Prólogo: El Robo

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Ya no sé cómo seguir acelerando este auto. Estoy totalmente desesperada y muerta de pánico. El tránsito parece conspirar contra mi. Creo que me he salvado de más de doce accidentes y choques pero aún me queda camino por recorrer. La lluvia sigue cayendo fuertemente y me pregunto cuando irá a detenerse, o cuando acabará este tormento.

—Tranquilo mi amor, ya estamos por llegar.— le digo mientras él desfallece en el asiento trasero.

Lo sostuve en brazos de recien nacido, escuché su primer llanto, presencié todas sus primeras veces. Y ahora, 8 años después, está acostado en el asiento trasero con la mirada pérdida y sacudiendose del dolor mientras un río carmesi arruina la cuerina de las butacas del auto.

Por fin llego al hospital, no tengo idea de donde estacionar, solo detengo el auto sin mirar donde, alzo al niño e ingreso lo más rápido posible a la recepción del hospital.

—¿Señora? Por favor necesito ayuda para mi hijo cuanto antes.— grito desesperada a la recepcionista quien enseguida levanta el teléfono y llama al doctor.

—¿Helena?— escucho mi nombre y veo al doctor Ramírez parado cerca de mi.—¿Qué pasó?

—Por favor doctor ¡Tiene que ver a mi hijo cuanto antes! ¡Por favor!— lloro mientras mis brazos fallan por el peso del pequeño.

—Llevémoslo en la camilla cuanto antes.— dice y un par de enfermeros aparecen con una camilla para llevarlo a la sala.

—Helena, dígame qué le pasó.— él doctor parece determinado a averiguar la causa del incidente y yo no puedo contestar ya que me agobia la desesperación y la culpa.—Fue él otra vez ¿No?

—Sí, si fue él.— respondo mientras mi niño es adentrado en la sala.

—No Helena, vos te quedas conmigo, ya lo está viendo un doctor a tu hijo. Tenés que contarme todo.

Aunque me amedrenta tanto, debo obedecer lo que dice, sé que el doctor tiene que saber esto para poder ayudar a mi hijo.

El doctor Ramírez no era un extraño para mi. Lo conocí el año pasado cuando inicio su residencia en el hospital. Yo estaba en maestranza del primer piso cuando lo cruzaba por los pasillos.

Los doctores suelen ser soberbios y demasiado serios para entablar conversación con los empleados de limpieza del edificio. Pero el doctor Ramírez no era asi. Al contrario, siempre fue amable, y cortés conmigo.

Y no es la primera vez que vengo al hospital por culpa del monstruo que vive en casa. La primera vez fue hace seis meses cuando llegué con una costilla fisurada y la cara desfigurada.

Le debo mucho al doctor por eso creo que se merece mi completa sinceridad.

Largo todas las dolorosas palabras en una catarsis desastrosa y desesperada. Y aunque me cuesta respirar y sigo preocupada por el niño, confesarme trajo cierto alivio inesperado.

—No lo puedo creer.— dice el doctor sacandose sus lentes cuando termino.—¿Cómo podes seguir en esa casa? Ese hombre está enfermo Helena.

—No estamos juntos desde hace un tiempo largo. Pero nunca me imaginé que esto iba a pasar ¡Nunca!

El doctor de mi hijo sale de la sala y voy corriendo hacia él.

—¿Cómo está doctor? ¿Cómo está mi hijo?

—Él va a sobrevivir Helena pero de este día no se va a olvidar nunca.

—Helena me acaba de contar todo lo que pasó doctor.— le dice el doctor Ramírez a su compañero.—Díganos cómo va a estar el niño

—Tiene un par de contusiones fuertes, le duelen mucho pero no perdió tanta sangre. Se va a recuperar. Pero con respecto a lo otro.— dice y parece incomodarse.—Su presión aumentó drásticamente. Él es un niño pequeño y débil y esto hay que manejarlo con mucho cuidado. Estoy hablando de psicología y cuidados intensivos porque…— comienza a vacilar.

—¿Qué doctor? Dígame por favor.— ruego desesperada.

—Quizás tu hijo salga de este lugar con modificaciones drásticas en su fisionomía. Situaciones así pueden derivar en futuros problemas cardíacos. Todavía es muy pronto para decirlo pero me atrevo a pronosticar pérdida de la memoria, funciones motrices alteradas y quiza algún trastorno del lenguaje.

Cuando el doctor pronuncia esas palabras, yo caigo en el suelo envuelta en llanto. No puedo hacer otra cosa sino culparme de todo esto. Una presión en mi pecho me provoca contorsionarme en el mismo suelo mientras la amargura sale de mi en forma de lágrimas.

—Helena, no te preocupes, va a estar bien.— el doctor Ramírez se acerca a mi.—Te vamos a ayudar con su recuperación pero hay que tomar medidas serias. La vida de tu hijo va a cambiar ahora.

—Él va a sobrevivir, pero su corazón es débil y no sé cuanto pueda soportar. A partir de ahora vamos a tenerlo en la mira.

—Haga lo que tenga que hacer doctor.— digo entre llanto.—Yo no hice nada como madre, lo menos que puedo hacer es confiar en todo lo que me pidan que haga.

—Ok, vamos a tranquilizarnos a mi oficina y vamos a hablar bien de esta situación ¿Está bien?

Después de charlar con los doctores, me dejan entrar a ver a mi pequeño. Cuando lo veo en la cama descansando, mi corazón se llena de amargura y tristeza profunda. Me acerco a su pequeño rostro.

—Perdón mi amor, perdoname.— le susurro mientras mis lágrimas caen sobre él.—Todo esto es mi culpa. Creí que todo iba a mejorar pero no fue así. No puedo creer lo estúpida que fui... Pero no te preocupes... Mamá no va a permitir que nada malo te vuelva a pasar otra vez. Lo prometo.

De pronto, siento un poco de movimiento y veo como abre un poco los ojos y me mira.

—¿Mami?— pregunta con su voz aguda.—¿Qué pasó?

—Estás bien bebé, ahora estamos a salvo.— él se mueve un poco expresando algunas molestias y luego vuelve a dormir repentinamente. No resisto el mar de lágrimas en mis ojos.

—Voy a mantener mi promesa esta vez. Sufriste demasiado para alguien de tu edad. Mami te va a cuidar mi amor… mami te cuida..

El Reino de las TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora