.

El chico se puso de pie y sacó su guitarra de la funda.

—Zampe —masculló ella y él la miró sonriendo antes de caminar hacia el escenario.

Tocó una canción que hablaba de los sueños y de los pequeños instantes que marcan tu porvenir. De miradas que frenan el rumbo y personas que te cambian la vida. De riesgos, de miedos superados y del tiempo... Tiempo que muchas veces se frena en la sonrisa correcta.

Fiorella se concentró en la letra queriendo guardar cada frase en su interior. Arriesgar era la palabra que más resonaba.

Y a pesar de la concentración, se le hizo imposible ignorar el hecho de que Zampe no dejaba de mirarla mientras cantaba.

El breve show terminó con un aplauso unísono.

—Estuviste genial —le dijo de manera espontánea cuando regresó—. Tienes mucho talento.

Él se limitó a sonreír y ella notó cierta duda en su rostro.

—Hablo en serio... ¿La letra es tuya?

Asintió.

—La escribí apenas llegué aquí. Creo que es un resumen de lo que aprendí en estos años.

—¿Qué has aprendido?

—Que muchas veces no nos damos cuenta que estamos ante la oportunidad de nuestras vidas... Y la dejamos pasar por miedo.

Fiorella asintió.

—¿Has dejado de desperdiciarlas?

Negó con una sonrisa tímida.

—Pero espero poder reducir el tiempo entre que la dejo pasar y me doy cuenta de su importancia. Algún día la primera dejará de ocurrir.

—Es algo dificil creo...

—Pero no imposible —le dijo sirviéndose lo último que quedaba de la cerveza.

La magia volvió a invadir el lugar con un cantante sobre el escenario. Luego siguieron escuchando poesía y al final, una breve actuación.

El tiempo pasó volando y el final comenzó a acariciar el presente.

Fiorella miró el reloj y se puso de pie como la Cenicienta que recuerda que a medianoche termina el hechizo; su bus de regreso partía en veinte minutos.

—Debo irme.

Zampe la observó dudoso antes de ponerse de pie.

—Vamos —dijo colgando su guitarra al hombro.

Aquella reacción la tomó de sorpresa y su corazón volvió a latir. ¿Donde irían? Ella no tenía margen de tiempo.

Caminaron en silencio hasta la salida y una vez fuera, Fío se frenó.

—Bueno. Me voy —sonrió.

—¿No quieres caminar un poco? ¿O ir a tomar algo?

La invitación le causó escalofríos y se descubrió queriendo aceptar aquello y abandonar todos los buses que venían en camino. Pero lo racional, el tiempo, el miedo, el riesgo... todo jugó en contra.

—Lo siento, pero mi bus parte en pocos minutos. Un gusto conocerte.

Zampe suspiró.

—Lo mismo digo. Me gustó compartir esta noche contigo.

Se sonrieron... Y de pronto, ella tuvo ganas de algo mas. De un abrazo. De un después. Pero nada ocurrió. Ella no se animó. Él tampoco insistió.

—Me voy —volvió a decir cómo queriendo preguntar si eso era todo.

—Suerte —sonrió mientras ella retrocedía.

Fío se guardó esa sonrisa en su memoria antes de darse vuelta y comenzar a caminar hacia la estación.

Antes de doblar en la esquina, frenó y dio media vuelta. Lo observó irse y dudó. Dos segundos. Y siguió su camino.

Sin saber, que si hubiera sido un segundo mas, sus ojos se hubiesen encontrado.

Zampe giró y la vio desaparecer en la esquina. Y dudó. Dos segundos. Y siguió su camino.

Acordes de un amor efímero [Historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora